PREÁMBULO PARA UN RESPONSO POR LA IZQUIERDA ESPAÑOLA
Artículo de José Varela Ortega, Catedrático de Historia Contemporánea, en “ABC” del 13.01.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... Este insólito viraje de la izquierda hacia un arcaísmo nacionalista radical tiene, claro, su coartada: la integración en el sistema de los insaciables...
Durante mis primeros pasos en Oxford, pensé hacer una tesis sobre la
Desamortización (de 1855). Pasados unos meses, le entregué a mi tutor -un
conocido historiador económico- un ensayo, mejor trabajado que meditado. Nunca
olvidaré la primera lección de 101 logic, que dicen mis estudiantes americanos.
«He aprendido mucho con su ensayo»- me aseguró con benévola amabilidad mi tutor.
«Pero lo que más me intriga es el sujeto: esa España a la que usted le atribuye
la facultad de hablar, de comprar y vender tierras, abrir minas y construir
ferrocarriles, dígame, ¿de qué sexo es? Se lo pregunto, sobre todo, por aquello
del atuendo»- añadió con aparente seriedad mi profesor australiano. -«Porque,
claro, si ha llevado siempre el mismo vestido, me temo que debía de estar ya
algo apolillado; en cambio, si varía de traje al compás de los tiempos, ¿no será
mejor que olvidemos la percha y nos centremos en los cambios de vestimenta?».
La formulación del sujeto vertebra «el espíritu» de una ley como condicionante
de la articulación de su predicado. Y desde el Preámbulo, el sujeto
constituyente del Estatut, una Catalunya inmarcesible, cual seráfico jinete
galopando siglos, se dirige a nosotros en primera persona: nos habla,«avanza»,
«modela el paisaje» y «acoge lenguas». Esa Cataluña meta-histórica es, pues, la
verdadera autora del borrador y por su boca eterna hablan sus intérpretes,
muñidores del texto. Y como tan alta y espiritual Criatura es infalible, su
Volksseele, al modo de la Iglesia Romana, se expresa en la lengua del dogma. Con
tal sujeto, ¿por qué extrañarse de un predicado que regula y planifica la
economía, interviene el negocio financiero, impone a los sufridos botigueres el
idioma en que deben comerciar y señala a los periodistas el pensamiento
correcto, esposándolos al dictamen inefable del «pedagogo nacional» de Fichte,
administrador de la Verdad revelada?
Ya sabemos, pues, lo que nos ha sido dado: una Carta Otorgada. Pero ¿quién será
nuestra egregia y sin par soberana? ¿Será Pau Claris, siempre santificado y hoy
resucitado?, ¿o es acaso «La Moreneta», que se nos manifiesta inmaculada como
graciosa donante del Estatuto? Personalmente, tengo un interés vital en
conocerla. Quiero que me la presenten para interrogarle acerca de mi destino.
Porque, si bien «nos ofrece amistad», en su infinita sabiduría, también define a
los «otros» -simples ciudadanos descarriados, huérfanos de nacionalidad
histórica- como «Estado plurinacional». Y, como eso es un concepto
político-administrativo, a lo mejor otro día se levanta enojada, va y nos deroga
y nos pasa como a Prieto, a quien los franquistas le borraron del Registro
Civil. Así y todo, no debemos quejarnos. Mucho hemos avanzado en la averiguación
de nuestro destino. Todavía no sabremos la naturaleza de nuestra celestial
donante, pero ya conocemos que nuestro futuro está en el pasado. Hemos regresado
al Antiguo Régimen. Pero no al tiempo que sugiere el señor Rajoy. Por desgracia,
la máquina de Wells no nos ha depositado entre luces: Montesquieu se sentía
cosmopolita; «francés, (sólo) por accidente». Y aquí precisamente lo que se ha
quebrado es la ecúmene ilustrada en donde todo lo moderno -a izquierda y
derecha- tiene su origen. Nos han arrojado de bruces en el «mundo restaurado» de
la Santa Alianza, pero trufado de tensión romántica. Esta pieza arqueológica
parece un híbrido de Carlyle y De Maistre -sin la pluma del primero ni la cabeza
del segundo, claro está- aderezado con algunas gotas de cursilería ecologista,
beatería izquierdista y cara de velocidad progresista: ¡para que luego dudemos
del sentido etimológico de los matrimonios del mismo sexo! En suma, unos
«discursos a la nación... catalana» que, tras alguna mano de estilo, podría
haber articulado Savigny e historiado Treitschke con versos del «Guillermo
Tell». Como era de temer de este palimpsesto, doña Cataluña es también portadora
de «derechos históricos». ¡Y uno que creía que eran precisamente los abolidos en
la famosa noche del 4 de agosto de 1789! -y, en España, después de Cádiz-. Pero
no. Andábamos muy confundidos. Debemos prepararnos para el regreso al pretérito
imperfecto. Es tiempo de heráldica. Y, en un mundo reorganizado en territorios y
gobernado según principios de privilegio y desigualdad, nos conviene rastrear
nuestro árbol genealógico para desempolvar algún Señorío (que también son
históricos) o buscarnos un magnánimo Señor que nos cobije y proteja.
Este insólito viraje de la izquierda hacia un arcaísmo nacionalista radical
tiene, claro, su coartada: la integración en el sistema de los insaciables.
Resumen también de las expectativas de Azaña para el Estatuto de 1932, pero de
las que el presidente estaba de vuelta en 1937, no digamos en 1939. Con la misma
buena voluntad y ánimo optimista se aprobó en 1979 un texto que hoy los
nacionalistas consideran tan despreciable que ni siquiera quieren reformarlo. No
resulta aventurado vaticinar que este borrador pronto se considerará insufrible
grillete del destino histórico de la nación oprimida.
¿Por qué entonces esta deriva de la izquierda tras un reverso ideológico que le
chupa la sangre electoral por doquier desde hace cosa de un siglo? ¿Cuál es el
propósito, cuáles las consecuencias? La ignorancia es cosa diferente de la
estulticia, pero sazonada con audacia y decantada con astucia es la cocaína del
ludópata. Y esta sobredosis de nacionalismo puede resultar una apuesta tan
arriesgada para la izquierda votante como aditiva para la intrigante, si logra
expulsar al centro-derecha del sistema -y, por tanto, del poder- durante muchos
años. Porque aquí el objetivo estratégico consiste en rehacer el planetario
político con nacionalistas y secesionistas para romper el modelo de consenso
constitucional de 1978 entre izquierda y derecha. Un retroceso, pues, al
exclusivismo o monopolio de partido: la causa de todos nuestros males, según
Cánovas. No obstante, la actual puesta en escena del infausto ritornelo es más
bien una variante de la hiper-legitimidad, estilo izquierda republicana: el
ensueño de «la mayoría natural» como derivada de un síndrome de superioridad
moral y antesala de autoritarismo. Digamos que una suerte de azañismo con
setenta y tantos años más -aunque setenta mil lecturas menos en la cabeza. Que
la ocurrencia se nos antoje lamentable o simplista no le resta eficacia
electoral: sacar el Estatuto «como sea», pactar con ETA «lo que sea» y, luego,
disolver. La tormenta pasará, la gente olvidará, las elecciones se ganarán y la
derecha, «sin discurso» ni pancarta y fuera ya del sistema, se verá embuchada
con un trágala de pesada digestión. En este guión de ruptura y marginación, se
entiende que la Transición sea el enemigo histórico a batir y la «memoria
histórica» -valga el anacronismo- de la República, la Guerra y la represión
franquista, los episodios a deformar, en la medida que un ajuste de cuentas
anacrónico coadyuva al objetivo señalado: la satanización y marginación del
centro-derecha como reo de franquismo.
Sin embargo, la comprensión de un plan no exime del costo. Aparte de la carga
insoportable para la estabilidad del sistema, dinamitar principios e ideas
producirá daños irreversibles. En estas capitulaciones matrimoniales con el
nacionalismo, la izquierda se ha dejado algo más que plumas de su identidad
programática. Se ha vaciado de contenido ideológico. Ha pinchado en hueso
filosófico y eso no se enmienda en un chalaneo de porcentajes. Un discurso más
interesado en la identidad que en la semejanza; centrado en etnias, en lugar de
la Humanidad; en el nacionalismo, antes que el internacionalismo; que trafica
igualdad por privilegio; que traduce diferencia cultural en desigualdad
socio-política, confundiendo el derecho a la diferencia con la diferencia de
derechos; que promueve derechos históricos a costa de los individuales; que
habla de territorios, en vez de ciudadanos libres e iguales; que, en lugar de
exigir el derecho a la igualdad, predica la virtud de la solidaridad, calculando
balanzas fiscales, que no impuestos individuales y progresivos...Un discurso
así, en suma, licuará la izquierda. Estos jóvenes han abandonado su legendario
lugar a la izquierda del presidente de la histórica Asamblea. Ya no se sientan
entre «los amigos de la Constitución». Acierta, pues, el president Maragall...
pero sólo en el título: ¡Parece mentira!, en efecto, que la izquierda española
haya comulgado con las ruedas del molino constitucional más reaccionario
conocido desde el Fuero de los Españoles. Estos jóvenes turcos no lograrán
destruir España. Quizá porque, desde los supuestos del catecismo identitario que
hoy profesan, la España eterna debe ser un cruce espiritual entre la Virgen del
Pilar y Santiago, y tal divina condición estará siempre a salvo de toda maldad
humana. Lo que en esta derrota amenaza naufragio, empero, es el futuro de la
izquierda española. Puede que tras algunos éxitos electorales. Dentro de algunos
años, quizá. Pero por mucho tiempo después.