UNA NUEVA ÉTICA Y UNA NUEVA POLÍTICA PARA EL SIGLO XXI
Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 16 de abril de 2010
Por
su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en
este sitio web
El
alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, obligado por su partido a
abandonar la alcaldía porque los errores, fracasos y episodios corruptos de su
gobierno han inundado la política municipal de basura y están hundiendo al PSOE
en las encuestas, negocia con los dirigentes socialistas y exige, antes de
dejar su sillón de alcalde, un cargo público de importancia que le permita
seguir formando parte de la "casta" y vivir cómodamente en el futuro.
Moteseirín es médico y podría ocupar su puesto en el sistema andaluz de salud,
pero él prefiere seguir "en la pomada", viviendo de esa política que
ha dejado de ser un servicio y que debe aportar tantos beneficios y
satisfacciones que nadie quiere abandonar. Como su partido no le ha ofrecido
nada apetecible, amenaza con permanecer como alcalde hasta el fin de su
mandato.
Con
toda seguridad, Monteseirín logrará su objetivo, a pesar de los daños que su
alcaldía ha causado a la capital del sur, y será otro "ejemplo" más,
de los muchos ya existentes en España, en el que la partitocracia premia con altos
cargos públicos y sueldos de lujo el fracaso político, el rechazo de los
ciudadanos y la mala gestión, todo un comportamiento repugnante que envilece la
vida política y degenera la democracia. Manuel Chávez, anterior presidente
andaluz, bajo sospecha de corrupción por haber entregado diez millones de euros
públicos a la empresa donde trabaja su hija Paula, también es otro
"premiado" por el PSOE, esta vez nada menos que con una
"Vicepresidencia" del gobierno.
Aunque el premio de los fracasados es una constante del sistema que practican
al unísono la derecha y la izquierda, nadie supera al PSOE en su
"generosidad" con los caídos y fracasados. El PSOE tiene la bien
ganada fama de que jamás abandona a los suyos, lo que significa que el ciudadano
tenga que pagar con sus impuestos enormes praderas donde pastan políticos
amortizados y aparcamientos donde viven sin aportar nada gente fracasada en la
política cuyo único mérito es que conocen importantes secretos que no conviene
que sean aireados como consecuencia de un enfado.
La capacidad de premiar al dirigente, aunque haya causado estragos al pueblo y
a la nación, quedará demostrada, una vez más, cuando Zapatero sea desalojado de
la Moncloa. Pasará a la Historia como el peor presidente del gobiuerno español
desde el siglo XIX y habrá dejado a su paso un reguero de cadáveres, formados
por parados, empresarios arruinados, autónomos en la ruína y muchos nuevos
pobres y desesperados, pero su partido se cuidarña de que tenga un futuro
"esplendoroso".
La
"omertá", o el silencio cómplice que protege al grupo para que no
pierda ventajas y privilegios, es uno de los rasgos más corruptos y repugnantes
de la actual vida política española, llena de sospechosos, fracasados y hasta
auténticos chorizos, que han pasado del fracaso escolar al coche oficial, cuya
lealtad y silencio se pagan con cargos y sueldos públicos.
Por desgracia, son prácticas "legales", aunque indignas y
repugnantes, que se han convertido en habituales en los partidos políticos
españoles, que, desde hace ya mucho tiempo, suelen anteponer sus intereses de
poder al bien común y a los deseos y anhelos de los ciudadanos.
La
primera urgencia para la regeneración de la democracia española, antes de la
reforma de la injusta y desequilibrada ley electoral, es la refundación de los
partidos políticos, que en el futuro deberán perder poder y tendrán que ser
controlados por los ciudadanos y por comisiones de notables, designadas en y
por la sociedad civil, integradas por gente independiente y de probada ética e
independencia, con autoridad suficiente para domesticar y enjaular a esos
partidos políticos que, presos del autoritarismo, el egoísmo y la enfermiza
obsesión por el poder, son hoy el gran obstáculo que imposibilita la democracia
en España.
Los
partidos políticos han degenerado el sistema y han hecho trizas la ética
democrática. Víctimas de una enfermiza obsesión por el poder y el dominio, han
convertido la democracia en una sucia oligocracia partidista, donde el poder no
descansa ya en el ciudadano, que debería ser el soberano del sistema, sino en
las élites profesionales de políticos que controlan los partidos.
La
"sucia ética" partidista incumple todas las reglas imprescindibles
para que exista democracia, sin excepción, desde la independencia y separación
de los grandes poderes del Estado y el protagonismo del ciudadano, hasta el
respeto a los derechos fundamentales, la igualdad ante la ley, la garantía de
una prensa libre y la existencia de unos procesos electorales plenamente
libres.
Los
partidos, abrazados con fuerza a la mediocridad y al autoritarismo, son las
peores escuelas imaginables para formar a demócratas. Dentro de los partidos no
existe el debate libre, ni se premian los méritos, ni reina la libertad,
valores imprescindibles en democracia que han sido suplantados por la sumisión
al lider, el silencio cómplice y una falsa lealtad que antepone el partido a la
moral, que prescinde de la ideología cuando se convierte en un estorbo y que
eleva a la categoría de "disciplina interna" una mezcla indigna de
omertá y arrogancia.
El
drama de la partitocracia no es exclusivo de España, aunque en nuestro país
haya alcanzado niveles casi insuperables. Es un mal que afecta a la mayoría de
los países en teoría democráticos del mundo, transformados, con mayor o menor
intensidad y descaro, en dictaduras de partidos sancionadas por las urnas.
Todos
prescinden del ciudadano, que debería ser el soberano del sistema, al que
envían a su casa y sólo convocan cuando se abren las urnas. No son los
ciudadanos sino los partidos los que realmente eligen a los representantes
politicos, porque son los partidos y no los ciudadanos los que elaboran esas
listas "cerradas" y "bloqueadas" que son inamovibles para
el votante. Las promesas electorales no se cumplen; las alianzas post
electorales para alcanzar el poder son, muchas veces, contra natura; la
convivencia del liderazgo político con la corrupción causa espanto, la
financiación de los partidos es tan opaca como la noche; la prensa libre está
acosada y los periodistas y editores comprados por le poder son ya una legión
cuyo hedor inunda el planeta.
La
política es una estafa y tiene que ser refundada. Los cambios a introducir son
tan profundos, que los actuales políticos se resistirán como fieras para
preservar su condición de "nuevos amos" del mundo. Sin embargo, el
cambio será inevitable y, tarde o temprano, los chorizos tendrán que bajarse de
los coches oficiales y la gente noble y dominada por la ética tendrá que
regresar al poder público, del que hace mucho tiempo que fue ignominiosamente
expulsada.