NUDO GORDIANO DE NUESTRA ECONOMÍA
España compensaba «su
inferioridad tecnológica y organizativa apelando al endeudamiento exterior»
Artículo
de Juan Velarde Fuertes en “ABC”
del 19 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Todos
los que nos movemos en el mundo de la investigación, en cualquier aspecto,
sabemos lo fundamental que es estar al tanto de los artículos de las revistas
científicas y, por supuesto, de los documentos de trabajo. Su análisis
continuo, sistemático, conduce en numerosas ocasiones a encontrar más de una
vez auténticas perlas que orientan para siempre los puntos de vista ortodoxos.
Eso es lo que sucede con un trabajo de Antonio Torrero Mañas, «Crisis de la
Unión Monetaria Europea (UME)», publicado en la serie «Documentos de Trabajo»
en el número 10/2010 del Instituto Universitario de Análisis Económico y Social
de la universidad de Alcalá. Si alguien quiere comprender dónde se encuentra el
nudo gordiano de la soga que estrangula a nuestra economía, precisamente la
que, o se corta con decisión o nos conduce al desastre, debe leer —está además
perfectamente escrito— este trabajo. Comienza por señalar que la crisis
financiera, por un lado, deterioró el sistema bancario de, por ejemplo,
Alemania. Este se había convertido en un «comprador ávido» de activos tóxicos
«con alta rentabilidad y calificación». Pero España hizo otra cosa:
efectivamente, los miembros de su sistema crediticio no fueron compradores de
esos activos tóxicos, pero el amparo financiero del euro «les permitió, durante
casi una década, un fuerte crecimiento basado en el endeudamiento masivo de
familias y empresas, obtenido de los mercados internacionales, intermediado por
el sistema bancario y empleado básicamente en el sector construcción». España,
como otro conjunto de países poco competitivos, compensaba «su inferioridad
tecnológica y organizativa mediante la apelación al endeudamiento exterior». Y
este procedimiento «ha finalizado».
De
ahí que haya surgido, por fuerza, «una tendencia de difícil corrección:
crecimiento del endeudamiento público, bajo crecimiento económico y costes
crecientes de la financiación exterior. La renovación del stock de deuda total
(no solo pública) se ha convertido así en la preocupación esencial» gubernamental.
Y de ahí se deriva algo que ha sido lamentablemente mal enunciado, al apelar a
extrañas motivaciones, hablándose incluso de conspiraciones, y poco menos que
de conjuras antiespañolas: el que «la opinión de los mercados financieros sobre
la sostenibilidad de las economías es una cuestión fundamental». Claro que esto
conduce a un hecho, que Keynes en su día elaboró
perfectamente, y que Torrero traduce como el «efecto rebaño»: siempre es
preferible equivocarse acompañado. La expresión «voto con los pies», que
referido a nuestra emigración empleó Lucas Mallada en «Los males de la patria y
la revolución española» en 1890, ahora se ha trasladado a los mercados
financieros que, además, están «conformados por una comunidad numerosísima de
gestores profesionales, los cuales actúan por cuenta de investigaciones
financieras y no financieras muy diversas (bancos, aseguradoras, fondos de
inversión, fondos de pensiones “hedge funds” ... y un largo etcétera)» que «operan con
perspectiva global en todos los mercados... y tienen una extraordinaria
capacidad de movilizar recursos mediante una alta tasa de endeudamiento (“leverage”) y la apelación a productos derivados». Y de la
mano de Hirschman, en su «Exit,
Voice and Loyalty» (Harvard
University Press, 1970) se
desprende que si esos gestores «consideran algo negativo, no discuten ni
argumentan; simplemente venden». Protestar ante esto, como se hace ahora en
España, lo califica Torrero de «brindis al sol».
Para
mantenerse dentro del sistema financiero mundial —y otra cosa sería,
literalmente catastrófico—, esto es, para cortar el nudo gordiano, sólo queda
un sendero: «facilitar por todos los medios posibles la reducción de los costes
empresariales para mejorar nuestro desequilibrio exterior», una solución por
supuesto, dolorosa, difícil «en una economía sin autonomía monetaria», como es
la presente española. Pero no cabe otra solución. La alternativa, y vuelvo a
tomar la palabra a Torrero, sería «una catástrofe financiera» y «un fracaso
histórico». Tampoco fue fácil para Alejandro Magno cortar el nudo gordiano que
tenía, según Plutarco, «ciegos los cabos, enredados unos con otros con muchas
vueltas». Pero la dura decisión de la espada, en el caso español, de la
drástica reducción de los costes, o sea, de la mejora radical de la
competitividad, pasa a constituir la única y valiente solución.