VIOLENCIA INDIGNADA Y AGONÍA DE RÉGIMEN
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Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La vertiginosa caída de Zapatero (y su club de fans), que ha dejado sin resuello a España y se ha llevado por delante al PSOE, empieza ya a amenazar la estabilidad del sistema político español. La percepción nacional empieza a ser que estamos ante síntomas de fin de Régimen, aunque ello pueda parecer exagerado.
Pero los signos confluyen de forma estrepitosa: impunidad de las algaradas callejeras; crisis económica prolongada; conflicto entre las instituciones; sumisión al chantaje terrorista; amenazas de fragmentación nacional; irrelevancia internacional; indefinición del liderazgo político; desestructuración de los valores sociales; cuestionamiento de la propia historia y recuperación de las heridas del pasado. Y, sobre todo, ineficacia, ignorancia, impotencia e incompetencia en la gestión de los asuntos públicos.
Si
Zapatero y su PSOE quisieron refundar el Régimen (que así pareció) con su
memoria de la Segunda República, con su nueva configuración del poder político
con el pacto entre los socialistas y los nacionalistas en clara ruptura del
consenso constitucional hacia una "segunda Transición", y con su
novedosa configuración de la sociedad con el ataque a los valores antes
arraigados, como la familia, lo que ahora pueden ver a su alrededor es la imagen
de un escandaloso fracaso. Sin contar, por supuesto, la ensoñación de creer que
el socialismo era la vía para el Estado de Bienestar, cuando en todos y cada
uno de los casos, esa ideología ha sido letal para tal propósito.
Por
fortuna, la España de hoy puede acabar pacíficamente, y por medios
democráticos, lo que la España de ayer sólo supo gestionar con la más espantosa
de las alternativas. Al menos, la sociedad española ha madurado, aunque el
modelo socialista de Zapatero no lo había hecho cuando llegó al poder, y así
nos ha ido. ¿A quién se le ocurre, que no sea un iluminado, intentar ganar la
Guerra Civil setenta años después?
Sin embargo, la salida obligada del zapaterismo
empieza a verse como insuficiente, tal como ha sido el nivel de destrozo producido.
La democracia española, basada originalmente en el pacto entre los partidos
para realizar un aterrizaje suave del franquismo a un sistema de libertades, ha
empezado a mostrar signos de debilitamiento. Y no es cuestión aquí de analizar
por qué (consenso partitocrático, poderes
entremezclados, territorialismo irresuelto) sino de pensar que podemos
encontrarnos a una dramática necesidad de reajuste del Sistema.
Para
algo puede servir la catástrofe Zapatero. Para repensar la Democracia.
El
debate de los indignados es una buena metáfora. La ignorancia política de sus
propuestas intuitivas (reforma de la Ley Electoral sin saber en qué sentido, si
hacia la proporcionalidad o hacia la consolidación de mayorías); separación de
Poderes sin dar una sola idea de cómo hacerlo; sustitución del voto por la
unanimidad asamblearia, etcétera, demuestra, esa ignorancia, digo, que es
preciso recuperar la Educación. Y su protesta contra el paro y la falta de
oportunidades demuestra que es fundamental el fomento
de la capacidad emprendedora de la sociedad, es decir, de la empresa.
Y,
más aún, la heterogeneidad de los indignados, la progresiva infiltración de
movimientos antisistema y okupas indisimuladamente
violentos, demuestra que hay márgenes de impunidad y de falta de convicciones y
defensa interna del Estado. Que el Ministerio del Interior funciona muy bien
para controlar a ciudadanos normales con nómina, pero que se desborda a la
primera acampada de un grupito de cabreados, pacifistas hasta que otro grupito
de más cabreados decide dejar de serlo.
Hecho
éste, la pasividad del Estado, que ya habíamos visto de forma clamorosa con la
entrada de los partidarios de una organización terrorista independentista en
las instituciones españolas, corolario de un proceso de negociación con ellos
que tuvo la virtud de darles la legitimidad de interlocutores con los
demócratas a quienes han sido sus verdugos.
En
meses, la palabra indignado puede atribuirse a casi todo español. A los
miembros del Tribunal Constitucional, porque están "secuestrados" por
el poder político. A los del Supremo, porque son ridiculizados por el
Constitucional. Al Gobierno, porque se ríen de él desde la Puerta del Sol a la
Plaza de Cataluña, desde Elorrio a San Sebastián y
desde Berlín a París. Y, por supuesto, a los cinco millones de parados. Por
indignarse, hasta lo están los candidatos socialistas desalojados de sus
poltronas gracias al suicidio asistido de su líder. Y los autónomos, los
empresarios, los subempleados, los agricultores y los tenderos.
Oportunidad
de oro para la regeneración. Para repensar la distribución y autocontrol de los
poderes del Estado, la forma de elegir a los políticos para que representen a
los ciudadanos sin listas cerradas y bloqueadas, para que se dé un impulso a la
capacidad de emprender en el marco de la libertad económica, para que se valore
la educación en la excelencia y en el esfuerzo, y no en la subvención y en el
clientelismo.
Y
oportunidad para repensar España, que no tiene vía por el camino que va, porque
hasta los nacionalistas saben que su propuesta no tiene retorno, y que al final
de su camino siempre encontrará a otros más nacionalistas que ellos que les
arrebatarán su Tierra Prometida. Para repensar el Estado Autonómico, el Poder
Municipal y el papel angular del Gobierno de la Nación.
O
termina así, o al menos adopta la tendencia regeneracionista que hace falta, o
aquí no se salva ninguno, del Rey abajo.