NACIÓN
Artículo de Ignacio
SÁNCHEZ CÁMARA en “ABC” del 23/11/04
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo
en este sitio web. (L. B.-B.)
Con un muy breve comentario al final:
¿TRAGEDIA, COMEDIA O TRAGICOMEDIA? (L. B.-B., 23-11-04, 11:00)
EL
presidente del Gobierno afirmó la semana pasada que el concepto de «nación
española» es «discutido y discutible». Hasta donde alcanzo a saber, los conceptos
no son discutibles. Lo que podrá ser discutible es, por ejemplo, si su
referencia existe o no. En este caso, si España es o no una nación. Y, en caso
afirmativo, qué consecuencias cabe extraer de ello. Por lo demás, basta con que
uno discuta algo para que sea discutido. Y si es discutido, entonces es que es
discutible. Nietzsche niega que existan los Derechos Humanos. Por lo tanto, son
discutidos y, por ello, discutibles. Entonces, la nación española no está en
peor situación que los Derechos Humanos, la democracia parlamentaria o la
Constitución. La vicepresidenta primera del Gobierno, poco después, ha
declarado que no pasaría nada si se cambia en el texto constitucional
«nacionalidades» por «naciones». Aunque, al parecer, se ha apresurado después a
negar que sea partidaria del cambio. Y uno se pregunta: ¿qué más da si no pasa
nada? El Gobierno sigue empeñado en abrir debates y definir conceptos. Si lo
primero es razonable si se plantea con claridad, lo segundo excede sus
competencias. Máxime si se ha pronunciado la Constitución. Entonces, ya no cabe
sino promover la reforma constitucional. Y en este caso no se trata siquiera de
un debate promovido en el interior del PSOE, sino que, más bien, todo parece
indicar que el fin es complacer a los aliados nacionalistas. El Gobierno tiene
algún problema con el artículo 2 de la Constitución y conviene, por el bien de
todos, que se aclare.
¿Pasa o no pasa algo con decir «nación» donde se decía «nacionalidad»? Como el
artículo 2 afirma que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad
de la Nación española», y luego garantiza el derecho a la autonomía de las
nacionalidades y regiones que la integran, entonces, al sustituir
«nacionalidades» por «naciones», se estaría afirmando que España es una nación
de naciones (y regiones). Cosa posible, no contradictoria en sí, pero, muy
probablemente, falsa. Europa sí puede entenderse como una nación de naciones,
pero no Italia, Francia, Alemania o España. Por otra parte, como la nación
tiende a configurarse como poder constituyente, la aplicación del término a
Cataluña o Extremadura entrañaría el reconocimiento de que poseen poder
constituyente y, por lo tanto, la Constitución ya no descansaría en la
indisoluble unidad de la Nación española. Mas, como éste es su fundamento, el
cambio de una sola palabra, miren por dónde, entrañaría no una mera reforma
parcial sino su reforma total, en suma, su destrucción, y su sustitución por
otra radicalmente distinta. Vean si tienen poder las palabras. Habrá quienes
repliquen que reconocer el carácter nacional a partes de España no entraña de
suyo la ruptura de la unidad nacional. No como hecho, pero sí como posibilidad.
Si existen varias naciones, la única forma de mantener la unidad sería mediante
un Estado federal, por lo demás, dependiente de la decisión soberana de las
naciones, al menos en la versión del PNV. Por otra parte, ni siquiera esta
destrucción de la Constitución satisfaría las exigencias nacionalistas, al
menos las de los más radicales, pues no admiten que España sea una nación de
naciones. Para ellos, o se trata meramente de un Estado, o, si es una nación,
es diferente, por ejemplo, de la catalana o la vasca. En conclusión, sí pasaría
algo, y mucho, si se cambia esa palabra del texto constitucional. Aún así, el
Gobierno estaría en su derecho de equivocarse y promover la reforma
(destrucción) constitucional en este sentido, pero necesitaría el acuerdo no
con Maragall, Carod-Rovira o Ibarretxe, sino, ay, con
el Partido Popular.
¿TRAGEDIA, COMEDIA O TRAGICOMEDIA? (L.
B.-B., 23-11-04, 11:00)
Pero esa alianza del radicalsocialismo del PSOE con la Esquerra Republicana de
la Segunda República y con el PSUC y lo que queda del PCE ---todo muy al estilo
de los años treinta--- necesitaría mucho más que al PP ---cosa imposible---: también
de la voluntad mayoritaria del pueblo español, que por arte de magia y talento
---disculpen, talante--- estuviera dispuesto a revivir como parodia y
esperpento la tragedia histórica del pasado.
Les releo el art. 168 de la
Constitución:
"1.- Cuando se propusiere la revisión
total de la Constitución o una parcial que afecte al título preliminar (arts. 1
a 9, L. B.-B.), al Capítulo segundo, Sección primera del Título I, o al título
II, se procederá a la aprobación del principio por mayoría de dos tercios de
cada Cámara, y a la disolución inmediata de las Cortes.
2.- Las Cámaras elegidas deberán
ratificar la decisión y proceder al estudio del nuevo texto constitucional, que
deberá ser aprobado por mayoría de dos tercios de ambas Cámaras.
3.- Aprobada la reforma por las Cortes
Generales, será sometida a referéndum para su ratificación."
Es decir, dos tercios de ambas Cámaras,
dos tercios de las nuevas constituidas después de las elecciones y referéndum a
favor.
Pero ni el pueblo español va a
continuar tragando indefinidamente, ni Rodríguez Zapatero es Largo Caballero
---más bien Marcelino Domingo--- ni Carod, Companys
---más bien Lerroux---... ¿Y Maragall?... ¡Dios, en
que aprietos me meto!... pongamos que pertenece a una nueva especie dentro de
la fauna política, o quizá del espectáculo.
Lo que sí parece claro es que entre los
tres nos van a meter en una maraña, embolado o "merdé"
(en catalán) de categoría. Esperemos que todo quede en comedia, y no en
tragicomedia.
Permítanme que me autocite
reenviándolos a uno de mis comentarios de hace algún tiempo:
"La España de los socialistas" y "IU apuesta
por un Gobierno con PSOE y CIU en 2004",
artículos en "El Periódico" del 1-9-03 y "El Semanal
Digital" del 16-9-03. Con un breve comentario al final: ESA NO ES LA ESPAÑA DE LOS
SOCIALISTAS (L. B.-B., 18-9-03, 19, 30 hs.).