VIGENCIA DE LA CONSTITUCIÓN
Editorial de “La Razón” del 06/12/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Celebramos hoy el XXVI aniversario de la
Constitución española. Y en esta efeméride, cuando el nuevo gobierno socialista
ha expresado su intención de reformarla, conviene preguntarse por la vigencia de
un texto que ha amparado la mayor transformación de España en los últimos
doscientos años. La Carta Magna nació, tal y como se contiene en su preámbulo,
con la voluntad de ser garante de la convivencia democrática en un Estado de
derecho, en el que el imperio de la ley fuera la expresión de la voluntad
popular. También para proteger a todos los españoles y pueblos de España en el
ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e
instituciones; y, por fin, para promover el progreso de la cultura y la
economía, que asegurará a todos los ciudadanos una digna calidad de vida.
Veintiséis años después, y pese a todos los problemas y dificultades que han
jalonado el recorrido, hay que concluir que el texto constitucional es la
expresión de un éxito. España, conformada a través del Estado autonómico, se ha
convertido en la octava potencia del mundo y en una de las naciones que gozan de
los mayores índices de libertad. Y ello se ha conseguido pese a la lacra del
terrorismo, que nos ha acompañado con sus miserias a lo largo de todo el camino.
La vigencia de la Constitución es, pues, evidente. Sin embargo, no se trata
de un texto sagrado o revelado y, por lo tanto, intocable. Si la evolución de la
sociedad española o el proceso de integración en la Unión Europea aconsejan su
reforma en un futuro, es claro que se debe afrontar. Ya se hizo con toda
normalidad en 1992, a raíz del Tratado de Maastrich, para conceder el derecho de
voto en las elecciones municipales a los residentes extranjeros.
No se trata, de ninguna manera, de cerrarse a la reforma, pero con las
cautelas que el sentido común y la percepción de la realidad nos dicten en cada
momento. Porque la Constitución es, fundamentalmente, un ejercicio de
solidaridad y lealtad. La solidaridad y lealtad para con la nación, en la que se
encarna, no lo olvidemos, toda la ciudadanía, algo que demostraron sobradamente
las fuerzas políticas que afrontaron en el ya lejano 1977 la más hermosa tarea
de nuestra democracia.
En estos últimos años, sin embargo, asistimos al desafío incesante, pertinaz,
de una parte de los nacionalismos catalán y vasco al concepto de España, tal y
como lo establece la Carta Magna. Una situación agravada, sin duda, por la
minoría parlamentaria del partido en el Gobierno, obligado a pactos continuos
con unas fuerzas políticas que no se recatan en declarar unos objetivos de
máximos, totalmente incompatibles con nuestro ordenamiento constitucional.
En estas circunstancias, es absolutamente imprescindible que los dos partidos
mayoritarios, que reúnen los votos del 80 por ciento de los españoles, actúen de
consuno y con serenidad. Sean bienvenidas las reformas si se consideran
precisas, pero recordando que se trata del texto concebido con el más generoso
consenso del que tenemos memoria.