¿DEBIÓ EL REY
LEVANTARSE Y ABANDONAR MESTALLA CUANDO FUE ABUCHEADO EL HIMNO NACIONAL?
Artículo de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 15 de mayo de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web
Cuando
ocurrieron los lamentables hechos de la final de la Copa del Rey y sentimos
vergüenza ante esos hechos, abrimos un debate interno en Voto en Blanco para
analizar si el rey Juan Carlos debió o no abandonar el Estadio de Mestalla
cuando la mayoría de los aficionados allí presentes pitaron y abuchearon el
himno nacional español y la monarquía que él representa. El resultado del
debate no fue unánime, pero la mayoría creyó que debió hacerlo para poner freno
a los abusos del nacionalismo, cada día más radical e independentista,
precisamente como consecuencia de la complacencia del gobierno y de la
debilidad del poder político y de las instituciones.
Algunos
siguen aconsejando prudencia ante los desmanes del nacionalismo, pero la
mayoría de los que han sido consultados creen que el rey debió levantarse de su
asiento y abandonar el estadio de Mestalla en la noche de la final de la copa,
cuando el himno nacional y la monarquía fueron ruidosamente abucheados y
pitados por la mayoría de los aficionados presentes. Una actitud firme del rey
quizás hubiera servido para plantear con la crudeza necesaria el debate sobre
la deriva del nacionalismo en España, cada día más radical, independentista,
hostil y desenfrenado, precisamente como consecuencia de la debilidad del poder
político, la complacencia y complicidad del actual gobierno, que, en el caso de
Cataluña, gobierna con ellos como socios, y la indiferencia de la Justicia y de
las grandes instituciones del Estado.
Muchos creemos que la debilidad y la complacencia de un poder político carente
de ideología y principios sólidos frente al nacionalismo han llevado a España
hasta la situación presente, en la que Cataluña (más que el País Vasco) se ha
convertido en un cáncer para España, que lastra el progreso, que está creando
metástasis en otras autonomías y que constituye un pésimo referente sobre la
democracia, la dignidad y la convivencia.
Permitir que
los que se expresan en español o los que quieren que sus hijos estudien en la
lengua común sean marginados o perjudicados por un poder político borracho de
nacionalismo, que viola la Constitución, es una vileza sin perdón del gobierno
y de la Justicia. Gobernar con esos dictadores nacionalistas como socios es,
además, antidemocrático y sucio. En estas conclusiones no hubo discrepancia.
Una actitud
digna del monarca español en la noche de Mestalla quizás hubiera abierto el
debate necesario y siempre aplazado sobre la convivencia y la unidad de la
nación. No se puede avanzar con una autonomía como la catalana, que rema
abiertamente en sentido contrario, ni tiene sentido que un partido político que
se dice español, como el PSOE, haga las veces de timonel en la insolidaria
chalupa catalana.
Con Cataluña
como lastre canceroso, España siente los estragos de esa enfermedad. El
lamentable boicot anticatalán, también llamado Compra
Selectiva, se practica en ambos bandos, se extiende con eficacia a muchas
regiones de España y se agranda con estos acontecimientos. Según algunos datos,
el boicot no sólo afecta a alimentos y bebidas, sino también a productos
industriales y, últimamente, alcanza ya a los automóviles Seat
y Audi, esta última marca por haber aceptado
construir en la factoría catalana de Martorell su
nuevo modelo Q3.
Quizás haya
llegado la hora de reconocer que así no podemos continuar, que el fenómeno de
las autonomías se ha ido de las manos y que España no puede vivir con 17 taifas
cuasi independientes, enfrentadas entre sí y arrancando dinero y concesiones a
un gobierno central que no sabe imponer austeridad y disciplina en un país que,
golpeado por la crisis con más intensidad que cualquier otro de Europa, es
conducido por el mal gobierno hacia su derrota y fracaso histórico.
Algún día no muy lejano, tal vez cuando la ruptura ya sea inevitable,
lamentaremos la cobardía y la debilidad suicida que exhibieron el gobierno y
las instituciones actuales frente al insolidario y disgregador movimiento
nacionalista radical.
La prueba más brutal y elocuente de esa debilidad es los tres años que lleva el
Tribunal Constitucional, aterrorizado ante el compromiso de tener que decidir,
deliberando sobre un nuevo Estatuto de Cataluña que la inmensa mayoría de los
españoles, incluídos la mayoría de los mismos jueces
del Constitucional, sabemos que maltrata principios constitucionales básicos en
varios apartados decisivos del texto.
La conclusión
más clara y unánime de nuestro debate fue que la mayoría de los problemas
actuales de España se deben a que al poder carece de la suficiente talla
política y altura moral e intelectual, un déficit que afecta tanto al gobierno
como a la oposición y a las principales instituciones del Estado.