ESPAÑA: EL
DESPOTISMO EN EL PODER
Artículo de Francisco Rubiales
en “Voto en Blanco”
del 14 de julio de 2011
Por su
interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en
este sitio web.
Creímos que los tiempos del despotismo habían
concluido y que, tras la muerte del dictador Franco, la libertad y la justicia
habían entrado en la escena, pero el mandato de Zapatero nos ha hecho ver la
verdad: el despotismo ha retornado a España y existe con todos sus rasgos y
facetas del pasado, con impunidad de los poderosos, falta de controles al
gobierno, poder desmedido de los nuevos amos políticos, caciquismo, ladrones
corruptos en las administraciones públicas y en la alta economía y una inmensa
legión de oprimidos, engañados y explotados por las clases poderosas, cuyos
dirigentes, bien defendidos por policías, militares y periodistas domesticados,
disfrutan de los mismos privilegios y fueros que gozaban en tiempos del
absolutismo monárquico los nobles, la milicia y el clero.
¿Qué clase de sistema tolera que el Ejecutivo arruine a la nación y manipule a
su antojo los demás poderes del Estado? Jefferson, Montesquieu
y otros miles de pensadores justos, libres y certeros dirían al unísono que
"el despotismo", el sistema donde el Ejecutivo carece de control
alguno porque tiene en sus manos al Legislativo y al Judicial. Sin una
Constitución democrática, la corrupción continuará, esté quien esté en el gobierno
de España, pues el poder tiende a abusar por naturaleza y sólo se detiene donde
encuentra límites legales y punitivos. En España, mientras no cambiemos este
sistema antidemocrático, corrupto y desequilibrado, el poder de los
gobernantes, es ilimitado.
En política no puede haber perdón para los que arruinan o traicionan a la
patria. Perdonar a los malhechores en política equivale a aprobar su conducta y
sus crímenes, lo que convierte al sistema y a los mismos ciudadanos en
cómplices del crimen. Cabría pensar en el perdón cuando el delincuente,
arrepentido, pide clemencia, pero eso no ocurre en la España actual, donde los
políticos que roban, abusan y destruyen la patria con sus errores y
arbitrariedades, plenos de arrogancia, ni piden perdón, ni dimiten.
La culpa es directamente proporcional al poder. Aquellos que más poder han
tenido son los más culpables. En la España actual, los grandes culpables de la
situación son el presidente del gobierno, el vicepresidente, el rey, los
presidentes del Congreso y del Senado, los ministros y los grandes magistrados.
La sociedad no puede indultar a los déspotas ni a los traidores, especialmente
a los que han tenido en sus manos todos los poderes del Estado para hacer el
bien y sólo han hecho mal. El pueblo español necesita, por razones de salud
pública y dignidad moral, castigar a los que han hecho de España lo que hoy es,
una nación descuartizada, empobrecida, desprovista de armadura ética, con sus
valores desquiciados, sin esperanza, sin prestigio internacional y plagada de
desempleados, nuevos pobres y gente triste.
Los principales culpables de la tragedia de España merecen castigos como la
degradación pública y hasta el destierro, mientras que aquellos a los que se
les puedan probar delitos y abusos deben ingresar en la cárcel. La sociedad
española necesita castigar a sus predadores porque sin ese castigo no hay
regeneración posible y porque dejar sin castigo a los canallas significa
comulgar con sus maldades.
Es probable que el peor drama de España no sea la corrupción, a pesar de su
inmensa gravedad, ni el abuso de poder, que ha alcanzado niveles de nausea,
sino que no hay justicia para los grandes y poderosos, a los que siempre ha
compensado delinquir, sobre todo si los delitos se cometen con guantes blancos.
La desgraciada etapa de Zapatero, que por fortuna termina, dejando tras de sí
un espeluznante reguero de destrucción y sufrimiento, tiene sólo una faceta
buena: ha abierto los ojos a los españoles para que se den cuenta que nunca han
tenido una democracia real y que han estado dominados y engañados por una
pandilla de miserables.
Tras la experiencia terrible del gobierno socialista, el cual fue precedido por
el gobierno autoritario, arrogante y poco democrático de Aznar, sólo nos queda
obligar al poder político a que se arrodille y pida perdón, después de lo cual
deberá abrirse un periodo constituyente, que redacte una constitución
auténticamente democrática, mientras, simultáneamente, se juzgan a los canallas
y se limitan drásticamente los poderes de los partidos políticos, las
verdaderas bestias del sistema y una de las fuentes corrosivas más potentes
existentes en la sociedad.