LA BARAJA ROTA
Artículo de Aleix VIDAL-QUADRAS en “La Razón” del 19/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy han llegado aparentemente a un
acuerdo para proceder en común a las reformas constitucionales y estatutarias
que el Gobierno socialista considera necesarias. Se da por sentado que el punto
de partida de estas modificaciones del actual ordenamiento serán el texto
constitucional vigente y los estatutos hoy en vigor y se admite como evidente
que los nuevos elementos normativos que se introduzcan representarán un nuevo
avance en la descentralización, en la autonomía y en el autogobierno. El Partido
Socialista del País Vasco, por su parte, ha presentado un proyecto propio de
reforma del Estatuto de Guernica que, sin llegar a la ruptura descarada con el
espíritu y la letra de la Constitución de 1978 que perpetra el Plan Ibarretxe,
está a medio camino entre la situación presente y los delirios peneuvistas. El
Partido Socialista de Cataluña está también en una operación de revisión del
Estatuto de Sau que, en caso de materializarse, requeriría cambios profundos en
nuestra Carta Magna. El Partido Popular de Cataluña ha aceptado participar en la
ponencia parlamentaria correspondiente y se ha manifestado dispuesto a llegar a
un consenso que, por supuesto, incrementará notablemente las competencias de la
Generalitat.
Pero, vamos a ver, ¿aquí alguien se entera de lo que está pasando? Han
transcurrido veinticinco años en los que los dos grandes partidos nacionales,
unas veces por convicción y otras por necesidad, no han hecho otra cosa que
concesiones crecientes a los nacionalistas. La respuesta leal y agradecida de
éstos ya la conocemos y Carod-Rovira e Ibarretxe nos la han explicado con
descarnada claridad: quieren la fragmentación de la unidad nacional y la
voladura del edificio institucional y jurídico surgido de la transición. Y la
gente se pregunta por qué si una parte rompe con la Constitución, la otra acepta
sumisamente que todo lo alcanzado por los nacionalistas es irreversible. En el
momento en que para unos el resultado del el ejercicio de mutua comprensión que
se hizo en 1978 ya no es válido, parece obvio que regresamos todos a la etapa
preconstitucional y se parte de cero. Otra cosa sería de una ingenuidad, por
utilizar un término suave, que entraría en los anales de la política y no
precisamente para bien.
Si los nacionalistas quieren romper la baraja, ésta queda rota con carácter
general y a continuación los dos grandes partidos nacionales quedan moralmente
legitimados para tomar las medidas necesarias para fortalecer el Estado,
asegurar la cohesión nacional y garantizar la igualdad de todos los españoles.
El juego que se les permite a los nacionalistas, en el que ellos siempre
mantienen la ventaja, ha de acabar, entre otras razones porque ellos mismos han
pegado una patada a la mesa desparramando por el suelo naipes y fichas. ¿Qué más
tendrá que pasar para que en Ferraz y en Génova abran los ojos?