"EN ESPAÑA NOS FALTÓ LA
GUILLOTINA"
Entrevista a Arturo Pérez Reverte, en “El
Cultural” de “El Mundo” del 26-2-10, por Blanca Berasategui
Por su interés y relevancia he
seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web
Antes de que trescientos mil ejemplares de El asedio (Alfaguara) tomen el
próximo miércoles las librerías de España, Arturo Pérez-Reverte se fue a
navegar solo, “nada, fui a Ibiza y volví”, para pertrecharse de la soledad y
los silencios que le van a faltar en la vorágine de promoción en la que ya está
metido. Ha trabajado duro dos años, dice este marino lector “que ocasionalmente
escribe novelas”. Dos años de ensamblaje, después de tanto ir y venir, y leer,
y pisar Cádiz. Cuenta Pérez-Reverte que El asedio es una novela moderna con
personajes y sucesos de dos siglos atrás. Con esa vehemencia imposible que se
gasta, cuenta, como verán, muchas más cosas. El Cultural publica hoy en exclusiva
un capítulo de la novela.
Ha escrito Pérez-Reverte una novela con todos los palos de su baraja y los
triunfos que viene acumulando de sus partidas anteriores. El asedio es
una novela de misterio, de mar, de amor, de política, de ciencia y de historia
de España, por decirlo a la velocidad con la que Arturo habla. Es el relato de
un gran fracaso. La historia de un mundo que se acaba y otro que no llega a
nacer. Poblada de personajes con vidas derrotadas, entre los que destaca esa
Lolita Palma que bien pudiera ser una Jane Austen
enamorada del Cayetano Rivera de la época. Comerciantes avispados, artilleros
franceses, jovencitas asesinadas, corsarios, policías corruptos y mucha pólvora
completan la escena. Ya se sabe que en las novelas de Pérez-Reverte pasan
muchas cosas. Estamos en la Cádiz de 1811.
- ¡Qué Cádiz! ¿Era, efectivamente, la ciudad más liberal de Europa?
- Lo era, lo era. Pero esta novela podía haberla
situado en Troya, en el Leningrado cercado por los nazis, en el Madrid de 1936
o en el Sarajevo del 92. El problema que se plantea es un conflicto moderno.
Pero Cádiz me daba unas características especiales: es una ciudad sometida a
los vientos, con una topografía muy definida que no ha cambiado apenas en dos
siglos: pones un mapa de hoy sobre un mapa del siglo XVIII y coincide casi
exactamente. Todo eso me permitía moverme por ella con mucha seguridad. Es
decir, Cádiz tiene esos elementos climatológicos, urbanos, arquitectónicos y
geométricos que se adecuaban a mi historia.
"Lo que España tenía que haber sido y no fue"
-Además preparaba una constitución... Históricamente vivía una etapa
importante...
- Sí, pero yo no quería contar eso. Eso ya lo contó Galdós y lo contó muy bien,
y lo contó Ramón Solís, en Un siglo llama a la puerta, también muy bien.
Yo no quería reescribir una novela histórica sobre Cádiz. Habría sido estéril,
absurdo... Yo quería escribir mi novela, y que pasara en Cádiz. Una Cádiz que
fue el ejemplo de la España que pudo ser y no fue. Donde la aristocracia no era
de nobles, ni siquiera de dinero, sino de comerciantes, una aristocracia
moderna, comparable a la Inglaterra o la Holanda de entonces, y con una clase
dirigente abierta, liberal, que viajaba, que hablaba idiomas, donde la religión
no era un elemento determinante, donde la política estaba supeditaba a la
economía, y no al revés.
- Y era ese mar, lleno de comerciantes y corsarios, de intrigas,
contrabandistas y asesinos el que lo hacía posible, ¿no?
- Sí, claro, ese continuo contacto con la civilización, con la cultura, con el
comercio, con la guerra, con lo que venía de fuera, tanto libros como
periódicos. Su relación ultramarina con las colonias de América hacía de Cádiz
una ciudad especial, que no tenía nada que ver con el resto de España. España
era entonces un lugar cerrado, oscuro, donde estaban los curas, los reyes, los
ministros, y la aristocracia corrupta y acabada, mientras que Cádiz era
moderna, abierta, y era el mar, sí, el que la hacía posible. ¡Me entristecía
tanto pensar, mientras manejaba toda esa documentación de la época, lo que
Cádiz era, lo que España tenía que haber sido y que no fue por nuestra
estupidez de siempre...!
España es un país históricamente enfermo
- Cádiz como metáfora de la gran ocasión perdida. ¿Por qué se truncó la
historia?
- Porque España es un país históricamente enfermo. Se ve muy bien en cuanto
escarbas un poco en la historia: desde Indíbil y Mandonio, los Austrias, la
Ilustración... Hasta ahora mismo... Mira cómo nos estamos cargando la
democracia. En cuando se empieza a perfilar una España distinta, esa España que
empieza a ser posible, la destruyen los mismos españoles: la arrogancia de unos
y el fanatismo de los otros. En Cádiz, los constitucionalistas liberales no
supieron ver lo que era posible y no era posible. Quisieron hacer una
constitución radical de la noche a la mañana, y eso era imposible. La misma
constitución tenía el gen de su destrucción. Y cuando lees las actas de los
debates, ves cómo se odiaban unos a otros, cómo se puteaban, cómo usaban la
Prensa como arma arrojadiza... cómo ese esquema dialéctico, terrible y
destructivo, se va reproduciendo en el siglo XIX, XX y XXI. El oportunismo
político ya se da en la Constitución de Cádiz. Es desolador ver cómo el español
repite los errores, cómo se carga lo que se le ponga delante.
- ¿Hasta qué punto El asedio es una especie de balance, de fin de ciclo
como escritor, después de estos veinte últimos años?
- Sí, lo es. Quería escribir una novela en la que de alguna manera estuvieran
todas mis novelas anteriores y cupieran en ella todos mis lectores; no una
novela total, que me parece una palabra pedante, pero sí lo bastante amplia
como para que cualquier lector de mis distintas novelas tuviera un eco de las
otras; una novela, si quieres, de madurez, con todos mis trucos, mi
experiencia....
- Y su memoria, su memoria histórica particular...
- Sí, al fondo está España, como siempre. Más diluida
que en Un día de cólera, Trafalgar o Alatriste,
indudablemente. Pero no es una novela didáctica. Yo no quería contarle al lector
lo que era España entonces, sino mover a mis personajes por esa España, de
manera que al lector, mientras los acompaña, se le esté quedando pegada casi
sin darse cuenta cómo era aquella España y ese mundo fascinante.
La memoria analfabeta es muy peligrosa
Pérez-Reverte se embala. No es que le duela España, es que le indigna su
incultura, su falta de espíritu crítico. Se revuelve porque, dice, un país
inculto no tiene mecanismos de defensa, y “España es un país gozosamente
inculto”. Tiene el escritor en la punta de los dedos las batallas, los hombres,
las tragedias que han hecho la historia para apuntalar sus argumentos.
- Mi memoria histórica tiene tres mil años, ¿sabes?, y el problema es que la
memoria histórica analfabeta es muy peligrosa. Porque contemplar el conflicto
del año 36 al 39 y la represión posterior como un elemento aislado, como un
periodo concreto y estanco respecto al resto de nuestra historia, es un error,
porque el cainismo del español sólo se entiende en un
contexto muy amplio. Del año 36 al 39 y la represión posterior sólo se explican
con el Cid, con los Reyes Católicos, con la conquista de América, con Cádiz...
Separar eso, atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos
generales es desvincular la explicación y hacerla imposible. Que un político
analfabeto, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me
hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para
nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y
se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el
conservadurismo del XIX... Porque el español es históricamente un hijo de puta,
¿comprendes?
- Hombre, Arturo...
- Sí, el español es históricamente un hijo de puta, pero para comprenderlo,
para aceptarlo, para quererlo, con lo bueno y lo malo -ahí está también su
generosidad, su capacidad de olvidar y de perdonar, de empezar de nuevo- hace
falta conocer sus tres mil años de desarrollo y no un pequeño periodo en el
cual por sí solo no explica nada.... Me parece muy bien la Ley de Memoria
Histórica, pero necesita tener una letra pequeña, un apéndice que la
contextualice... Yo soy de Cartagena, y en Cartagena, que era zona roja, hubo
de todo, hubo represión brutal de los milicianos y represión brutal de los
falangistas. Y a mí, cuando era pequeño, me contaron las dos represiones, las
dos; por eso, hablar de unos buenos y otros malos a estas alturas... Cualquiera
que haya leído historia de España sabe que aquí todos hemos sido igual de hijos
de puta, TODOS.
“¡No me cuentes historias!”
- No sé si sólo es cuestión de incultura...
- Si este país no fuese un país analfabeto, cuando a la gente le dicen: estos
son los buenos y estos los malos, diría, ¡no me cuentes historias, que yo sé
muy bien de qué estamos hablando, que yo he leído, que sé que no, que sé que
los carlistas, y sé que los isabelinos, y sé que Fernando VII y sé que la
Constitución, y sé que los nacionales, y los rojos, y sé que los socialistas, y
sé que los comunistas... Que yo sé! El problema es que
España es un país inculto, España es un país gozosamente inculto, es un país
deliberadamente inculto, que disfruta siendo inculto, que hace ya mucho tiempo
que alardea de ser inculto, y con gente así, esa Ley de Memoria Histórica es ponerle
una pistola en la mano. No estamos preparados para leyes como ésas.
“¿Sabes realmente cuál es mi lamento histórico? Es que aquí nos faltó una
guillotina al final del siglo XVIII. El problema de España, a diferencia de
Francia, es que no hubo una guillotina en la Puerta del Sol que le picara el
billete a los curas, a los reyes, a los obispos y a los aristócratas... y al
que no quisiera ser libre le obligara a ser libre a la fuerza. Nos faltó eso,
pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media. Eso lo
hemos hecho luego, hemos fusilado tarde y mal, y no ha servido de nada. El
momento histórico era ése, el final del XVIII. Las cabezas de Carlos IV y de
Fernando VII en un cesto, y de paso las de algunos obispos y unos cuantos más, habrían
cambiado mucho, y para bien, la Historia de España. Nadie lo hizo, perdimos la
ocasión, y aquí seguimos todavía, arrastrando ese lastre que nos dejaron
aquellos que sobrevivieron y que no tenían que haber sobrevivido”.
Se acerca un lector devoto, ignorante de la gravedad de la situación,
preguntando por su próxima novela. Otro, más tarde, le pide que le firme Cuando
éramos honrados mercenarios, que lleva en su mochila. Al escritor le
ruborizan los elogios y quiere que termine la escena vaporosa lo antes posible.
Aparece el gran tímido que lleva dentro, tan alejado del bravucón que se mete
en mil batallas. “Estas muestras de afecto me hacen sentirme mal, sentirme
responsable, yo sólo soy un tipo que escribe, que mete mensajes en una botella
sin esperar retorno”.
Ajuste de cuentas con el mundo
Siempre he creído que Pérez-Reverte habla como sus rudos personajes, pero que
es él quien se parece a ellos, y no al revés. “La literatura -dice- es como el
alcohol: nadie pone lo que no tiene. O lo robas, o lo tienes. Y a mis
personajes los he hecho yo. No he bebido en fuentes documentales solamente. Es
mi propia mirada sobre el mundo la que vierto en los libros. En ellos está mi
sentido de la amistad, de la vida, de la muerte, de la lealtad. Creo que soy un
escritor coherente”.
-Esa fama tan cimentada que lo acompaña, fama de independiente y libre, también
de cierta chulería...
- ¿Y qué tiene de malo eso?
- ...fama de hombre herido...
- Herido no... ¿Por qué? Bueno, acaba la pregunta...
- ...de estar en un continuo ajuste de cuentas con el mundo.
- Es que a mí el mundo que he visto no me gusta. Sí, es verdad, estoy herido
por el mundo. Mi vida ha sido una sucesión de haitís...
Y de Haití es tan culpable el azar como la estupidez de los hombres... y en mi
vida, en mis artículos y en mis libros intento ajustar cuentas con el uno y con
el otro. Porque a mí me han hecho los libros que he leído y las cosas que he
visto. Y los libros me han servido para digerir e interpretar las cosas que he
visto. Sin los libros no habría podido sobrevivir personalmente a muchas de
esas tragedias que he visto, a Sarajevo del 92, al Beirut del 76, a Eritrea del
77. Esa colección de fotos, de fantasmas, de haitís
que tengo en la memoria, sin esos libros como analgésico, como clave, me habría
sublevado, estaría disparando contra la gente. Los libros me han dado cordura.
Me han hecho digerir lo indigerible. Sin todos esos libros, estaría perturbado
seriamente, sería una persona muy desagradable.
Todo Titanic tiene su iceberg
-Las cosas parece que han cambiado poco desde su Territorio Comanche de
hace 20 años.
-El hombre moderno se niega a aceptar las reglas: el mundo es un lugar
peligroso, hostil, todo Titanic tiene su iceberg, y
nos negamos a verlo. La gente se deja timar por las agencias de viaje que
hablan de lugares paradisíacos, pero el mundo es un sitio muy jodido. Es que
los barcos se hunden, y los virus te infectan, y las balas te matan... es
asombroso que la gente se niegue a aceptar que el mundo es un lugar así, pero
los viejos lo sabían y nosotros lo hemos olvidado. Mira el cuadro de Brueghel
el Viejo del Prado: esos viejos lo sabían, y con nuestra estupidez lo olvidamos
todo y pagamos el precio de ese olvido. Y oímos: “¡Que me saquen de aquí!...
¡Que el gobierno intervenga!...” Pero, gilipollas, ¿por qué te has metido?
“El mundo es un sitio muy duro, sí”, remata el escritor, y continúa: “Pero,
escúchame una cosa: cualquier médico de urgencias de un hospital, cualquier
penalista que se pasea por la cárcel, cualquier chica que trabaje con
marginados conocen la dureza del mundo. No hace falta ir a la guerra... Esto
que tenemos aquí, en Occidente, es la excepción, el mundo real es aquello. Y ya
no estamos preparados para defendernos frente al mundo."
Un trabajo, no un don divino
-Hace tiempo le oí decir que nunca pertenecería al mundo hipócrita, falso,
lleno de envidias que es el mundo literario. “Prefiero -recuerdo que decía-
estar fuera de todo esto y estoy muy feliz de no deber nada a nadie, en el
terreno literario”.
- Ya ves que he sido coherente, que han pasado los años y he seguido mi camino.
No debo nada, no, pero por eso no me creo mejor que nadie. Simplemente, no
pertenezco a ese mundo; no voy a veladas literarias, ni a Hay festivales, ni a
la Feria del libro (aunque a lo mejor este año voy). Me mantengo fuera. ¿Por
qué? Porque no lo necesito. No veo que haya relación entre dar un ciclo de
conferencias sobre la literatura del próximo milenio y escribir novelas. Y yo
escribo novelas. Y trabajo todos los días y lo mejor que puedo. Esto es un
trabajo, no un don divino. No soy un artista. Tengo una obligación moral
conmigo mismo y con la gente que me lee. Tengo que concentrarme en eso y no ir
por ahí teorizando sobre literatura, que me importa un carajo.
- Si, pero ahora es usted académico.
-Ya, pero eso no lo pedí. ¿Quién iba a rechazar ese honor? Estoy encantado,
además. Estar entre gente sabia es un privilegio. Dice Javier Marías que la
Academia es lo más parecido a un club inglés que ha visto en su vida. Pero no,
no es un club, es algo abierto al mundo, a América; es un lugar de trabajo
interesantísimo. Formar parte de ese grupo es un honor inmenso.
- ¿Lee los libros de otros colegas, o sólo libros de Historia?
-(Silencio largo, largo) Es evidente que algunos leo. Leo los libros de mis
amigos. Leo poco, pero poco por dos razones: primero, porque tengo 58 años y me
queda un tiempo limitado. Y prefiero leer historia, o clásicos griegos y
latinos, que es lo que me gusta. Ya no leo prácticamente novela, pero releer a Montaigne, a Virgilio, a Suetonio,
a Plutarco... eso sí me alimenta, me es útil. Yo voy cambiando, así que siempre
me resulta una lectura diferente.
En el making-of de la entrevista se han quedado
algunas curiosidades del escritor. Ahí van éstas: “Desde hace 25 años veo dos
películas diarias en mi casa”... “De esta novela no sale una película, es
demasiado compleja”... “Antes de tener éxito con mis libros, yo era igual de
chulo”... “Sé que hay gente que mataría por mí y otra que no me soporta”... “No
creas, yo también tengo mis ternuras”...
Y alguna perla más.