GANARAN LOS OTROS
Artículo de Jorge Vilches en “Libertaqd Digital” del
6-3-08
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Lo
peculiar de la democracia española no es que gobierne la mayoría con respeto a
las minorías, sino que gobiernan las minorías tolerando a la mayoría. Durante
la Transición se entendió que todo lo antifranquista era, por definición,
democrático. Los grupúsculos nacionalistas consiguieron así un plus de
legitimidad a pesar de sostener dogmas etnolingüísticos
discriminatorios que son irreconciliables con los fundamentos de cualquier
democracia contemporánea. El resultado fue un modelo constitucional que permite
el camino gradual y directo hacia la independencia de las autonomías, junto a
una ley electoral que engorda artificialmente la presencia institucional de los
partidos nacionalistas.
En
consecuencia, tras unos debates televisivos que únicamente han aferrado los
votos que cada uno ya tenía, nos enfrentamos a una cita electoral que tendrá un
seguro vencedor: los grupúsculos independentistas. Las encuestas dan una
diferencia mínima entre los dos grandes partidos, con unos resultados que
difícilmente apuntan a una mayoría absoluta. Es más, la percepción social no es
que vaya a ganar uno determinado, el PP o el PSOE, sino que el número de
escaños será muy similar.
A
esto es preciso sumar la estrategia nefasta que ha adoptado el PSOE de segregar
al PP de la vida política. El resultado es que Zapatero ha declarado, sin
embozo ni rubor, que en el caso de ganar el 9-M no contará con los populares
para definir la agenda política. Así, la gran coalición de los dos partidos
nacionales, o la garantía de su acuerdo en las grandes líneas de Estado parecen
imposibles. Del mismo modo, se antoja harto complicado que exista una tercera
opción fuerte de centro con sentido de Estado que apuntale al Gobierno.
En
consecuencia, lo más probable es que al 9-M le siga la formación de un Gobierno
en minoría que requerirá el apoyo parlamentario, imprescindible y cainita, de
al menos un partido nacionalista. Veremos, así, a un Ejecutivo nacional
patrocinando políticas que romperán los principios de solidaridad e igualdad, y
que alimentará la prepotencia independentista. No faltará tampoco la alegría de
esa "gente de la cultura", tan preocupada porque pierda el PP como
indiferente a que se borre la cultura española de las taifas nacionalistas.
Oiremos
entonces interminables lamentos sobre lo antiguos que se han quedado los
estatutos de autonomía, de la necesidad perentoria, vital, de que se dote a los
gobiernos autonómicos de más competencias y financiación, de que se establezca el
"derecho a decidir", y de lo bonito que es Kosovo. Pero nadie dirá
que esta ley electoral sí que está vieja, que sus resultados contaminan los
principios básicos de la democracia, esos fundamentos que aseguran que
cualquiera que sea el resultado no se violentará la igualdad de todos los
ciudadanos. Nadie dirá que esa ley hace imprevisible la estructura territorial
del Estado, e interinos sus principios, tan volátiles como los programas
electorales. ¿Quién se atreverá a cambiar esta malhadada Ley D’hondt por otra que facilite la estabilidad del Ejecutivo,
lo más lógico en un Estado tan descentralizado como el nuestro? Mientras tanto,
ganarán los otros.