LA CULPA NO ES DE MORATINOS, ES DE ZAPATERO
Artículo de José Antonio Sentís en “La Razón” del 09 de diciembre de 2009
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
El
ministro de Exteriores español parece gafado. No sale de un problema para
meterse en otro. Y todos tienen el mismo desarrollo: sorpresa general al
principio, pasividad contemplativa después, agitación compulsiva más adelante,
y llamada de auxilio a continuación (a la sociedad, a la oposición, al mundo o
a la Divina Providencia). El cuadro se completa con un pasteleo tardío que deja
un regusto de torpeza, de inseguridad, de debilidad o de cesión.
Al
ministro de Exteriores español le han tomado la medida. En el marco de su
competencia, las relaciones internacionales, todos saben que nuestro
representante nacional interpreta un modo de hacer política basado en el deseo
de hacer amigos. Lo que es extraordinario en su negociado, en el que la
política exterior se basa, primordialmente, en la defensa de los intereses.
En
teoría, no sería difícil compatibilizar ambas cosas, la amistad y los
intereses. Pero es de uso común que los segundos son previos a la primera, y
sólo se convierten en tus amigos aquellos que te respetan, y no lo son quienes
se chotean de tus debilidades. Por eso, lidiar con los conflictos mundiales
desde el concepto de que todo el mundo es bueno, y que se puede apaciguar a las
fieras susurrándoles al oído, demuestra una ingenuidad palmaria.
En
una palabra, el ministro de Exteriores tiene que tener el colmillo retorcido.
No es el árbitro neutral en la partida de ajedrez: está obligado a ganarla. Y
nosotros, los españoles, tenemos un ministro de Exteriores con vocación de
mediador, de ONG, de juez de paz. Sólo que, desgraciadamente para esa vocación,
él tiene que ser parte.
Aunque
el afable Moratinos no lo sepa, su papel es el del embajador japonés que tiene
que anunciar a Estados Unidos el ataque a Pearl
Harbor… después de producirse. Un tipo que pone la cara a la traición al
enemigo, porque es la manera de defender al propio, donde no cuenta la moral,
el carácter o la voluntad personales. Y, si cuentan, uno no puede dedicarse a
ministro de Exteriores, sino irse de misionero a tierras africanas para
evangelizar a las tribus en conflicto con la ética de Rousseau.
Después
de los ridículos acumulados en un lustro de política exterior, habría que
pensar que Moratinos no es la persona adecuada para tal función. Pero eso puede
no ser justo. Porque nuestro ministro de Exteriores sólo es responsable de
tener un perfil orientado a la mediación en los conflictos (aunque alguien
considere que su papel ahí, por ejemplo en Oriente Medio, fuera razonablemente
estéril). El problema es de quien ha elegido este tipo de gestor exterior: José
Luis Rodríguez Zapatero.
El
asunto es de calado político, porque es Zapatero quien ha diseñado un formato
de política exterior basado en la concesión, aun a costa de la humillación
nacional; en el complejo de inferioridad y la necesidad imperiosa de pedir
perdón por lo que fuimos, somos o seremos. Incluso de pedir disculpas por lo
que deberíamos ser, a cambio, naturalmente, de no serlo.
Si el
buenismo fuera una manera de hacer política, sería
estúpido, pero disculpable. El problema surge cuando el buenismo
no es sino una forma depurada de cobardía. Es decir, no se trata de hacerse el
bueno para conseguir los objetivos que se desean, sino ser dócil para
defenderte de una posible agresión. Porque no es bueno el perro que se echa al
suelo y da el cuello al adversario más fuerte, para aplacar su hostilidad.
Simplemente es débil o es cobarde.
Obviamente,
todo lo anterior viene a cuento de los últimos acontecimientos en los que
Moratinos ha naufragado, desde Somalia a Marruecos y a Gibraltar, con escala en
Mauritania. Pero no es él sólo quien se estrella ante los problemas. Es que no
le ayuda nadie en el Gobierno, y lo que menos le ayuda es que la vicepresidentísima se meta a coordinar nada, porque,
entonces, sí que entramos en verdaderos problemas, los típicos de las políticas
compulsivas e hiperactivas de una persona que ha decidido que es la voluntad la
que resuelve los asuntos, en lugar de la astucia, la prudencia, la paciencia o
la inteligencia.
No es
ése el principal problema, siéndolo grave. La gran cuestión, conocida en el
mundo mundial, es que los grandes asuntos de política exterior nunca se
resuelven por una gestión ministerial, ni por el funcionamiento de la burocracia
gubernamental. Ministros y resto de funcionarios interpretan órdenes, y tienen
un límite a su actuación. Y cuando la cosa se pone fea, sólo queda una: el jefe
de Gobierno en interlocución directa con otro u otros jefes de Gobierno.
No es
Moratinos el responsable de resolver el conflicto con Marruecos en el caso Haidar. Es Zapatero, único interlocutor posible del primer
ministro marroquí y, si se apura, del presidente francés y del estadounidense.
Porque todos son parte del conflicto, pero Moratinos no puede alcanzar a todos
ellos. Y, por supuesto, hablando de Marruecos, nada que no le llegue a su Rey
será de utilidad. Y ahí también tendría que intervenir Zapatero, aunque sólo
sea para pedir una llamada del nuestro.
¿No
tiene Zapatero algún cromo que cambiar, algún favor que realizar, alguna deuda
que cobrar a cualquiera de los agentes internacionales concernidos en el caso Haidar como para encontrar una salida? ¿No es capaz de
presionar, o solicitar, algún apoyo, sea en la Unión Europea que tan solemnemente
va a presidir, sea en la ONU de la Paz Mundial, sea en su Alianza de las
Civilizaciones, sea por su apoyo a la guerra de Afganistán? Y, si finalmente lo
consiguiera, ¿por qué tarda tanto para hacer algo, por qué se le enquistan
todos los problemas, por qué es incapaz de reaccionar con rapidez y deja que
todo se le pudra entre las manos? ¿Por qué, en fin, sólo sabe salir de los
atolladeros pagando… con el dinero o con el prestigio de los demás?
En
resumen: Moratinos interpreta la política de debilidad de Zapatero, pero
Zapatero es tan débil que ni siquiera da la cara para defender en persona lo
que ordena a otros. Es la hiperdebilidad de un señor
que organiza un ejército de avestruces en un mundo donde basta con retroceder
un paso como para que alguien te tome el terreno, sea marroquí, somalí,
mauritano, gibraltareño o pirata en general.
Moratinos
es un ministro muy blandito, pero su jefe es un verdadero cobarde, pues siempre
prefiere la humillación al conflicto. Con lo que, como es sabido, sólo puede lograr
la humillación y el conflicto. En nombre de España, claro.