TEXTO
DE LA PROPUESTA ARDANZA PARA UN FINAL DIALOGADO DE LA VIOLENCIA EN EUSKADI
Publicado en "El País" del 12-3-98
«En la reunión del pasado 16 de enero presenté a los
miembros de la mesa un documento para la reflexión y el debate. En él se
proponían -a modo de alternativas- dos posibles tareas que podría acometer la
Mesa en lo que queda de legislatura, de modo que sus trabajos quedaran de cara
al futuro.
La primera tarea consistía en limitar el trabajo de la
Mesa, en lo que queda de legislatura, a poner orden en sus filas y reducir al
mínimo las actuales discrepancias públicas entre los partidos. La segunda, más
ambiciosa, perseguía propiciar un acuerdo de fondo sobre el horizonte final de
«salida dialogada», que todos consideramos inevitable y diseñar, a partir de
dicho acuerdo, una estrategia activa y global de pacificación.
Los miembros de la Mesa consideraron que la primera
tarea, con ser absolutamente necesaria, no iba a resultar suficiente para reestablecer el consenso con garantías de estabilidad y se
inclinaron por abordar la segunda a partir de las líneas de reflexión marcadas
en el mencionado documento. Entendieron, además, que tal decisión daba
cumplimiento al compromiso de abordar la llamada «segunda fase« de la Mesa, tal
y como fue adoptado en reunión del 21 de febrero de 1997 (punto 4 del documento
de aquella fecha).
A raíz de esa decisión, he mantenido conversaciones con
representantes de cada uno de los Partidos de la Mesa, así como con el
presidente del Gobierno central y los máximos líderes de los partidos de ámbito
estatal. Todos ellos conocen el documento presentado en la reunión del 16 de
enero.
Dichas conversaciones han puesto de manifiesto un
desigual grado de aceptación de las propuestas contenidas en el documento, pero
en ninguna de ellas se ha revelado la actitud de rechazo frontal al mismo.
Nadie ha presentado tampoco una contrapropuesta alternativa, aunque sí han
adelantado objeciones concretas, tanto de oportunidad como de contenido, a
ciertos aspectos del documento.
Todos han aceptado, en cualquier caso, que lo que en él
se expone puede servir de punto de partida para un debate y eventual consenso
de los partidos en torno a la superación definitiva de la violencia que sufre
nuestro País a causa del terrorismo de ETA.
Siendo esto así y, con el fin de facilitar el análisis y
el debate del documento, me ha parecido llegado el momento de entregarlo a los
miembros de la Mesa las siguientes modificaciones.
Primero y, dado que la decisión adoptada fue la de
abordar la segunda tarea, el presente documento omite, por innecesario, todo lo
que en el original se refería a la primera. Segundo, se han modificado algunas
expresiones y añadido algunas consideraciones a raíz de las conversaciones
mantenidas con los partidos. Y, tercero, se ha completado la propuesta con
referencias a aquellos artículos del acuerdo de Ajuria Enea en los que, sin
citarlos, se sustentaba.
Dicho esto, se recoge a continuación la propuesta de
debate que se hacía en el documento del 16 de enero. Para un acuerdo sobre el
«final dialogado»
La segunda tarea, es decir, la de propiciar un acuerdo
de fondo sobre el horizonte final de «salida dialogada» y diseñar, a partir de
dicho acuerdo, una estrategia activa y global de pacificación, exige un debate
sincero y discreto sobre ciertos problemas de calado político. La pregunta
básica que habríamos de contestar podría formularse, más o menos, de la
siguiente manera: ¿qué puede y quiere hacer nuestro sistema democrático para
propiciar el doble objetivo de que 1) ETA deje de intervenir en política,
mediante la llamada «lucha armada« (el terrorismo) y 2) la disidencia política
que la apoya (Herri Batasuna) se integre
definitivamente en la actividad política propia del sistema democrático?.
No se trata, como es obvio, de insistir ahora en
aquellas respuestas en las que ya estamos de acuerdo. Así, por ejemplo, la
necesidad de una correcta y eficaz acción policial y judicial o la conveniencia
de mantener la presión política y social son ya, para todos nosotros,
sobreentendidos en los que no hace falta insistir. La pregunta pretende ir más
lejos de la ya acordado y suscitar una respuesta conjunta precisamente en aquel
terreno en el que, hasta el momento, no hemos logrado ponernos de acuerdo.
Ahora bien, si en algo no estamos de acuerdo hoy, es en
la concepción que cada uno se ha hecho del horizonte final en que habrá de
superarse definitivamente la violencia. Éste es, por tanto, el terreno que debe
ser trabajado de manera prioritaria.
El acuerdo de Ajuria Enea prevé y, todos consideramos
inevitable y hasta deseable, un horizonte final de diálogo («final dialogado»).
Pero, más allá de las palabras que usamos en común, mantenemos profundas
diferencias en torno al significado que le damos. La expresión «Final dialogado»
se convierte así en una especie de «muletilla» carente de significado unívoco y
concreto. Este desacuerdo sobre el «horizonte final» no es irrelevante para el
proceso de pacificación. Su superación no puede ser tampoco aplazada por mucho
tiempo, alegando, por ejemplo, que, como tal horizonte vendrá al final del
proceso, «ya lo diseñaremos cuando lleguemos al final«. Porque ocurre, más
bien, que el desacuerdo sobre el «horizonte final» pone en entredicho muchos de
los acuerdos que ya teníamos alcanzados sobre el proceso que conduce a él. Y es
que, a falta de un acuerdo sobre el «horizonte final», surgen las dudas y los
recelos sobre la procedencia o improcedencia de ciertos pasos importantes que
han de darse a los largo del proceso.
Procede, por tanto, saber ya desde ahora si todos
queremos llegar al mismo fin para poder ponernos de acuerdo sobre los pasos que
conducen a él. La pregunta sobre el «horizonte final» no es, pues, ni prematura
ni inoportuna. Su respuesta resulta, más bien, imprescindible para poder
diseñar una estrategia global de pacificación.
De otro lado, es evidente que, hoy por hoy, no podemos
ofrecer un diseño acabado de ese horizonte final. Pero sí podemos descarta, ya
desde ahora, algunos elementos que no cabe razonablemente esperar que se
incluyan en él y definir otros que es razonable prever que estarán presentes.
De esto va el siguiente razonamiento».
LAS PREMISAS
1. Por lo que se refiere al mundo ETA-HB y tratando de
hacer un ejercicio de realismo político, resulta razonable prever lo siguiente:
a) ETA no va a renunciar a su «lucha armada» como
consecuencia de una derrota policial. Esto es, al menos, lo que todos decimos,
incluido el Ministerio del Interior. Más de 30 años de «lucha antiterrorista»
desde posiciones dictatoriales y democráticas, parecen avalar esa creencia
común. No es, pues, razonable pensar, por nuestra parte, en una victoria
policial.
b) No es razonable prever tampoco que ETA vaya a
renunciar a la «lucha armada» ni que HB vaya a incorporarse a la actividad política
propia del sistema democrático en razón de una especie de «conversión» forzada
o espontánea, a las bondades del actual sistema. Por mucho que nos gustara que
así fuera o por exigible que lo consideremos desde el punto de vista ético y
democrático, no es razonable pensar que vayan a abandonar lo que ellos viven
como 30 años de lucha y sufrimiento a cambio de nada o, por decirlo más
explícitamente, a cambio del estatus quo constitucional, y estatutario. Ellos
temen que tal «conversión» sería interpretada, por propios y extraños, como una
rendición en toda regla.
En este sentido, si la «derrota policial» queda
descartada, tampoco es previsible -por mucho que nos duela- que se produzca una
«derrota política» tan cruda y brutal como la aquí expresada. No es pues,
razonable prever que se produzca una especie de «desestimiento»
colectivo en ese mundo.
La comparación con lo que ocurrió con los poli-milis no
parece procedente a este respecto. Lo que aquellos hicieron aprovechando la
transición a la democracia y al autogobierno no parece repetible en una
situación de democracia asentada y (aquejada, según ellos, de notables vicios
acumulados).
Así pues, la renuncia de ETA a la «lucha armada» y la
incorporación de HB al actual sistema constitucional y estatutario no es
previsible que se produzcan «sin más», es decir, como resultado de una especie
de «conversión» o «desestimiento», bien sea
espontáneo o forzado por las circunstancias (eficacia policial, acción
policial, aislamiento político, presión social...).
c) Siendo así -ni derrota policial ni derrota política
en términos de desistimiento- el abandono de lo que ETA considera su «lucha
armada» y la incorporación de HB a la actividad política democrática
requerirán, desde su punto de vista, de algo que ellos puedan interpretar como
un incentivo político que los justifique ante su propia gente. Por lo que
sabemos, tal incentivo no parece que pueda ser otro que un diálogo tal
-llámenlo ellos «negociación» y nosotros «final dialogado»- que sea
susceptible, al menos en principio, de incidir efectivamente en el actual
sistema constitucional y estatutario.
De momento, ésta sería la constatación más atrevida que
podríamos hacer en común: un final dialogado que sea susceptible, en principio,
de incidir en el actual sistema jurídico-político, parece ser el requisito
mínimo que ETA y HB exigirían para abandonar la violencia (ETA) e incorporarse
a los procedimientos democráticos (HB).
2. A la inversa, mirando el proceso desde la perspectiva
de los partidos políticos, deberíamos saber a estas alturas, al menos, lo
siguiente:
a) Ningún Gobierno democrático va a entablar un diálogo
político (resolutivo del problema) con una organización «terrorista» en
ejercicio. No es sólo cuestión de legitimidad democrática. Se trata de una
imposibilidad fáctica. Ningún Gobierno lo resistiría. La necesidad, por tanto,
de un «cese de hostilidades» por parte de ETA, previo a cualquier diálogo
político (resolutivo), es absoluta.
b) No es razonable tampoco prever que el final dialogado
(el diálogo político resolutivo) pueda tener como protagonistas a un Gobierno
democrático y a una organización terrorista, aun cuando ésta se encuentre en
situación de «alto el fuego». A estas alturas, cabe excluir, por múltiples
razones (de legitimidad y de viabilidad fáctica) la escenificación de tal
bilateralidad.
Si, como se decía más arriba, la carta política del
diálogo final es para ellos uno de los requisitos ineludibles (véase 1.c),
quienes deban soportarla tendrán necesariamente que ser agentes políticos
legitimados. No cabe, por tanto, contemplar como viable la hipótesis de un
diálogo político y resolutivo («negociación» o «final dialogado«) entre el
Gobierno y ETA.
c) El diálogo político final (resolutivo) no podrá
suponer ni, de un lado, hacer tabla rasa de lo que el sistema democrático ha
ido construyendo hasta ahora (Constitución, Estatuto, instituciones de
autogobierno) ni, de otro, considerar cerrado el proceso en los límites de lo
hasta ahora construido. Tanto lo uno como lo otro equivaldría a obligar a uno u
otro interlocutor a negarse a sí mismo y su propia razón de ser (no hablo de la
«razón de ser» del «terrorismo», que no tiene ninguna, sino de la razón e ser de lo que en él subyace: la disidencia cívico-política
de una notable porción de la sociedad que, girando en torno al «terrorismo», no
está dispuesta a aceptar el statu quo). El diálogo político resolutivo no
podrá, por tanto, ni a) aceptar condiciones previas que nieguen la razón de ser
de uno de los interlocutores (reconocimiento previo, por ejemplo, del derecho
de autodeterminación) ni b) poner límites fijados de antemano que nieguen la
razón de ser del otro (la Constitución o el Estatuto como límites
infranqueables).
Éstas son, más o menos matizadas, las premisas. No
contienen -o, al menos, no pretenden contener- juicios de valor y tratan de
evitar cualquier tipo de voluntarismo. Vienen, en suma, dictadas por la
realidad y por la experiencia que de ella hemos acumulado a lo largo de los
años. Nuestra tarea consiste ahora en elaborar, a partir de ellas y sin
hacernos trampas en el solitario, una estrategia global que, además de ser
legítima desde el punto de vista democrático, tenga visos, al menos a priori,
de viabilidad. No basta con aceptar, en teoría, el final dialogado. La
responsabilidad de quien debe resolver el problema consiste en delimitar
primero en qué consistiría ese diálogo y en propiciar después las condiciones
que lo hagan posible; es decir, en diseñar primero el horizonte final que nos
resulte aceptable y en conducir después el proceso hacia ese horizonte (y no
hacia otro).
Conviene evitar ya desde ahora un posible malentendido.
Lo que aquí se propone no parte de la existencia de un supuesto «déficit
democrático», que nuestro sistema padecería y tendría la obligación de subsanar
para superar la violencia. Sólo parte de un hecho: la profunda división
política y social que existe en la sociedad vasca, y persigue un único
objetivo: alcanzar una mayor integración política y la reconciliación social.
No nos preguntamos, por tanto, qué debe hacer la democracia para corregir sus
supuestos déficits, sino qué puede y quiere hacer para superar la falta de
integración que de hecho sufre la sociedad vasca. La legitimidad democrática
del sistema no está en cuestión.
A esto es a lo que vengo refiriéndome desde el principio
al hablar de nuestra responsabilidad de diseñar una «estrategia global de
pacificación». Las medidas policiales y judiciales (la aplicación de la ley)
son necesarias. Igualmente lo son otras medidas, como la presión social, el
discurso político, etcétera. Pero deben quedar englobadas en un marco más
amplio, en el que esté incluido ese diseño de «final dialogado». Además de
presionar (firmeza y unidad democráticas), es necesario señalar un portillo de
salida (diálogo democrático).
Para contribuir a ese diseño, cuya ausencia entre
nosotros es quizá el fallo más clamoroso de esta mesa desde que definió los
grandes principios en enero de 1988, podrían adelantarse las siguientes líneas
de reflexión.
LA PROPUESTA
1. Condiciones de posibilidad del diálogo.
a) ETA deberá interiorizar, antes que nada, que tiene
que dejar de ejercer la «lucha armada» (el terrorismo) para que pueda iniciarse
un diálogo político productivo. Nuestro discurso a este respecto ha de ser
unívoco y sostenido. No cabe diálogo político resolutivo, mientras ETA se
mantenga en ejercicio.
b) Es difícil responder por cuánto tiempo deberá ETA
dejar el ejercicio de la lucha armada con el fin de hacer creíble de su
voluntad inequívoca de acabar con el conflicto violento. Parece razonable
pensar que, a estas alturas del proceso, sería exigible un «cese ilimitado en
el tiempo», con el compromiso, por la otra parte, de un inicio y un fin
prefijados del periodo de diálogo político.
c) Para este cese, ETA querrá conocer de antemano el
diálogo que nos proponemos. Hacérselo saber parece imprescindible. La falta de
este conocimiento por parte de ETA o, lo que es lo mismo, nuestra indefinición
al respecto, es lo que (entre otras razones evidentes) ha permitido que, hasta
ahora y con la excepción quizá de enero de 1989, todas las treguas lanzadas por
ETA hayan tenido una intención meramente táctica. Ahora se trataría de que ETA
no pueda manejar las treguas a su gusto, sino de que las anuncie y mantenga en
respuesta a una oferta concreta de pacificación. No podemos estar a merced de
las treguas de ETA, sino que ETA debe poner la tregua a merced de la paz.
d) También la opinión pública deberá conocer el marco
general del eventual diálogo. En una sociedad democrática y abierta, sería
imposible sustraer a la sociedad un asunto de esta envergadura, al menos en sus
rasgos esenciales. De otro lado, la implicación de la opinión pública resulta
conveniente, toda vez que su capacidad de neutralizar iniciativas políticas es
enorme. El proceso debe ser inteligible, asumible y plausible para la opinión
pública democrática porque necesita su complicidad.
2. Los interlocutores
a) ETA deberá asumir que, en cuanto tal organización, no
podrá ser interlocutor en ese eventual diálogo político resolutivo. No lo
soportarían los interlocutores de la otra parte ni la opinión pública. Es
cuestión de pragmatismo (además de legitimidad). Los interlocutores deberán
estar legitimados por su representatividad popular. HB deberá, por tanto,
asumir directamente la interlocución. La bilateralidad Gobierno-ETA en un
diálogo político resolutivo (negociación) debe quedar excluida de antemano. El
discurso de los partidos debería ser también unívoco y sostenido en esto. Es la
manera más eficaz de convencer a ETA de la inutilidad de su empeño en continuar
con la violencia, que en este proceso sobra y estorba. ETA tiene que entenderlo
y asumirlo. El diálogo, si se da, no será consecuencia de la violencia, sino de
su cese.
b) Los interlocutores deberán ser, por tanto, sólo y
exclusivamente los partidos representativos. Más aún, el protagonismo deberá
recaer, en una primera instancia, sobre los partidos representativos de la
sociedad vasca. El problema es, ante todo y sobre todo, un problema vasco,
aunque consista en la problemática y contradictoria interpretación que los
vascos hacemos de un asunto que concierne también a terceros: la cuestión
nacional. Nosotros somos los que, en principio, tenemos que llegar a un
arreglo.
Deberá aceptarse, por tanto, que el núcleo del problema
no está en una a confrontación Estado-Euskadi, sino que consiste en la
contraposición de opiniones vascas sobre lo que somos y queremos ser (también
en relación con España, por supuesto ).
c) Habrá de aceptarse también que el diálogo entre los
partidos de representación vasca concierne al conjunto del Estado. En tal
medida, las instancias representativas del Estado deberán participar en el
proceso, lo que en principio ya viene garantizado a través de la representación
vasca de los partidos de ámbito estatal. Así, los consensos que habrían de
alcanzarse entre los partidos vascos serán también asumibles en el ámbito
estatal. Más aún. El proceso que se propone debe contemplarse desde una
perspectiva pragmática. No se pone en cuestión la soberanía ni su residencia,
cuestiones que deben quedar obviadas. Más bien, desde la soberanía actualmente
reconocida, se opta por un determinado procedimiento de resolución. Desde esta
perspectiva, las instancias competentes del Estado, como parte concernida por
el proceso, optan por y declaran de antemano su disposición a: 1) Dejar la
resolución dialogada del conflicto en manos de los partidos representativos de
la sociedad vasca; 2) Hacer propios los acuerdos que aquéllos puedan alcanzar
en las instituciones vascas y 3) Pactar con éstas su eventual incorporación al
ordenamiento jurídico con el fin de que puedan resultar operativos.
3. Los contenidos del diálogo
El diálogo político resolutivo versará sobre la llamada
«cuestión nacional» (el modelo de autogobierno del que los vascos querríamos
dotarnos). A partir de la situación existente y de la aceptación, al menos
fáctica, de las instituciones de autogobierno actuales, cuya legitimidad
democrática es incuestionable para nosotros, se negociaría una agenda, se
acordaría un procedimiento y eventualmente se alcanzarían unos consensos cuyo
nivel, para que sean suficientes, debe estar fijado de antemano. Todas las
partes se comprometerían de antemano a acatarlos y ETA, en particular, habría
de dejar claro, desde el inicio, que ni interferirá en el proceso ni volverá a
su actividad violenta, si los resultados no le satisfacen. El compromiso con
los procedimientos democráticos ha de ser inequívoco y definitivo desde antes
de iniciar el proceso. La extensión del periodo de diálogo y negociación
debería estar fijada de antemano. El proceso debería ser abierto en sus dos
extremos, sin condiciones previas y sin límites de resultados. Un ejemplo: ni
el reconocimiento de la autodeterminación podría ser condición previa para
iniciar el proceso ni el mismo podría quedar excluido a priori como eventual
resultado del consenso. Porque caso de ser resultado del consenso podría dejar
de ser elemento de confrontación interna y externa, para convertirse en
instrumento de reconciliación.
Alcanzados los acuerdos, podría pensarse en un
escalonamiento temporal de los acuerdos para hacerlos efectivos de modo que,
sometidos a la prueba del tiempo (dos o tres años), pudieran sedimentar y ser presentados
con mayor sosiego al refrendo popular. Este procedimiento supondría una
garantía de solidez y suficiencia de los acuerdos alcanzados. Asimismo, el
proceso debería cerrarse con un compromiso de adhesión leal y duradera por
parte de los partidos implicados, de modo que lo acordado recibiera garantías
suficientes de estabilidad y permanencia.
4. Cuestiones procedimentales
a) Con anterioridad a la apertura del proceso se
requerirían intensos procesos de diálogo en varias direcciones con el fin de
madurar la propuesta y hacerla viable. Tales procesos de diálogo exigirían
máxima discreción. (¿Cómo lograrla?) Los diálogos deberían implicar: a los
partidos de la Mesa, al Gobierno central, la oposición estatal y al mundo de
ETA y HB. Se requerirá además un intenso proceso de información a la opinión
pública.
b) Sería conveniente disponer de un estudio serio sobre
la cobertura jurídica del proceso, incluyendo una investigación sobre las
posibilidades de la Constitución y el Estatuto (Adicional Primera y Adicional
Única respectivamente, así como la Disposición derogatoria y otras). A tener en
cuenta, sin embargo, la dirección de todo el proceso debería ser eminentemente
política y, desde una voluntad política decidida, cabría quizá una lectura
constitucional y estatutaria que diera cabida a los consensos que pudieran
alcanzarse.
c) Debatida y madurada la propuesta, debería formularse
y presentarse de manera adecuada. Entonces habría que decidir quién o quiénes
la presentan y cuándo y como se hace.
CONCLUSIÓN
Todo lo que antecede no es, como puede claramente
deducirse, una propuesta formal de diálogo dirigido a ETA y HB. En el estadio
actual, es, simplemente, una propuesta para el acuerdo dirigida a los partidos
que integran la Mesa de Ajuria Enea. Todos somos conscientes de que en las
actuales circunstancias, no se dan las condiciones para dirigir propuestas de
este tipo al mundo de ETA-HB. Menos aún, si no están suficientemente acordadas
entre nosotros.
Pero aclarando esto, las mismas circunstancias actuales son
las que nos apremian a construir acuerdos sobre este asunto. La sociedad vasca
no está dispuesta a que se le enquiste indefinidamente este problema y a tener
que convivir con él sin esperanza de solución.
La propuesta que se hace suscitará, como es obvio,
múltiples preguntas, recelos y resistencias. Es natural. Pero la gran pregunta
que plantea y que debemos contestar es si servirá para alcanzar la paz. Si así
fuera, todos los trastornos que provoca habrían merecido la pena.
De momento, sin embargo, se nos abre otro interrogante
previo. Si nosotros, los partidos democráticos, alcanzáramos un acuerdo sólido
en torno a una propuesta de este tipo, ¿no habríamos conseguido ya, sólo con
ello, reforzar nuestra unidad y recuperar el liderazgo en el proceso de
pacificación? Quizá sólo por esto merezca la pena su toma en consideración.
Porque, definido el horizonte final, nos resultará más
fácil juzgar la procedencia o improcedencia de todos los demás elementos que integran
la lucha antiterrorista y el proceso de pacificación. No es momento de analizar
ahora, uno por uno, todos esos elementos: eficacia policial, acción judicial,
política penitenciaria, presión social, discurso político a mantener,
acercamiento o aislamiento de HB, contactos con ETA, etc. Lo que interesa
subrayar es que tales elementos serán correctos o incorrectos en la medida en
que conduzcan a un horizonte o nos desvíen de él. Éste debe ser el criterio
para ponerlos en práctica y juzgarlos. Como criterio general, todo aquello que
contribuya a hacer ver a ETA y HB la inutilidad de persistir en la violencia
será conducente a ese horizonte. De lo que en esta propuesta se trata es
precisamente de persuadir a ETA y HB de que el conflicto es menos útil, menos
cómodo y menos rentable que su resolución.
Y para terminar, una última consideración.
En el proceso de pacificación, tal y cómo se concibió en
el acuerdo de Ajuria Enea, la posibilidad de un final dialogado ha estado
siempre presente. Se ha dicho a veces, sin embargo, que la insistencia en esa
posibilidad debilita la lucha terrorista y fortalece («da alas») a los
violentos. Ha ido instándole así, la tendencia a proscribir el término diálogo
del lenguaje democrático en el contexto de dicha lucha, por temor a dejar al
descubierto una debilidad del sistema.
El planteamiento que en estas páginas se ha hecho parte
de una convicción bien distinta. El diálogo, además de ser atributo
irrenunciable del sistema democrático, constituye una de sus máximas fortalezas.
Insistir en el diálogo, debilita la posiciones propias, sólo cuando no se
concretan, a la vez, sus condiciones y sus contenidos. Es decir, cuando se da a
entender, que a través del diálogo, cualquier cosa es posible en cualquier
momento y bajo cualquier circunstancia. No cabe duda de que este error se ha
cometido. Pero, cuando la oferta de diálogo viene acompañada de una clara
delimitación de sus condiciones de posibilidad, de sus procedimientos y de sus
contenidos, en vez de debilidad, significa fortaleza. Tal es, creo yo la oferta
de diálogo de la que aquí se trata. Bajo estas condiciones, insistir en el
diálogo y propiciarlo es siempre oportuno«.
ANEXO
Conviene subrayar, para concluir, que lo que aquí se
propone no es ajeno al razonamiento que subyace en el Acuerdo para la
Normalización y Pacificación de Euskadi. Está, por el contrario, basado en él.
Podría decirse que no es, en el fondo, sino la explicitación de ideas que en
aquel Acuerdo estaban sólo implícitas e insinuadas.
El esquema de diálogo final que se propone respeta
escrupulosamente lo dicho en el artículo 10 del Acuerdo, en el que se remite a
los partidos representativos el tratamiento de las cuestiones políticas:
«Si se producen las condiciones adecuadas para un final
dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad de poner fin a
la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción,
apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes
decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio
democrático irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse
únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular».
"...nosotros reafirmamos nuestra sincera voluntad
de paz y nuestro apoyo a un final dialogado del conflicto en los términos del
punto 10 del Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi..."
En cuanto a la posibilidad de una modificación del
actual statu quo es algo que reiteradamente se menciona y se posibilita en el
Acuerdo, con la sola condición de que tal modificación sea expresión
democrática de la voluntad popular. A este respecto, el Acuerdo no hace sólo
referencia a la posibilidad de reformar el Estatuto de Gernika,
sino que remite también a las posibilidades de evolución en el autogobierno que
contiene la Adicional Única del mismo. Así, ya en el prólogo se afirma:
«Más aún, como expresión de respeto y reconocimiento de
las profundas aspiraciones al autogobierno que el pueblo vasco ha demostrado a
lo largo de su historia, el propio Estatuto refrendado, en su Disposición
Adicional, hace reserva expresa de los derechos que a dicho pueblo hubieran
podido corresponder en virtud de su historia y a cuya actualización, mediante
la expresión de su voluntad en cada momento y de acuerdo con lo que establezca
el ordenamiento jurídico, aquél no renuncia por la aceptación del actual
régimen de autonomía».
Igualmente, en el artículo 2.c. se dice:
«Es la voluntad mayoritaria del pueblo, a través de sus
representantes legítimos, y no la de quienes pretenden imponer de forma
violenta o totalitaria sus criterios sobre el conjunto de la sociedad, quien
debe juzgar en cada momento de la validez o invalidez del Estatuto como
instrumento de autogobierno y decidir, en su caso, su reforma y desarrollo
mediante los procedimientos contemplados en el propio Estatuto y en la
Constitución, estando siempre legitimado el mismo pueblo para reivindicar
cualquier derecho que, de acuerdo con las Disposiciones Adicional Primera de la
Constitución y la Única del Estatuto, le hubiera podido corresponder».
Lo cual nos permite a la Adicional Única del Estatuto:
«La aceptación del régimen de autonomía que se establece
en el presente Estatuto no implica renuncia del pueblo vasco a los derechos que
como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán
ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico».
En el mismo sentido, el artículo 8 del Acuerdo defiende
que:
«...la legitimidad de todas las ideas políticas, expresadas
democráticamente, tiene en el marco parlamentario la vía de la defensa y, en su
caso, de incorporación al ordenamiento jurídico de cualquier reivindicación».
Interpretando todos estos textos, la Mesa de Ajuria Enea
ha hecho públicos diversos comunicados conjuntos, que subrayan las mismas
ideas. Así, el 11 de enero de 1996, se afirmaba que:
«...el pueblo vasco puede encontrar cauces pacíficos y
democráticos para hacer valer los derechos que pudieran corresponderle, toda
vez que, en un proceso democrático, la voluntad mayoritaria de la ciudadanías
vasca, legítimamente expresada, debe encontrar su aplicación en el ordenamiento
jurídico vigente en cada momento».
Y, finalmente, el 25 de junio de 1996, respondiendo a la
tregua que ETA acababa de ofrecer, la Mesa de Ajuria Enea decía:
«...nosotros reafirmamos nuestra sincera voluntad de paz
y nuestro apoyo a un final dialogado del conflicto en los términos del punto 10
del Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi, de modo que sean
los partidos vascos con representación parlamentaria los que avancen, a través
del diálogo, en la consecución de un consenso democrático que dé satisfacción
razonable a las plurales opciones políticas de nuestra sociedad, consenso que,
una vez alcanzado, nosotros nos comprometemos a respetar y a que sea respetado
efectivamente en todos los ámbitos, utilizando para ello todos los instrumentos
que el ordenamiento jurídico pone a nuestra disposición».
Y, tras exigir a ETA una serie de gestos que avalaran la
sinceridad de su voluntad, proseguía:
«...nos comprometemos a iniciar un proceso sincero y
abierto de diálogo entre todos los partidos políticos vascos con representación
parlamentaria, que dé con un consenso capaz de integrar razonablemente todas
las sensibilidades políticas de la sociedad vasca y de alcanzar su definitiva
normalización y pacificación».