PSOE: SALTO ATRÁS
Artículo de Juan Van-Halen en “La Gaceta” del 07 de marzo de
2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El socialismo de la
Transición llegó al poder dejando atrás el radicalismo. El socialismo de
Zapatero retornó al radicalismo, a la confrontación, a la crispación y a la
eliminación torticera del adversario, tratando de aislarlo. González transitó
del radicalismo a la normalidad y Zapatero se ha esforzado en dar el salto
atrás de la normalidad al radicalismo.
Desde
que Felipe González llegó a la Secretaría General del PSOE en el XXVI Congreso
(Suresnes, octubre de 1974), desplazando desde el
socialismo del interior al socialismo del exilio encabezado por Rodolfo Llopis, afrontó un camino de refundación. Primero cambiaron
las caras, luego el estilo, más tarde las prioridades programáticas por mera
estrategia y finalmente se cambió a sí mismo. El objetivo era alcanzar el poder
desde el pragmatismo.
El
XXVII Congreso (Madrid, diciembre de 1976) fue el primero celebrado en España
desde la Guerra Civil. El partido no estaba aún legalizado, pero el Gobierno de
Suárez lo consintió. El PSOE se definía como un partido “de masas, democrático,
federal, marxista e internacionalista”.
Apoyaron
a González en aquel Congreso, en el que fue reelegido secretario general,
figuras como Willy Brandt,
presidente de la Internacional Socialista; Olof
Palme, primer ministro de Suecia; Bruno Kreisky,
primer ministro de Austria; Anker Joergeson,
primer ministro de Dinamarca; el líder socialista chileno, Carlos Altamirano; y
el italiano Pietro Nenni. Un despliegue de imagen.
Los
socialistas asumían aún su programa máximo. Altamirano propuso crear, uniendo a
socialistas y comunistas, un “bloque anticapitalista de clase”. Se habló de
marxismo y de República, se propugnó “una escuela pública única”, se desterró
cualquier acomodo con el capitalismo, se propuso una Administración de Justicia
de “tribunales populares” elegidos por los ciudadanos.
En el
fascículo que le dediqué aquel año en la colección Los líderes, González
mantenía un programa radical. Llegó a decirme que los grandes bancos podrían
pasar al control público. Pero pronto emprendió su camino hacia la realidad.
González entendió, con razón, que así no conectaba con la mayoría social, y en
el XXVIII Congreso (Madrid, mayo de 1979) plantó cara al partido proponiendo el
abandono de la definición marxista del PSOE. Su propuesta fue rechazada y él
dimitió. Al fin, ganó el envite y volvió a la Secretaría General en el Congreso
extraordinario de septiembre de aquel año, y el PSOE desterró formalmente el
marxismo.
En el
XXIX Congreso (Madrid, octubre de 1981), tras su experiencia parlamentaria y el
golpe del 23 de febrero, González hábilmente asumió, de hecho, la
socialdemocracia, en la estela de su antiguo protector Willy
Brandt. Había pasado de los postulados revolucionarios
y del marxismo al pragmatismo más posibilista.
En
las elecciones de octubre de 1982, el PSOE consiguió 202 escaños, la mayor
victoria de la izquierda en España. Por el camino habían quedado añejos
radicalismos y, en definitiva, la irrealidad. Con un PCE en declive, la
hegemonía de la izquierda pasó al PSOE. González conectó con los españoles con
invocaciones como esta: “Quiero que mis conciudadanos recuperen el orgullo de
ser españoles”. Y su primer acto como presidente del Gobierno fue asistir a misa
en un cuartel. Vendió moderación.
En el
XXXV Congreso (Madrid, julio de 2000), Zapatero, un diputado irrelevante
durante años, ganó por sorpresa y por un margen mínimo la Secretaría General.
Su propuesta era “un cambio tranquilo”, pero ya anunció que el PSOE debía
recuperar “sus raíces”. Entonces no lo sabíamos, pero se refería a las raíces
socialistas más radicales y de confrontación.
Zapatero ha descalificado la apuesta socialdemócrata de González. Sus hechos
suponen una profunda negación de la política de González. Las referencias de
Zapatero no son la Transición y la Constitución de 1978, sino la Segunda
República y la Guerra Civil. Su talismán parece ser la Constitución de 1931 y
quiere ganar, más de 70 años después, una guerra superada. La memoria histórica
es el aparejo para ese viaje hacia la nada. Zapatero se ha ubicado en el
socialismo largocaballerista de triste, dolorosa y
antidemocrática memoria.
El
socialismo de la Transición llegó al poder dejando atrás el radicalismo,
incluso desde la renuncia a no pocas señas de identidad. El socialismo de
Zapatero retornó al radicalismo, a la confrontación, a la crispación y a la
eliminación torticera del adversario, tratando de aislarlo. González transitó
del radicalismo a la normalidad y Zapatero se ha esforzado en dar el salto
atrás de la normalidad al radicalismo.
Zapatero
confunde la sociedad de 1931 con la sociedad del siglo XXI. Y entre estas
fechas está nada menos que la aparición de la clase media y un nivel de
formación ciudadana no comparable a aquel. Para Zapatero la Historia no ha
transcurrido. Pero la España de hoy no es la España de su abuelo. El PSOE con
él ha llegado a un punto que le resultará arduo desandar. Es un salto atrás,
hasta la Segunda República, de la que, por ciego que se sea, es difícil sentir
orgullo en términos históricos.
*Juan Van-Halen es académico correspondiente de la Historia y
senador.