EL
BANQUERO DEL TITANIC
Artículo de Carlos Sánchez en “El
Confidencial” del 19 de junio de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Emilio Botín en la Moncloa
junto al presidente Zapatero
La última Memoria
de la Fiscalía General del Estado incluye un párrafo esclarecedor. Por no decir
aterrador. Se refiere al número de delitos fiscales, y quien redacta el
escrito, la Fiscalía de la Audiencia Provincial de León, muestra su “sorpresa”
(sic) porque el año anterior [2009] no se hubiera incoado en toda la
provincia “ningún delito contra la Hacienda Pública”.
No es, desde luego, el caso de la provincia de
Almería. Allí sucede todo lo contrario, aunque el resultado sea idéntico. Se
han detectado, asegura la Fiscalía, numerosos fraudes fiscales, pero el
funcionario de turno reconoce la impotencia de los poderes públicos para atajar
el problema. La mayoría de los expedientes, sostiene el escrito, “se encuentran
paralizados por no poder ser localizado el denunciado”.
Estas revelaciones no tendrían mayor interés
-dando por bueno que todos los contribuyentes leoneses sean leales con la
Hacienda pública- si no fuera porque en ese mismo periodo de tiempo se
multiplicaron en la provincia de adopción de Zapatero (el único leonés
nacido en Valladolid) las insolvencias punibles y los delitos societarios
debido a la crisis económica, como reconoce la propia Fiscalía. Pelillos a la
mar, debió pensar Hacienda. Nada que objetar. Ni un expediente abierto por
delito fiscal.
Se supone que con estos antecedentes tampoco
extrañaría en su día que la declaración fiscal por IRPF de Jaime Botín
correspondiente al año 2009 le hubiera salido “a devolver”. Tal y como
señala el Auto
de la Audiencia Nacional que ha abierto en canal la credibilidad del sistema
fiscal español, convertido en un gigantesco queso de gruyer agujerado por tanta
defraudación. El Auto, incluso, desnuda la solvencia de la propia CNMV, incapaz
de desvelar el origen de algunas participaciones accionariales sin ponerlas, al
menos, en entredicho o bajo sospecha. Ni siquiera las puso en conocimiento
de Hacienda.
No es de extrañar, por lo tanto, el malestar de buena
parte de la ciudadanía con el pobre funcionamiento de la Hacienda Pública a la
hora de combatir el fraude fiscal. Sin duda, por ausencia de medios materiales
y humanos, como demuestra este
estudio de la OCDE, pero también por falta de determinación política para
acabar con tanto engaño. No sólo por la vía penal, sino mediante la eliminación
de instrumentos de elusión fiscal que sólo favorecen al defraudador. Es
patético, en este sentido, leer en el escrito del juez Andreu las miserias de
una Agencia Tributaria que reconoce su inoperancia para atacar estructuras
patrimoniales “complejas” mediante la creación de “trust, fundaciones o
sociedades de diversa índole”, lo cual pone al Estado de Derecho en una
evidente debilidad frente al defraudador. Ni siquiera el Estado, con su
legítima capacidad de coacción y su facultad legisladora, es capaz de poner
orden en tanta trapacería.
El sistema financiero mundial cayó -entre otras
razones- por la creación de instrumentos financieros complejos que no entendían
ni quienes los colocaban en los mercados para su negociación; y lo mismo está
sucediendo en algunas haciendas públicas. Impotentes e inanes ante una
complejidad tributaria diseñada y ejecutada, en muchos casos, por funcionarios
que al cabo del tiempo (y en situación de excedencia) se pasan al sector privado
con armas y bagajes. Precisamente para hacer inoperantes las propias normas que
ellos ayudaron a aprobar.
Como observó alguna vez con amargura el cardenal Richelieu, la historia conoce muchos más ejércitos
arruinados por las carencias y el desorden interno, que por la acción de sus
enemigos. Y España se suicida con un sistema tributario obsoleto e ineficiente
que hace posible que Grecia, un país cercano a la bancarrota y con tipos
impositivos menores, recaude cinco puntos más de pib
que España (50.000 millones de euros). No es de extrañar, por lo tanto, que las
tres cuartas partes de los contribuyentes -última encuesta del Instituto de
Estudios Fiscales- piense
que el fraude fiscal ha aumentado en la última década. O que casi el 60% opine
que existen colectivos que defraudan de forma habitual y continuada. O,
incluso, que el 43% de los contribuyentes justifique de alguna manera la
conducta defraudadora.
La circunstancia de que el primer banquero del país
esté incurso en una de esas investigaciones -derivada, no hay que olvidarlo, de
una denuncia de la Hacienda francesa raíz de un chivatazo-, sólo produce,
en este sentido, hastío y cansancio en una sociedad que ha dejado de creer en
sus instituciones. Pero que, paradójicamente, se ha convertido en rehén de su
propia desidia.
El hecho de que algunos sectores sociales reaccionen
ahora, tres años después de la crisis, sólo demuestra la falta de respuesta social
al desempleo, la clave de bóveda de todos los problemas de la economía
española. Incluida la dejadez y hasta la desidia de algunos empresarios
-entre ellos Botín- que durante años coquetearon con el poder político en busca
de cierta impunidad. Y cuyo patriotismo parece de hojalata.
La patria, como decía Azaña, no es otra cosa que la
igualdad de los ciudadanos ante la ley, y por eso cuando pasan 17 años sin que
ricos herederos regularicen una situación fiscal ya de por sí
suficientemente ominosa (fuga de capitales), estamos ante un ataque contra la
ciudadanía. O contra la patria, como se prefiera. O, incluso, contra el
propio deber moral que necesariamente debe iluminar la conducta humana.
Tampoco hay que olvidar, sin embargo, que el Titanic del que habló Zapatero navega a la deriva, y es
posible que el capitán Rubalcaba (la información es poder) tenga la tentación
de poner en circulación la política del escarmiento público para ganar votos.
Sobre todo si los protagonistas son banqueros. Pero una sociedad
inteligente es aquella que es capaz de separar el trigo de la paja sin caer,
desde luego, en osadas teorías de la conspiración. Hacer un totum
revolutum contribuye a hundir a este país un poco más la miseria. Y pensar
que todos los banqueros o todos los empresarios son iguales. O que todos los
indignados el 15-M son unos violentos y unos desarrapados, no es más que un
empobrecimiento intelectual. A cada cual lo suyo. Aunque lo cierto, en todo
caso, es que la familia Botín tuvo casi dos décadas para regularizar la
situación y no encontró el momento ¿Por qué habrá sido?
Pero repugna, al mismo tiempo, que el ministro Valeriano
Gómez, recien salido del Gobierno cuando Zapatero
dijo que España tenía el mejor sistema financiero del mundo, sostenga
ahora que son los bancos los culpables del paro. Las dos cosas no pueden ser
ciertas, y el ministro lo sabe, pero parece que se ha impuesto una deriva
populista con tal de intentar ganar las elecciones.
Los banqueros son culpables de muchas cosas. Sobre
todo si defraudan a Hacienda, pero el aumento de los desahucios no tiene nada
que ver con ellos, hay que vincularlo al crecimiento del desempleo y a una
desastrosa política económica. Pero también a la existencia de una Ley
Hipotecaria añeja que no entiende fenómenos contemporáneos, y que hace que el
riesgo de la inversión crediticia no corra contra la cuenta de resultados de
quienes prestan el dinero, los bancos y las cajas de ahorros, sino contra quien
recibe el préstamo, lo cual es un auténtico disparate. Es el parlamento, y no
los banqueros, quien debe legislar.
Lo malo del caso de la familia Botín es, por lo tanto,
la sensación que deja en la opinión pública. Incluso los ciudadanos en teoría mejor
vigilados –las 200 fortunas que controla directamente la unidad de grandes
contribuyentes- escapan del control de los poderes públicos. Ese es el
problema, la sensación –y en algunos casos la certeza- de que la impunidad se
filtra por los poros del Estado. Hasta algunos medios de
comunicación que presumen de buscar la verdad y combatir la corrupción han
acabado por contaminarse y por ser permeables a tanta mezquindad.