Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 30 de octubre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
La
"castración" es el mayor daño causado por los políticos en la
sociedad española. Muchos ciudadanos, víctimas de la degeneración, creen ya que
las actividades y metas más nobles y creativas de antaño ya no merecen la pena:
Trabajar, ser honrado o crear una empresa carece de sentido en una España en la
que lo que interesa es ser político, funcionario o, por lo menos, familia,
amigo o enchufado de un poderoso. Los ambiciosos y mediocres entran en los
partidos políticos y se buscan "padrinos" porque saben que ese es el
camino más corto hacia la opulencia.
De
todos los males causados por los políticos a la sociedad española, el peor de
todos es el de haberla castrado, haber cegado el impulso, el entusiasmo, el brio y la esperanza. Ese daño es mil veces peor que la
corrupción y más dañino que el abuso del poder y hasta la opresión.
Los politicos españoles exhiben su poder, su rango y su boato a
diario y logran el efecto deseado de atemorizar a los ciudadanos. Lo hacen en
la Zarzuela, en la Moncloa, en los ministerios, en el Parlamento, en los actos
públicos y, sobre todo, en la televisión, donde se proyecta una imagen del
poder que combina la intimidación y el brillo.
La reciente ceremonia de los premios Príncipe de Asturias es un ejemplo
elocuente de mecanismo intimidador y castrante. Pero cumplen la misma misión
las sesiones de las Cortes, las imágenes de los consejos de ministros y el
protagonismo incansable de los políticos en la prensa, la radio y la
televisión.
La
gente observa el lujo del poder, la ostentación, los coches oficiales
brillantes, los uniformes y, a veces, la arrogancia y, como consecuencia, todos
comprenden quién manda y que el poder que ostentan es prácticamente ilimitado.
Jamás se proyecta una sóla imagen sobre las límitaciones y controles del poder, a pesar de que son la
esencia de la democracia. El subconsciente de los más débiles termina
impregnado de miedo y asumiendo que si los poderosos no nos hacen daño es,
simplemente, porque no quieren... o quizás porque en el fondo son buenos.
Todo esa escenografía perversa crea una desmoralización que
impide cualquier progreso. La gente quiere un enchufe, con oposiciones o sin
ellas, porque es la forma de comer todos los días. Eso de crear una empresa, o
trabajar duro ya no vale y no vale porque siempre habrá alguien que se
aproveche de lo que haces, quizás subiendo los impuestos, y saque más dinero
que tú.
En
Andalucía y Extremadura, la multitud de los castrados es casi infinita.
Preguntas a los universitarios que quieren ser cuando terminen sus carreras y
tres de cada cuatro responden que "funcionario". El espectáculo del
poder es aterrador en estas regiones, las más pobres y atrasadas de España,
dominadas desde hace décadas por gobiernos socialistas. Un tercio de la
economía depende del gobierno y una gran parte de las empresas tendrian que cerrar si las administraciones les cerraran el
grifo. El poder es denso, pesa como una losa de plomo sobre el ciudadano y lo
ocupa todo: cajas de ahorros, medios de comunicación, sindicatos, patronal,
universidades, colegios, publicaciones, asociaciones, colegios profesionales y
un largo etcétera. Los que se resisten, sucumben a fuerza de subvenciones,
concesiones o privilegios. El empresario que se quede fuera del manto protector
del poder, está muerto. Los políticos, los funcionarios, los asesores, los
enchufados, los familiares del poder, los paniaguados, los pelotas y los
sometidos integran una legión que aterra al ciudadano independiente, que pierde
toda esperanza de regenerar una democracia que se ha hecho corrupta, clientelar,
inepta, empobrecedora, implacable con la independencia, enemiga de la crítica,
adversaria del auténtico ciudadano.
Pero en el resto de España, la situación no es mucho mejor. El País Vasco
refleja el envilecimiento del poder político y de la sociedad con una claridad
inquietante y en Cataluña el poder es indecente y el ciudadano catalán,
envuelto en consignas y mentiras, se vuelve cada día más minúsculo frente a lo
público.
La
consecuencia de todo esto es la parálisis de una sociedad castrada, incapaz de
crear riqueza, de rebelarse contra la corrupción que infecta al poder político,
incapaz de indignarse ante el avance del desempleo y la pobreza, incapaz de
salir a las calles para expulsar a los ineptos que conducen al país hacia el
matadero. Ni siquiera se escucha un lamento ante el dramático hecho de que cada
español que nace llega a este mundo hipotecado para toda su vida por Zapatero y
condenado a pagar una deuda que los políticos han asumido sin consultar a los
ciudadanos, que son los que le pagan el sueldo, una tropelía creada porque los
que mandan, sin escrúpulos ni vergüenza, no quieren renunciar al dinero fácil, .
Sólo en el silencio de nuestros hogares, con las ventanas enrejadas y las
puertas blindadas bien cerradas, a salvo de las miradas y sin temor a ser
espiados, algunos se atreven a afrontar la verdad: los políticos son los
verdaderos enemigos del progreso, ellos son los grandes obstáculos para que
España avance y se comporte como un país justo y digno.
¡Maldita sea!