ESO QUE HOY LLAMAN IZQUIERDA
Artículo de Justino Sinova en “El Mundo” del 31 de diciembre de 2009
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Hay quien cree que ser de izquierdas es apoyar todo lo que dice y hace
Zapatero. Posiblemente sea ya el no va más de la inanidad, pero en la actual
situación de vaciamiento de ideas cualquier cosa podemos llegar a ver. Las
izquierdas y las derechas nunca han estado más revueltas y diluidas que ahora,
pero estos años en España se ha pretendido construir el supuesto prestigio de
la izquierda y el supuesto descrédito de la derecha. Cuando en el mundo
civilizado ya nadie, salvo los demagogos, tira a la cabeza del contrario una u
otra etiqueta, aquí se reconstruyen para el enfrentamiento. Declararse de la
izquierda o de la derecha es una manera de «ser imbécil» pues ambas son «formas
de la hemiplejía moral», escribió Ortega en 1937, pero algunos están dispuestos
a darle toda la razón 72 años después.
El izquierdista de hoy se autojustifica dando su apoyo a la injusta Ley del Aborto de Aído/Zapatero, un extravío que convierte en derecho la decisión de quitar el derecho a la vida de otro por un simple acto de voluntad; o suscribiendo el proyecto de cambiar el sistema productivo por ley, lo cual es un imposible y una tontería; o aplaudiendo los pronósticos insolventes que cada dos por tres formula el presidente del Gobierno sobre la salida de la crisis económica que él mismo negó. Estos tres asuntos han ocupado gran parte del espacio político en este año que se acaba y ninguno de los tres nos va a ayudar a ser más felices ni más justos, pero a muchos autoproclamados izquierdistas les tranquiliza, aunque el número de parados haya batido un récord catastrófico, aunque el Estado se haya empobrecido fatalmente, aunque sólo tengamos en el horizonte promesas y no medidas en las que confiar.
En la
llamada izquierda se actúa de manera más coordinada y coincidente que en la
llamada derecha, en la que surgen más discrepancias. Es lo que pasa en los dos
grandes partidos que responden a estas calificaciones aún en uso: en el PSOE
impera la disciplina, hasta el punto de que han votado sí al aborto confesados
cristianos a costa de arrinconar sus convicciones; en el PP hemos visto discrepancias
públicas de altísima tensión. Por ello, esa izquierda abunda en salidas en
tromba contra el discrepante.
Estos
días asistimos a los ataques dirigidos al juez Francisco Serrano por impugnar
la Ley contra la Violencia de Género, cuya aplicación ha provocado, según él,
injusticias en muchos hombres. No se le han discutido sus datos ni sus razones;
simplemente se le ha injuriado para que no insista. Es un resultado del
vaciamiento intelectual que padecemos: etiquetas y no argumentos.
Desde
la Transición hemos sufrido un sensible retroceso en calidad de vida
democrática, no sólo porque impere la demagogia, que es «una forma de
degeneración intelectual», como también decía Ortega, sino sobre todo porque la
dialéctica política se ha visto reducida tantas veces a la imprecación, a la
descalificación y al fulanismo. Cuántos hay que se fijan en quién dice las
cosas para ponerse maquinalmente a favor o en contra. Falta la idea, falla el
concepto, flaquea el conocimiento. Cumplida la Transición bajo la dirección de
UCD, se vio que España necesitaba una pasada por la izquierda para consolidar
el cambio. Aquello se produjo con los 13 años de gobiernos de Felipe González.
Hoy la necesidad es otra: una pasada por la sensatez. Es urgente pero me parece
que aún está lejos, que 2010 no va a ofrecer a nuestra patria esa oportunidad.