GUERRA EN LIBIA: PEOR QUE UN ERROR, UNA COBARDÍA

Artículo de José Antonio Sentís en “El Imparcial” del 24 de marzo de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Aunque Zapatero no lo tenga muy claro, la ONU no está pensada para derribar dictadores. Más bien para lo contrario. Para que las superpotencias tengan los dictadores que en cada momento les convengan. Cada una el suyo, por supuesto.

Por eso, la ONU se la coge (cada resolución) con papel de fumar, cuando no es directamente papel mojado. Intenta salvar la cara por consenso, y sólo se moja (la ONU, no el papel) a toro pasado. Pero hasta que los hechos se imponen, la ONU pastelea de acuerdo con el viento que sopla a favor del poder o de la insistencia de algunas de sus partes. Que puede ser que lo haga en las velas de Estados Unidos, pero también de Francia. O, en sentido contrario, de Rusia o de China. Éstos, con Gran Bretaña, son el núcleo duro, y nada se pueda hacer contra ellos, pero poco a favor de ellos, siempre en contradicción irresoluble.

De ahí que la ONU haya parido una resolución para intervenir en Libia, sin permitir que se pueda intervenir en Libia. O, por decirlo de otra forma, se ha dicho que se debe actuar contra Gadafi sin acabar con Gadafi. Porque no puede haber injerencia en los asuntos internos de un país, sino sólo defensa de los derechos humanos. Por lo que se permite la exclusión aérea pero no la intervención terrestre.

¿Es posible casar estas contradicciones? Obviamente, no mucho. Porque es difícil salvaguardar los derechos humanos a base de bombardeos, ya que los que se salvan de unos se conculcan de otros, salvo que a los partidarios de Gadafi, o la población civil que viva cerca de ellos, se les excluya de la especie humana.

Podemos pensar, sin embargo, que es bueno que desaparezca Gadafi, porque como dictador no se muestra especialmente simpático con su oposición. No le pasa a ninguno, diría yo. Más bien es un tipo cruel y sin remilgos humanitarios. Y si se le deja ganar su conflicto interior, a los opositores libios no se les puede arrendar la ganancia. Luego sería un objetivo moral loable acabar con Gadafi. Lástima que a la ONU no se le haya ocurrido.

Podía habérsele pasado por la cabeza, como mal menor, y sin derrocar a Gadafi, que una fuerza de interposición defendiera a la población agredida por la dictadura. Eso, que es una intervención terrestre, tampoco ha salido del emblemático edificio de Manhattan.

En una palabra, la ONU sirve para bien poco en la justificación de la guerra de Libia, aunque a los sobrevenidos partidarios de la guerra humanitaria, como Sarkozy y Zapatero, les haya parecido la resolución 1973 como las Tablas de la Ley para Moisés. Y se hayan lanzado a la batalla sin saber las siguientes cosas, no irrelevantes:

1.- ¿Cuál es el objetivo de la guerra, si no es acabar con la dictadura libia?

2.- ¿Para qué sirve el tipo de armamento (aeronaval exclusivamente) si los problemas están en tierra?

3.- ¿Quién compone realmente la tropa aliada, si Estados Unidos, Alemania o Italia, y no digamos Turquía, prefieren estar en la barrera, cuando no se retiran en desbandada?

4.- ¿Quién manda en ella, si la OTAN no puede o no quiere, ni Estados Unidos quiere, ni otros pueden, aunque quieran?

5.- ¿Como se come eso de un “mando político” para la misión, en vez de el lógico mando militar?

6.- ¿Quienes son realmente los aliados interiores en Libia, qué pretenden, qué pasaría si ganaran?

y 7.- ¿Ha habido un genocidio demostrable que justificara esta guerra, o más bien un enfrentamiento armado desigual?

Porque propagandas de destrucciones masivas empiezan todas las guerras, como muy bien ha recordado el PSOE durante siete años.

En realidad, los actores de esta guerra, Sarkozy y su servicial Zapatero, han quedado tan entusiasmados con el ambiguo papel de la ONU que no se han parado a leerlo. Porque es una trampa, cuando lo consideran un aval. Y tanto es así que no tardará mucho alguien en denunciar el ataque aéreo aliado a objetivos terrestres (como el palacio presidencial de Gadafi), puesto que eso no cuadra con la famosa zona de exclusión aérea permitida por la ONU. Salvo, como bien ha dicho mi compañero Manuel Abizanda, que los palacios vuelen.

Zapatero y su pasional jefe bélico Sarkozy tenían ganas de apretar el gatillo, y más ganas aún de que el mundo les aplaudiera su iniciativa contra un dictador. Pero, el mismo valor que demuestran mandando barcos y aviones no lo tienen actuando en consecuencia al conflicto, lo diga o no la ONU. Así pasó antes contra otro dictador, Milosevic, en Kosovo, y aún más contra otro, Saddam Husein en Irak. Ni en un caso ni en otro hubo respaldo de la ONU (hasta que los hechos se consumaron) pero no por la falta de justicia (o de defensa de intereses propios) en las operaciones, sino por la resistencia de China y Rusia, esos países tan democráticos que dictan la legalidad internacional.

Ahora, Zapatero tiene una guerra tan presuntamente legal como seguramente inútil. Y su única salida es que, apoyados los rebeldes desde el aire, puedan ganar a Gadafi. Es decir, acabar con Gadafi en desprecio al mandato de Naciones Unidas. Un caso de injerencia política de primero de bachillerato.

Si lo hubiera dicho así, yo le habría dado la razón. Con Gadafi, con Milosevic, con Saddam y con unas cuantas docenas más. Si hubiera dicho que interesaba a Occidente, a España, la victoria de los revolucionarios armados sobre Gadafi, ya sea por razones morales o geoestratégicas, también. Pero, escondido tras las faldas de la ONU, tirando la piedra y escondiendo la mano, y matando a partidarios de Gadafi mientras invoca los derechos humanos y la legalidad internacional, sólo puedo decir que esta guerra es peor que un error: una cobardía.