UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO ECONÓMICO PARA ESPAÑA
Artículo de
Ramón Tamames en “República.com”
del 01 de febrero de 2012
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
En
sucesivos artículos en Republica.com nos hemos ocupado de la economía global y
europea en tiempos de crisis, y de los cambios que en ella están produciéndose,
así como de los que previsiblemente están por venir. Igualmente, hemos dedicado
un cierto espacio a España; obviamente, en relación muy estrecha con el
contexto mundial. Lo cual nos permite, primero de todo, subrayar algo que en
general no se destaca de manera suficiente: nuestra economía conserva márgenes
de autonomía, pero en muchos de sus aspectos fundamentales ya se rige por
principios y criterios que no emanan de fuerzas domésticas, sino de estructuras
internacionales (globalización) o supranacionales (integración europea).
También
conviene aclarar que las dificultades económicas por las que atraviesa España,
no se deben sólo a la crisis en sí, con sus orígenes internos y externos.
También son atribuibles a la deficiente gestión de los gobiernos que hubo entre
2004 y 2011. Ante todo, porque no indujeron las reformas necesarias de la
economía durante el cuatrienio de bonanza 2004/2007, cuando podría haberse
puesto freno a la hipertrofia del sector construcción y al endeudamiento
bancario; lo que habría facilitado un aterrizaje suave tras la serie de excesos
que se generaron.
Además,
cuando la crisis ya se hizo manifiesta (invierno de 2008), el Gobierno ignoró
la dramática situación en curso por razones electoreras, cuando la evolución
del PIB ya se tornaba
declinante. No se hizo entonces un verdadero diagnóstico de la situación, y no
se asumieron los cambios necesarios en el modelo de desarrollo, lo que en
definitiva imposibilitó disponer de un verdadero proyecto de país.
Las
medidas de política económica que fueron adoptándose desde abril de 2008 tras
las elecciones generales de marzo de ese año, resultaron no solo tardías sino
también de todo punto incompletas; y en general, ineficientes; de manera
especial el denominado Plan E de 2009 y las decisiones asociadas, que no tuvo
ningún efecto multiplicador, de modo que con el gasto de ese Plan –aún sin
cifrar, entre 13.000 y 18.000 millones de euros—, sólo se consiguió un empleo
efímero, que se diluyó tan pronto como dejaron de fluir los recursos en el día
a día. Y otro tanto cabe decir del Plan Renove para
estimular la compra de automóviles.
Con
la dinámica expuesta, se generó un creciente volumen de paro que en términos de
EPA pasó desde algo menos de dos millones (7,5 por 100 de la población activa)
en 2008, a 5,3 millones a finales de 2011 (23 por 100). Y que en 2012 –con una
caída prevista del PIB del 1,5 por 100— podría acercarse a los seis millones.
Con un preocupante proceso de estancamiento del PIB, y creciente incertidumbre
de cara a los mercados financieros internacionales.
El
país se ha empobrecido, pues el PIB per cápita ha pasado de representar el 105
por 100 de la media de la UE-27 al comienzo de la crisis, en 2007, al 100 por
100 en 2010; según datos hechos públicos el 13.XII.2011 por la Oficina de
Estadísticas Europea, Eurostat. En otras
palabras, España retrocedió cinco puntos en su convergencia europea; cayendo la
renta real de los españoles a niveles de 2002.
Y
aún salimos peor parados si se compara la situación actual con la Eurozona:
nuestra renta per cápita queda ocho puntos por debajo de la media de los
diecisiete países de la moneda común, cuando al comienzo de la crisis esa divergencia
se había reducido a sólo cuatro puntos.
Por
consiguiente, cabe decir que el crecimiento futuro va a depender del nuevo
modelo de desarrollo que diseñe el Gobierno Rajoy; que habría de servir para
atraer nuevas inversiones de dentro y de fuera, que permitan la creación de
empleo. En ese sentido, lo que aquí y ahora cabe plantear es la necesidad de
tener en cuenta los duros condicionamientos de la globalización, así como el
actual estado de crisis financiera de la economía en los países más desarrollados.
Circunstancias, ambas, que exigen una economía más competitiva que no podrá
lograrse sin ajustes inaplazables.
Ciertamente,
es legítimo hablar de cambio de sistema (no simplemente de indignación frente a
cualquier sistema sin explicitar el propio), de la teoría del decrecimiento (no
de la depauperación general), de la prioridad del medio ambiente (no del
ecologismo fetichista); planteamientos, todos ellos, que preconizan metas a
medio y largo plazo.
Pero
en un horizonte a corto, lo que de verdad resulta urgente es volver a crecer,
para salir de la crisis y crear empleo de nuevo; pues lo más desesperante de
cualquier sistema socioeconómico son los demonios –como decía J.M. Keynes— del paro masivo y de la desigualdad creciente. Esta
última, también agudizándose en España, como lo demuestra la circunstancia de
que el ingreso per cápita del 10 por 100 (decil) de
la población en mejor situación de PIB/cápita era en 2008 alrededor de 38.000
euros; casi 12 veces el decil de la población con
menos ingresos (una media de 3.500 euros per cápita).
Con
todo, la urgencia de las medidas inmediatas, no tiene por qué significar que no
deban introducirse en las reformas, desde su comienzo, los condicionantes
indispensables para conseguir que el modelo se concilie con el medio ambiente;
y en línea con la sociedad del conocimiento; de modo que funcione el principio
de igualdad de oportunidades. Todo ello con un PIB en el que cada vez pesan más
bienes como salud, cultura, educación, ocio y entretenimiento.
El
nuevo modelo de desarrollo ha de tener gran flexibilidad, sobre la base de una
serie de principios nada economicistas que sintetizamos seguidamente:
-
Reducción de la burocracia, para evitar que ministerios prescindibles frenen,
por pruritos funcionariales, muchas iniciativas y emprendimientos.
-
Fomento de la investigación, la imaginación y la innovación en el ámbito de la
empresa; dando a los trabajadores la posibilidad de contribuir al progreso y
dinamismo, a través de círculos de calidad y otras fórmulas en los centros de
trabajo, para así liberar la amplia productividad oculta y abrirse a nuevos
sistemas de aprendizaje.
-
Promoción del capital riesgo y de viveros de empresas, para que los nuevos
emprendedores, especialmente los más jóvenes consigan materializar sus proyectos.
-
Impregnación de la inquietud por el medio ambiente y la calidad de vida,
enfatizando la importancia de las energías renovables y de las industrias de
reciclado recuperadoras de materias primas. Como también hacen falta nuevos
diseños urbanos con mayor eficiencia energética.
Debe
subrayarse, además, para mayor claridad, que una cosa son
los programas electorales, y otra bien distinta
los programas para su efectiva realización, en los que ya no caben efluvios
electoreros, populismos varios, o falsas promesas. Por otra parte, en un
programa novedoso son necesarios cambios que en muchos casos requieren más de
una legislatura de cuatro años. Con la particularidad adicional de que las
medidas que se planteen no deberían traducirse tanto en grandes inversiones o
aumentos de gasto público —excepto las referentes a la recapitalización de la
banca y a las infraestructuras realmente necesarias—, como en innovaciones para
liberar las fuerzas productivas del país de toda una serie de corsés
burocráticos y de instituciones obsoletas.
Y
para terminar, tres preguntas: ¿tenemos realmente un diagnóstico cabal de la
situación en España, con todos los contextos antes mencionados? No padre.
¿Tiene
el gobierno una estrategia global suficientemente interrelacionada? Creo que
no.
¿Se
están midiendo razonablemente los tiempos de las reformas, especialmente en lo
que concierne a llegar a un déficit del 3 por 100? Puede haber demasiada prisa,
y el paciente, podría verse muy afectado.
Y
como siempre, el autor queda a disposición de los lectores de Republica.com en
el correo castecien@bitmailer.net.