ESPAÑA, DEVORADA POR SUS ENEMIGOS INTERNOS
Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 07
de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
España
se hunde, pero quien le empuja hacia el precipicio no es la crisis económica,
sino sus políticos y sindicalistas, toda una plaga para un país que hoy está de
rodillas y acosado por aquellos que deberían defenderlo. En Islandia van a
juzgar a un ex primer ministro por no haber gestionado como debiera los
recursos del país. Si en España hiciéramos lo mismo, no habría cárceles para
encerrar a tanto político dañino.
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España se hunde, pero su ruina no es producto de la crisis económica que asola
al mundo, sino de sus muchos y poderosos enemigos internos, entre los que
destacan tres de especial ferocidad y capacidad destructiva: los partidos
políticos, especialmente los nacionalistas, los sindicatos mayoritarios y el
propio presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, la pieza con
mayor poder de la peor de las plagas antiespañolas: la "casta"
política en general.
Nadie ha hecho más daño a España que Zapatero. Su negativa a reconocer la
existencia de la crisis, su negativa a emprender las reformas que han salvado a
otras economías, su miedo a equivocarse y sus decisiones erróneas e inútiles
han convertido a España en el país más azotado por la crisis entre las
economías prósperas del planeta.
Pero su responsabilidad llega más lejos por haber puesto en crisis también otros
ámbitos vitales de la nación española, como son el tejido productivo español,
que ha perdido cientos de miles de empresas, comercios, talleres y núcleos
productivos autónomos; la sociedad civil, tan ocupada por el sector público e
intervenida por el gobierno que se encuentra en estado de coma; la confianza
ciudadana en el poder político, destruida por un Zapatero que ha utilizado la
mentira y el engaño como punta de lanza de su gobierno; el aparato del Estado,
que ha crecido tanto que hoy es insostenible y que, en estos tiempos de crisis,
con sus miles de instituciones y empresas públicas y sus cientos de miles de
enchufados y colocados innecesarios por el clientelismo, el amiguismo y el
nepotismo, pesa sobre el futuro de España como una insoportable losa de plomo.
Los sindicatos mayoritarios y los partidos políticos en general, sobre todo los
nacionalistas, han sido los cómplices que Zapatero necesitaba para que su tarea
de destrucción de la España diseñada en la Transición quedara completada hasta
límites insospechados.
Al abrir las puertas del Estado a los sindicatos mayoritarios, convirtiéndolos
en cómplices activos del gobierno, Zapatero no sólo ha comprado al sindicalismo
español, sino que también lo ha castrado y privado de futuro. Atiburrados de
poder, dinero y privilegios, las élites sindicales del presente han condenado a
muerte a los dos sindicatos mayoritarios, Comisiones Obreras y UGT, incapaces
de reponerse de la vergüenza de no haber sido capaces de representar a los
millones de obreros y empleados que en España han perdido su puesto de trabajo.
El sometimiento esclavo de los sindicatos al gobierno de Zapatero ha
constituido el certificado de defunción del sindicalismo tradicional español,
cuya imponente traición de clase le ha cerrado las puertas del futuro.
Pero la responsabilidad mayor en la catástrofe española, después de Zapatero,
es de los partidos políticos, especialmente de los dos grandes, PSOE y PP,
entregados a la corrupción, al privilegio y a sus propios intereses de poder, precisamente
cuando España y los españoles más necesitaban su liderazgo.
Especialmente grave y perverso ha sido el espectáculo ofrecido al unísono por
el PSOE y los partidos nacionalistas españoles, incluyendo a los separatistas
que tienen por bandera el odio a España. Al pactar con ellos para ejercer el poder
y al comprar con dinero público sus votos en el Congreso, Zapatero no sólo se
ha pervertido él, sino que ha contaminado de manera grave y casi irreversible a
su propio partido, a los partidos "socios" y a la misma democracia
española, frente a la que el ciudadano demócrata y responsable ha aprendido a
sentir asco y a rechazar.
Zapatero ha demostrado hasta el cansancio que es capaz de sellar pactos
"contra natura" con partidos políticos de ideología contraria,
algunos de ellos claros enemigos del Estado. Al hacerlo una y otra vez, sin
otro motivo y fin que el control del poder, ha envilecido la democracia hasta
extremos nauseabundos. Cuando ha comprado con dinero público los votos que
necesitaba en el Congreso para aprobar sus leyes, no ha cometido ilegalidad
alguna porque la deficiente democracia española permite esos desmanes, pero ha
traspasado todas las líneas rojas de la decencia y ha desprestigiado al sistema
y a la casta política española hasta más allá de la prudencia, quizás de manera
irreversible, perdiendo la confianza de todo ciudadano español que conserve
conciencia y sentido de la democracia.
Es cierto que la oposición del Partido Popular no ha participado en esos
terribles aquelarres antidemocráticos de Zapatero, pero no es menos cierto que
ha sido incapaz de mantener encendida la llama de la decencia en estos tiempos
difíciles. Acobardada, con miedo a equivocarse, soñando con heredar el poder no
por méritos propios sino por los errores y el desgaste del socialismo, la
derecha española ha sido incapaz de mantenerse al margen de la corrupción, no
ha sabido ilusionar a los españoles con propuestas y programas de regeneración
ni de representar una esperanza o una alternativa de altura ante el drama
demoledor de Zapatero.
La situación es tan triste para los demócratas españoles que se sienten más
atraídos por demostrar ante las urnas su profundo rechazo a "la
casta" política en general y a la dictadura de partidos reinante, mediante
el voto en blanco, el voto nulo o la abstención, que votando a una derecha que
no consideran una alternativa ilusionante. Los que, aterrorizados ante lo que
Zapatero representa, terminen votando al PP, tendrán que hacerlo con la nariz
tapada y portando una mascarilla para eludir el terrible hedor que desprende
también la derecha, insertada con todas sus consecuencias en la sucia partitocracia española.