LAS IDEAS CLARAS SON FUNDAMENTALES
Artículo de Aleix VIDAL QUADRAS en “La Razón” del 29/11/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
En su comparecencia ante el pleno del Senado el
pasado diecisiete de noviembre el presidente del Gobierno fue incapaz de definir
el concepto de nación que figura en la Constitución de 1978 y demostró que se
encuentra intelectualmente desarmado –además de parlamentariamente– frente a los
embates de los particularismos secesionistas. Cuando José Luis Rodríguez
Zapatero se ve en la situación de tener que pronunciarse de manera inequívoca
sobre un tema de gran calado casi siempre rehuye el desafío y se refugia en
llamadas al diálogo, en la discusión de aspectos de procedimiento o en vagas
apelaciones al consenso y a la buena voluntad. Ha encontrado el método perfecto
para evitar las dificultades que siempre acarrea la exposición de una doctrina
bien articulada sobre asuntos polémicos. En su caso, el recurso al pensamiento
débil no es fruto de un determinado enfoque epistemológico, sino una simple
demostración de impotencia. Ha hecho de la inanidad la mejor defensa en el
combate dialéctico propio de la política, y ha tenido la habilidad de que esta
insuficiencia sea reconocida como un mérito y pasto de chistes benévolos en los
que él sale bien parado y sus adversarios cargan con la culpa de la
intransigencia. Ya es hora de que el líder de la oposición denuncie con
contundencia semejante proceder para terminar de una vez con la reiterada
efectividad de un truco tan obvio.
En la sesión de control aludida, la respuesta de Zapatero al jefe de filas
popular en la Cámara Alta no fue una explicación nítida y rigurosa de lo que él
considera debe entenderse por nación en el Preámbulo y en el artículo segundo de
nuestra vigente Ley de leyes, antes bien, la salida que buscó para el atolladero
en el que le ponía su interpelante fue acusarle de fundamentalista. Es decir,
que para el máximo responsable del poder ejecutivo de nuestro país la
clarificación de las bases conceptuales de un problema político significa
fanatismo y es la carencia de ideas sólidas sobre los puntos cruciales del
debate público el mejor camino para su solución. Es evidente que no estamos ante
una muestra de relativismo, porque el relativista por lo menos aplica una teoría
ética; la perspectiva desde la que se nos gobierna es la total ausencia de
herramientas interpretativas, es el resignado fluir de una sonrisa vacía, eso
sí, siempre atenta a caer bien a una opinión pública fluctuante.
La idea de nación admite, por supuesto, muchos enfoques, y precisamente por
eso es absolutamente necesario que los ciudadanos conozcan cuál es el del
presidente del Gobierno, dado que aquellos que pugnan infatigables utilizando
todos los medios a su alcance, la violencia criminal incluida, para imponer el
suyo, no abrigan dudas sobre lo que nos quieren hacer tragar por las buenas o
por las malas. No hubiera sido ocioso que el secretario general del PSOE hubiera
aprovechado la ocasión que se le brindaba para recordar que la Nación que
configura nuestra Constitución está formada por un colectivo humano forjado por
una historia sin duda azarosa y no exenta de contradicciones, pero que a partir
del gran pacto civil de 1978, ha decidido consagrar como principio legitimador
de la soberanía y de la convivencia no la etnia o la lengua o la religión,
rasgos identificadores que o bien son contingentes o pertenecen al ámbito de la
conciencia individual privada, sino valores universales como la libertad, la
igualdad, la democracia, el imperio de la ley y el respeto a los derechos
humanos, que son aplicables sin distinción a todos los hombres y mujeres con
independencia del color de su piel, del idioma en el que se expresan o del dios
en el que creen. Y que esa forma de concebir la nación es incompatible con los
nacionalismos separatistas de raíz étnico-lingüística del tipo de los impulsados
por Ibarretxe, Mas o Carod-Rovira, y que sus acuerdos parlamentarios con los
partidos de dichos caballeros jamás alterarán su compromiso con la unidad
constitucional apoyada en los principios ilustrados, modernos y racionales que
nos han proporcionado el período más largo de paz, estabilidad y progreso de
nuestro devenir común.
Hubiera sido magnífico y tranquilizador oír afirmaciones rotundas, nobles y
valientes del actual inquilino de La Moncloa sobre la Nación española del siglo
XXI. Pero hay lo que hay, y así vamos.