DECLARACIÓN DE GUERRA
Artículo de José Alejandro VARA en “La Razón” del 29/04/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Llega la hora, para Alfonso Guerra, en la que «el lector será por fin leído», como decía Macedonio Fernández en su «Museo de la Novela de la Eterna». Guerra, tres o cuatro siglos antes de «Cuéntame», manejaba el inmenso poder que controlan todos los «segundos». Mueven los hilos, maniobran en la oscuridad, disponen entre tinieblas...pero aparecen poco. Aunque en esto último no cumplía demasiado Guerra su papel de Fouché. Tópicamente amante del teatro, se dejaba arrastrar por los golpes de escena, por la declamación sonora, e incurría en intervenciones públicas que eran festejadas como quien observa un ametrallamiento
con balas de vitriolo.
Guerra era la lengua de fuego del PSOE, el aguijón de González, el terror de Ferraz. Unos cafelitos tomados en el despacho menos adecuado le descabalgaron de los mármoles del poder. Y se refugió en el ancho y
nada fiscalizable «mundo de la cultura», donde tanta nalga iletrada y aún ágrafa tiene su asiento. Pablo Iglesias le sirve ya hace tiempo de coartada a su actividad pública donde se dedica a ejercer de lector aunque no ha abandonado las moquetas del Congreso, donde preside la Comisión Constitucional, severa instancia por donde han de desfilar, en el futuro, todas esas propuestas de reformas que, por ahora, son tan sólo metralla artillera que estallan diariamente en los titulares de los diarios.
Guerra, pues, es algo más que un «verso suelto », es algo más que un francotirador, que un «michelín», que un solista sin orquesta. Es posible que en el PSOE ya no se represente más que a sí mismo, pero su trayectoria y su actual cometido parlamentario convierten sus opiniones en algo digno, al menos, de tener en cuenta. Ayer llevábamos a nuestra portada algunas de sus reflexiones sobre la profusa lluvia de meteoritos que caen, como afilados chuzos sobre nuestro ordenamiento territorial. Reflexiones que, como suelen ser norma de la casa guerrista, han tenido una notable repercusión y han ampliado más, si cabe, el debate sobre el futuro constitucional español, que Guerra avizora inquietante y tenebroso.
Para empezar, Guerra dice que las reformas de algunos Estatutos, tal y como se están planteando, no sólo implican cambios constitucionales encubiertos, sino que amenazan con fragmentar la soberanía española. Y se
centra muy adecuadamente en el apartado de la financiación que, a la postre, es el núcleo del debate, puesto que el resto suele ser perifollo dialéctico para engañar a las almas más cándidas. «Los mecanismos de financiación que algunos Estatutos pretenden, violan los principios de igualdad y solidaridad», advierte
quien fuera mano derecha de Felipe González en los tiempos esplendorosos del socialismo de los diez millones de votos.
Alguien puede tener la sensación de que el espíritu complaciente con que se manifiesta Rodríguez Zapatero sobre las propuestas que se lanzan cada día desde distintas zonas de España contra nuestra acosada Constitución es la señal inequívoca de una especie de «todo vale». Es decir, de que ya nos hemos metido de hoz y coz en esa «segunda transición» de la que tanto se habla, y de que algunas de las reformas que se reclaman o se exigen están poco menos que aprobadas de antemano desde la Moncloa sin que haya posibilidad siquiera de amagar una mínima discusión. Pues no. De entrada, porque para sacar adelante iniciativas de tal calado es necesario contar con la anuencia del Partido Popular, que en estas últimas semanas está ejerciendo su papel de controlador implacable del Gobierno en el asunto de las listas camufladas de Batasuna en el Parlamento vasco.
Empiezan ya a menudear nuevamente los corifeos de la «crispación », esas melifluas vocecillas que a la que observan a Mariano Rajoy, a Acebes, a Zaplana, plantarse firmemente en su sitio y decir que no al PSOE en todo lo que hay que decirle que no, enseguida ponen los ojos en blanco y tachan al PP de intransigente y enemigo del diálogo. Pobres ilusos, esa estrategia ya no funciona. Entre otras cosas, porque no sólo es el PP
quien levanta la voz. También hay algo más que «versos sueltos», como Alfonso Guerra, con su implacable rechazo a lo que se nos viene encima, en especial el Estatuto catalán. O Simancas, o Barreda, o el alcalde Francisco Vázquez, con su severo rechazo a ese señuelo de los «matrimonios gays», una añagaza
socialista para que el personal se enrede en un debate absurdo, artificial y grosero, a propósito de una iniciativa que no existe en ningún país de nuestro entorno europeo. Hala. Discutid sobre las salidas y entradas del armario y no le deis muchas vueltas a las listas blancas de ETA, a los estatutos que se nos vienen encima, a las envenenadas teorías de balanzas fiscales, a la agujereada situación económica... es decir, a todo lo importante.
Pues no. A lo que parece, ni el PP es tonto ni tampoco lo son muchos de los líderes del PSOE que todavía piensan con neurona propia y que todavía creen que el concepto de España plural y diversa poco tiene que ver
con el proceso de trocearla en retales que se nos viene encima. Guerra, así, por fin pasa de «lector a ser leído». Y en estas horas, son miles los que le leen y asienten quedamente con la cabeza.