LÁGRIMAS DE COCODRILO
Artículo de Aleix Vidal-Quadras en “La Gaceta” del 01 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La
presidenta del Tribunal Constitucional ha despertado de su letargo y ha descubierto de
repente que el órgano que encabeza está siendo objeto de una intolerable
campaña de desprestigio. En su quejumbrosa alocución en el Club Siglo XXI hace
dos días María Emilia Casas reclamó lealtad constitucional a todos los actores públicos
como la mejor forma de garantizar una convivencia pacífica y ordenada. Aunque
su protesta está plenamente justificada porque el ataque de los nacionalistas
al Supremo Intérprete de nuestra Ley de leyes ha entrado ya en el terreno de la
subversión, lo que debería preguntarse doña María Emilia es cuál ha sido su cuota de
responsabilidad en la creación del clima irrespirable en el que nos debatimos.
Nadie
ignora quién ha pilotado los trabajos del Tribunal de forma que un asunto que
se podría haber resuelto en seis meses si desde el principio hubiese designado
al ponente adecuado, se ha arrastrado durante cuatro años provocando el
escándalo y la irritación de la ciudadanía. Tampoco es un secreto quién ha
insistido una y otra vez en presentar el borrador elaborado por Elisa
Pérez Vera a sabiendas
de que iba a naufragar al ser sometido a los sucesivos escrutinios del pleno
del Tribunal. Y, por supuesto, ha quedado impresa en la retina de millones de
españoles consternados la monumental bronca que ante los ojos implacables de
las cámaras de televisión le propinó la Vicepresidenta del Gobierno en la tribuna de autoridades
del desfile de la Fiesta Nacional de 2007 sin que la presidenta del Tribunal
Constitucional mostrase ni un atisbo de dignidad cortando por lo sano semejante
atropello a la separación de poderes. Para desempeñar ciertas magistraturas de
especial responsabilidad hay que reunir determinadas condiciones de
independencia de criterio, patriotismo, decoro y coraje que no están al alcance
de cualquiera. Pero si se acepta un puesto de este nivel, es una obligación
profesional y moral estar a la altura.
María Emilia Casas ha de aplicarse a sí misma la exigencia de lealtad a la
Constitución que les demanda a los demás, lealtad que en su comportamiento
hasta este momento ha brillado por su ausencia. Pese a su lamentable trayectoria
previa, le queda una última oportunidad de salvar los jirones de su maltrecha
reputación que aún lleva adheridos al cuerpo. Debe convocar el pleno del
Tribunal antes de que finalice mayo, poner a votación la propuesta que ya está
ultimando el actual ponente, Guillermo Jiménez, y dictar de inmediato la correspondiente sentencia.
Si continúa en su sinuosa y vacilante actitud prolongando una agonía de la
institución que le ha sido encomendada, que es ya la agonía del sistema surgido
de la Transición, sus lágrimas retóricas del pasado lunes serán lágrimas de
cocodrilo, que no inspiran piedad ni simpatía, sino rechazo y vergüenza ajena.