EL PAÍS BIZCOCHABLE

Nos hemos convertido en la patria del pensamiento débil. Del sentimentalismo autoexculpatorio

Artículo de Hermann Tertsch  en “ABC” del 20 de mayo de 2011

 

Ya sabemos que en este país todo es perfectamente bizcochable. No ya las opiniones, por supuesto. Me refiero a los hechos, tan opinables ya como las opiniones mismas. Uno de los muchos legados envenenados de la era Zapatero será sin duda que todo es discutible y discutido. Habrá quien diga, no sin razón, que la cosa viene de antes y que precisamente en ella está el origen de la irresistible ascensión de un personaje como el actual presidente del Gobierno. Sólo en una sociedad en la que la capacidad de criterio ha saltado por los aires, como las europeas de los años treinta o la España actual, pueden darse líderes de este tipo, sin despertar mecanismos de autoprotección y limitación de daños. No los ha habido. Nos hemos convertido en la patria del pensamiento débil. Del sentimentalismo autoexculpatorio, del victimismo omnipresente y la autocompasión irresponsable. Por eso, por lo que se antoja una termita subcultural que nos ha corroído el criterio, tenemos los gobernantes que tenemos y todo es perfectamente discutible. Y por supuesto discutido. La nación y la crisis lo eran y son. Pero también los parados, las responsabilidades, las estadísticas, las cifras y los acontecimientos. Y también las leyes. Ya nos habían ido acostumbrando con gobiernos regionales que se pasan las sentencias del Tribunal Supremo por el arco de triunfo. ¿Por qué no iban a despreciarlo ellos también como lo hacen los miembros del Tribunal Constitucional? Malear y bizcochar las leyes se ha convertido en especialidad de los gobernantes. Con esos mimbres, algo había que esperar ahora que las encuestas pintan bastos para los insensatos e irresponsables que nos han gobernado. Y hay que reconocer que, con lo ineptos que son para casi todas las tareas que les asignó un electorado tan iluso como ilusionado, para la mentira y la intriga son campeones. Y también para producir cortinas de humo infinitas. Y aquí la tenemos de nuevo, ahora hablando de la «crisis del sistema», cuando lo que hemos tenido ha sido una catástrofe dolosa de Gobierno. Y de nuevo a movilizar el pensamiento débil, con su cóctel de resentimiento social, antifascismo años treinta y soluciones extraparlamentarias parafascistas.

El desastre económico que se ha producido durante esta legislatura en España no tiene precedentes en tiempos de paz. Y ahí sí que podemos ver que los empeños de los dirigentes socialistas por buscar paralelismos con los años treinta han triunfado trágicamente. Gran parte de las conquistas en seguridad y bienestar de varias generaciones de españoles se han hundido bajo este Gobierno socialista. Las dimensiones del daño y los dramas humanos resultantes consuman una auténtica tragedia griega. Y no sólo porque los griegos, también con un gobierno socialista, sean otra de las sociedades del sur de Europa que han sufrido esta catástrofe. Que no se ha producido en el resto de Europa, donde los países adoptaron decisiones duras. Pero ya han salido de la crisis. Tienen los niveles de desempleo más bajos desde hace décadas. Y crecen a un ritmo saludable. Y sobre todo, tiene esperanza. Estas manifestaciones —realmente la única relevante es la de Madrid— con una mayoría de participantes de buena fe, han emitido mensajes con deseos y ambiciones encomiables. Todo lo demás han sido mensajes ideológicos de la izquierda. De la izquierda radical o de la que ha gobernado en los años en que se ha producido el desastre que ha sacado a la calle a los manifestantes. Que ha secuestrado al movimiento y también la campaña electoral de todos los españoles. Regodeándose en su desafío a la legalidad. Con un Gobierno que dice que no aplicará la ley para evitar problemas. Lo dicho, todo bizcochable.