GUERRA EN LIBIA: PEOR QUE UN ERROR, UNA COBARDÍA
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Aunque
Zapatero no lo tenga muy claro, la ONU no está pensada para derribar
dictadores. Más bien para lo contrario. Para que las superpotencias tengan los
dictadores que en cada momento les convengan. Cada una el suyo, por supuesto.
Por
eso, la ONU se la coge (cada resolución) con papel de fumar, cuando no es
directamente papel mojado. Intenta salvar la cara por consenso, y sólo se moja
(la ONU, no el papel) a toro pasado. Pero hasta que los hechos se imponen, la
ONU pastelea de acuerdo con el viento que sopla a favor del poder o de la
insistencia de algunas de sus partes. Que puede ser que lo haga en las velas de
Estados Unidos, pero también de Francia. O, en sentido contrario, de Rusia o de
China. Éstos, con Gran Bretaña, son el núcleo duro, y nada se pueda hacer
contra ellos, pero poco a favor de ellos, siempre en contradicción irresoluble.
De
ahí que la ONU haya parido una resolución para intervenir en Libia, sin
permitir que se pueda intervenir en Libia. O, por decirlo de otra forma, se ha
dicho que se debe actuar contra Gadafi sin acabar con Gadafi. Porque no puede
haber injerencia en los asuntos internos de un país, sino sólo defensa de los
derechos humanos. Por lo que se permite la exclusión aérea pero no la
intervención terrestre.
¿Es
posible casar estas contradicciones? Obviamente, no mucho. Porque es difícil
salvaguardar los derechos humanos a base de bombardeos, ya que los que se
salvan de unos se conculcan de otros, salvo que a los partidarios de Gadafi, o
la población civil que viva cerca de ellos, se les excluya de la especie
humana.
Podemos
pensar, sin embargo, que es bueno que desaparezca Gadafi, porque como dictador
no se muestra especialmente simpático con su oposición. No le pasa a ninguno,
diría yo. Más bien es un tipo cruel y sin remilgos humanitarios. Y si se le
deja ganar su conflicto interior, a los opositores libios no se les puede arrendar
la ganancia. Luego sería un objetivo moral loable acabar con Gadafi. Lástima
que a la ONU no se le haya ocurrido.
Podía
habérsele pasado por la cabeza, como mal menor, y sin derrocar a Gadafi, que
una fuerza de interposición defendiera a la población agredida por la
dictadura. Eso, que es una intervención terrestre, tampoco ha salido del emblemático
edificio de Manhattan.
En
una palabra, la ONU sirve para bien poco en la justificación de la guerra de
Libia, aunque a los sobrevenidos partidarios de la guerra humanitaria, como
Sarkozy y Zapatero, les haya parecido la resolución 1973 como las Tablas de la
Ley para Moisés. Y se hayan lanzado a la batalla sin saber las siguientes
cosas, no irrelevantes:
1.-
¿Cuál es el objetivo de la guerra, si no es acabar con la dictadura libia?
2.-
¿Para qué sirve el tipo de armamento (aeronaval exclusivamente) si los
problemas están en tierra?
3.-
¿Quién compone realmente la tropa aliada, si Estados Unidos, Alemania o Italia,
y no digamos Turquía, prefieren estar en la barrera, cuando no se retiran en
desbandada?
4.-
¿Quién manda en ella, si la OTAN no puede o no quiere, ni Estados Unidos
quiere, ni otros pueden, aunque quieran?
5.-
¿Como se come eso de un “mando político” para la misión, en vez de el lógico
mando militar?
6.-
¿Quienes son realmente los aliados interiores en Libia, qué pretenden, qué
pasaría si ganaran?
y 7.- ¿Ha habido un genocidio demostrable que justificara esta
guerra, o más bien un enfrentamiento armado desigual?
Porque
propagandas de destrucciones masivas empiezan todas las guerras, como muy bien
ha recordado el PSOE durante siete años.
En
realidad, los actores de esta guerra, Sarkozy y su servicial Zapatero, han
quedado tan entusiasmados con el ambiguo papel de la ONU que no se han parado a
leerlo. Porque es una trampa, cuando lo consideran un aval. Y tanto es así que
no tardará mucho alguien en denunciar el ataque aéreo aliado a objetivos
terrestres (como el palacio presidencial de Gadafi), puesto que eso no cuadra
con la famosa zona de exclusión aérea permitida por la ONU. Salvo, como bien ha
dicho mi compañero Manuel Abizanda, que los palacios
vuelen.
Zapatero
y su pasional jefe bélico Sarkozy tenían ganas de apretar el gatillo, y más
ganas aún de que el mundo les aplaudiera su iniciativa contra un dictador.
Pero, el mismo valor que demuestran mandando barcos y aviones no lo tienen
actuando en consecuencia al conflicto, lo diga o no la ONU. Así pasó antes
contra otro dictador, Milosevic, en Kosovo, y aún más contra otro, Saddam
Husein en Irak. Ni en un caso ni en otro hubo respaldo de la ONU (hasta que los
hechos se consumaron) pero no por la falta de justicia (o de defensa de
intereses propios) en las operaciones, sino por la resistencia de China y
Rusia, esos países tan democráticos que dictan la legalidad internacional.
Ahora,
Zapatero tiene una guerra tan presuntamente legal como seguramente inútil. Y su
única salida es que, apoyados los rebeldes desde el aire, puedan ganar a
Gadafi. Es decir, acabar con Gadafi en desprecio al mandato de Naciones Unidas.
Un caso de injerencia política de primero de bachillerato.
Si lo
hubiera dicho así, yo le habría dado la razón. Con Gadafi, con Milosevic, con Saddam
y con unas cuantas docenas más. Si hubiera dicho que interesaba a Occidente, a
España, la victoria de los revolucionarios armados sobre Gadafi, ya sea por
razones morales o geoestratégicas, también. Pero, escondido tras las faldas de
la ONU, tirando la piedra y escondiendo la mano, y matando a partidarios de
Gadafi mientras invoca los derechos humanos y la legalidad internacional, sólo
puedo decir que esta guerra es peor que un error: una cobardía.