CAPERUCITA Y EL LOBO MACHISTA
Artículo de Arturo Pérez-Reverte en “XL Semanal” del 03 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Hoy me
he levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita
–un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto
debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente– le tomé el gusto a la
narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra
de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la
corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos
tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares,
y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados
y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos
también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas
ejemplares y ejemplaras. Como está mandado.
Al principio pensaba hacerlo con el cuento de Blancanieves
y las siete personas de crecimiento inadecuado; que, como sostiene Bibiana,
requiere, título aparte, una remodelación general urgente. Pero ciertos
indicios de intolerable violencia machista en la casita del bosque, como que
sea una mujer quien cargue con todas las labores del hogar, o que no haya
paridad de sexos en el número de individuos que trabajan en la mina –su número
impar complica además el asunto–, me decidieron a dejarlo para más adelante. Lo
intenté luego con La soldadita de plomo y ploma; y no es por echarme flores,
pero lo tenía casi resuelto. Una soldadita de plomo de la ULFF –Unidad
Legionaria Femenina Feroz–, terror de los talibanes afganos y de los piratas
del Índico, impedida en su extremidad locomotriz por haber caído poco metal en
el molde cuando la fundían. O sea, incompleta física de una pierna, para
entendernos. O no. Lo que antes se decía, en jerga fascista, coja. Y que, desde
su repisa en el cuarto de juegos de una niña, se enamora de un bailarín de
ballet de papel maché que está enfrente, puesto tal que así, de puntillas, y
que tiene una bonita lentejuela de plata en el prepucio. Se lo leí a mi hija
por teléfono, a ver qué tal iba la cosa; pero al llegar a lo de la lentejuela me
aconsejó dejarlo. Te van a malinterpretar, dijo. Así que al final me decidí por
un clásico inobjetable: Caperucita Roja. Y está feo que lo diga, pero la verdad
es que lo he bordado. Creo.
Caperucita
Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su
cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana
sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza
en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su
marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la
Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en
espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no,
por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus
derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por
el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con
una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te
rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera
franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy
desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino,
impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y
corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable
violencia doméstica de género y génera. O sea, que se
la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega
Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema
dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan
fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un
bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un
cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de
postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la
violencia –dice– contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo
contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su
conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el
lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos
los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen
y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos
y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.