Han roto la baraja
Artículo de Javier Ruiz Portella en “El Semanal Digital” del 25-3-05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
26 de marzo.
Cuando alguien rompe la baraja… y el otro se queda como si no pasara nada, son
muchas las cosas que en realidad pasan. Pasa que al que sigue respetando las
reglas del juego se le pone cara de idiota, mientras el que las rompe se troncha
de risa, se envalentona… y asesta nuevos golpes.
El próximo será el Valle de los Caídos. Porque aquí, señores, una de las dos
partes ha roto la baraja, ha quebrantado (no ahora, demoliendo la estatua de
Franco, sino desde hace tiempo) el pacto sobre el que se asentaba todo el
edificio de la denominada segunda Restauración. Ha quedado hecho trizas aquel
pacto –"enterremos el hacha de guerra", "ni vencedores ni vencidos"– gracias al
cual la estatua, por ejemplo, de quien nos libró de la tiranía
marxista-leninista se alzaba en Madrid junto a la que sigue honrando al "Lenin
español". Aberrante conjunción, desde luego. Pero el bien de los pueblos exige a
veces tales aberraciones lógicas –y ésta era imprescindible. O lo hubiera sido…
si hubiese anidado en el corazón de todos el anhelo de concordia que la
Transición implicaba de manera ejemplar.
Pero tal anhelo –ha quedado sobradamente claro– sólo existía en el corazón de
una derecha que, disponiendo de todos los resortes del poder, hizo voluntaria
dejación del mismo. Es cierto que la izquierda (incluido el homenajeado
carnicero de Paracuellos) jugó al principio limpiamente el juego. Pero por una
sola razón: porque era muy débil, porque temía la reacción del Ejército; porque
no le quedaba, en suma, más remedio. Con los años se pondría de manifiesto que
ningún ánimo de concordia la movía: sólo resentimiento bajo melifluas palabras;
sólo las ganas de acabar un día aniquilando a los "malos", como diría
Peces-Barba.
Los hechos cantan: resoluciones parlamentarias que atribuyen a un solo bando la
legitimidad moral en la contienda civil, violentos ataques a más de doscientas
sedes del PP, ensañado bombardeo ideológico-mediático, persecución contra los
católicos, aprovechamiento (si es que no otra cosa) del atentado del 11-M… Y por
encima de todo, el engreimiento de quienes se consideran los "buenos", los
únicos titulares de la Bondad, la Justicia y la Verdad. Presidiéndolo todo, la
altanera soberbia de quienes han destilado en la sociedad española la idea de
que, moralmente, son ellos los únicos vencedores de la contienda fratricida.
¡Ellos, que la iniciaron con la insurrección armada de 1934! ¡Ellos, que a punto
de consumar la Revolución socialista, obligaron, dos años después, a que media
España se alzara en armas!
No clamar tales cosas –no blandir, frente al cadáver de Lorca, los de Pedro
Muñoz Seca y Ramiro de Maeztu– es lo que implicaba el espíritu (admirable, si
todos lo hubiesen aceptado) de la Transición. La derecha lo ha respetado más que
escrupulosamente: hasta la humillación. Pero se acabó el deshonor –al menos por
lo que a "la derecha social" se refiere. ¿Quieren esos necrófilos ponerse a
hurgar en las fosas? Más hubiera valido evitarlo; pero si se empeñan, pongámonos
todos a hurgar. No sea que, rota definitivamente la baraja, se nos quede, bajo
los escupitajos, una irremediable cara de idiotas.