INDIGNADOS E INDIGNANTES
Artículo de Francisco Rubiales
en “Voto
en Blanco” del 20 de junio de
2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Lo ocurrido ayer en
España es importante porque significa el despertar de una nación que hasta
ahora había sido sometida y castrada por una de las peores clases políticas del
mundo. España, por fortuna, despierta y exhibe sus dientes ante unos políticos
que ya se escudan, asustados, detrás de las fuerzas policiales que han armado y
entrenado para reprimir la indignación popular. Cuando una clase política tiene
que defenderse de su propio pueblo con la policía es porque carece de
argumentos y pierde legitimidad democrática. Está comenzando un nuevo capítulo
en la Historia moderna de España: el de la indignación popular frente a su
indigna clase política. Bienvenida sea la protesta, símbolo de la valentía de
un pueblo y de su apego a los valores y a la decencia que nos han arrebatado.
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Si las calles de España se llenan de indignados es porque existe una clase
política indigna que genera indignación. No valen ya las típicas fintas oportunistas
de mimetizarse con la indignación y capitalizar la rabia popular desde una
política camaleónica. La gente está hasta los "congojos"
de malos dirigentes y de gente indecente en la política. El gran autor de la
indignación de la sociedad se llama Zapatero y él es el principal culpable del
actual desastre de España, un país lleno de miedo ante el futuro y poblado de
desesperados que no tienen trabajo, que temen perderlo, que no se fían de sus
dirigentes y que odian a la casta gobernante, culpable de negligencia, mal
gobierno, abuso de poder, arrogancia, despilfarro y otras canalladas.
Después de Zapatero, los grandes responsables del desastre son los socialistas,
que le sostienen y que se han convertido en los cómplices del nefasto. La
Corona, los paniaguados, la oposición y los grandes poderes del país, desde los
militares a los empresarios, incluyendo a las iglesias y a la sociedad civil,
son también culpables. La Corona se ha mantenido al margen del desastre,
ofreciendo a los españoles el espectáculo insoportable de su lujo y su
presencia sin compromiso en la cúspide del Estado, como si la descomposición no
le afectara, como si la monarquía estuviera por encima del bien y del mal,
demostrando justo lo contrario, que la Corona está por debajo de todo. Los
paniaguados, simbolizados por los sindicatos comprados con dinero público pero
integrados por los cientos de miles de sometidos, sobre todo los periodistas
portadores de mentiras y engaños, los amigos y los parientes del poder que
ordeñan al Estado a diario, tienen una responsabilidad repugnante por haber
apoyado desde dentro del sistema la demolición de España. La oposición es
culpable por no haber sabido ofrecer a los españoles una alternativa
ilusionante de poder y por haber apostado por la estrategia fácil y cobarde de
esperar a que el gobierno se cueza en su propia salsa indigna. Los grandes
poderes del país, desde los banqueros a los militares, sin olvidar a los
empresarios y a los profesionales de mayor prestigio, sobre todos los que viven
del derecho y la ley, son culpables por haberse mantenido al margen o en
complicidad con el desastre de España, de haber guardado silencio mientras se
violaba la Constitución, se practicaba la desigualdad, se arruinaba la
economía, se sembraba la desconfianza y el miedo en la sociedad, el país se
llenaba de pobres y de gente sin trabajo y se perdía la dignidad y el prestigio
internacional.
Los manifestantes que salieron ayer las calles de Barcelona, Madrid y otras
ciudades españolas fueron muchos, aunque sólo tuvieran presencia física unos
150.000. Detrás de ellos estaba una masa enorme y creciente de indignados que,
por el momento exige cambios drásticos en el sistema y elecciones anticipadas,
pero que pronto exigirá responsabilidades a los muchos canallas que han hecho
de España una pocilga.
Su principal mérito es que se manifiestan sin la tutela asquerosa de los
partidos políticos, desde la noble y saludable independencia activa de una
sociedad civil española que está resurgiendo, después de haber sido castrada y
mantenida en estado de coma por la sucia partitocracia
que nos gobierna. El movimiento 15 M, a pesar de su contaminación y de sus
desviaciones preocupantes y sectarias, tiene el mérito indiscutible de haber
despertado a los españoles y hacerles ver que viven en una pocilga, gobernados
por una clase política donde abunda los ladrones, los trileros,
los bellacos y los rufianes.
La manifestaciones de ayer demostraron que si bien el
movimiento 15 M está contaminado e infiltrado por los partidos de izquierda, la
sociedad española está llena de rebeldía y de ganas de arrojar del poder a toda
la inmundicia que lo ocupa. La simple existencia de la indignación popular es
un síntoma evidente de regeneración, aunque todavía en estado embrionario.