LA
SINRAZÓN DEL VIGILANTE
Artículo de Aurelio Arteta en "El País" del
23-11-98, seguido de un breve comentario propio (Luis Bouza-Brey)
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web
De la calidad teórica de los argumentos de ETA, ésos por
los que han segado tantas vidas, ya teníamos noticia. Bastaba con escuchar las
soflamas que aún vociferan sus huestes civiles para saber que no era fácil
exponerlas sin rubor ante un simple corro de ciudadanos racionales. Mataban y
asustaban porque no podían hablar ni convencer. Lo vienen a reconocer en su último
comunicado: el "arma más eficaz" de sus adversarios, la
"vanguardia del ataque" contra ellos, no ha sido la policía ni sus
medidas represivas, sino los medios de comunicación o los zakurrak
o perros que en ellos escriben. Por venir de quien viene, no es pequeña
confesión del papel decisivo que en este conflicto político-militar cumple el
debate de ideas, que tantos aún desdeñan. Cuando al fin ETA se decide a
servirse regularmente de la palabra pública, hay que tomársela: porque entonces
la razón les pone en su sitio.
Ya desde su primer párrafo la banda terrorista apunta
sin quererlo a la raíz del problema: ¿quién es en nuestro caso el sujeto
político, el "Pueblo vasco" o la "sociedad vasca" (y con
ella, en fin, sus individuos) a los que alternativamente se dirige? He ahí la
cuestión, que a muchos les ha parecido siempre un tiquismiquis propio de
intelectuales resentidos o desocupados. Pues el Pueblo vasco y la
sociedad vasca designan cosas bien distintas y se relacionan entre sí como una
entidad ideal y sagrada, de índole cultural, absoluta, prepolítica...
y otra real y profana, sociológicamente observable, relativa y democrática. El
primero es una reunión de creyentes que requiere de intérpretes de su fe; la
segunda, una suma de ciudadanos que hablan por sí mismos. El uno reduce por
abstracción a sus miembros a una sola identidad a la que pertenecen de por
vida, mientras que el otro los abarca en su cambiante diversidad de identidades
elegidas.
Sobra decir que ETA, como todo nacionalismo que se precie, opta por el Pueblo.
Pues lo que de veras importa es "nuestra supervivencia como pueblo".
Ese Pueblo es el que forma Euskal
Herria. Naturalmente, se trata de un fetiche, o sea,
un ente ficticio al que se dota de propiedades personales y sociales: existen
unos "derechos de Euskal Herria"
y un "derecho a la palabra de Euskal Herria" y estamos ante una " nueva oportunidad
que entre todos ofrecemos a Euskal Herria". Igual que Dios es el producto de la
alienación religiosa, Euskal Herria
es un resultado de la enajenación nacionalista. Y si ETA proclama alborozada el
advenimiento de una "nueva era" es porque ha creído detectar dos
signos inequívocos de que hoy ese pueblo resurge: el Acuerdo de Lizarra-Garazi,
donde por fin los nacionalistas tibios se sumaron sin remilgos a la proclama de
soberanía, y los últimos resultados electorales, donde al parecer ha triunfado
"la postura claramente favorable a Lizarra-Garazi". Lo que no obsta,
por cierto, para admitir después que "el número de votos españolistas se
ha mantenido o ha aumentado ligeramente". Y para pasar por alto que, en
cada una esas dos localidades emblemáticas, los votos abertzales alcanzan
cifras insignificantes para su respectiva población.
Claro que, de tanto jugar con entes ficticios, se acaba
evocando fantasmas. Para ningún navarro que yo sepa existe una ciudad que se
llame Lizarra, sino Estella, igual que los franceses
sólo conocen a Garazi como St. Jean de Pied de Port,
y los de este lado, como San Juan de Pie de Port. No es asunto de poca monta,
porque el nacionalismo —como Adán en el Paraíso— gusta de recrear la realidad
imponiéndole nuevo nombre para así dominarla. Y como ETA, según aquí reconoce,
es aficionada a la política-ficción, tacha a las elecciones vascas de engañosas
a causa de la "discriminación" en el idioma que han sufrido los
ciudadanos vascos y la invasión de "medios de comunicación
extranjeros" —o sea, españoles— durante su campaña. Finge ignorar que, si
el euskera es el idioma del Pueblo, el español resulta la lengua materna y
habitual de la inmensa mayoría de la sociedad, y mal habría podido ésta
entender cualesquiera mensajes —incluidos los de ETA— en otra lengua que no
fuera la propia).
Pero cuando se opta por el Pueblo y sus conmilitones, se
opta contra la sociedad y sus conciudadanos. Quieran que no, la rica sociedad
de dispares debe acomodarse a ese monocorde pueblo de
iguales y el todo ha de someterse a la voluntad de una parte, de suerte que
aquel fetiche sea adorado a mayor gloria suya y no menor sacrificio de sus
descreídos. Lo escribe ETA: "somos nosotros quienes debemos definir y
construir Euskal Herria".
A renglón seguido parece contradecirse cuando concede que "en la
construcción de Euskal Herria
es necesario el trabajo de todos los ciudadanos". Pero no hay tal
incoherencia, dado que no concibe a esos ciudadanos como sujetos libres, sino
como súbditos del pueblo y rehenes de sus portavoces autorizados. En resumidas
cuentas, este todos no debe querer en política sino lo que quiere aquel
nosotros: "siendo el objetivo de todos el respeto hacia Euskal Herria", no hay otra
meta que la independencia.
Y es que ese Pueblo, a diferencia de la sociedad en que
se asienta, es eterno e inmutable como una Idea platónica: existió en un
pasado, existe en el presente y existirá en el porvenir. Sólo así se entiende
que aquel futuro soñado sea para ETA el juez y la medida del presente, pues es
el caso que "tampoco la comunidad autónoma... responde al desarrollo
futuro". Ella sabe cuál es ese desarrollo necesario, al que a los ciudadanos
nos toca plegarnos sin rechistar: sus más de ochocientas víctimas mortales
cometieron el error o descuido de interponerse en mitad de esa inexorable
marcha triunfal. Ella "está convencida" de que la tesis
independentista lograría el apoyo mayoritario incluso en un referéndum
celebrado en todo Euskal Herria:
"El futuro nos confirmará esta creencia". Pero una creencia tan
acendrada ni admite demoras en su confirmación ni ha de aguardar a la llegada
del porvenir, sino que ha de tenerlo ya por venido.
De suerte que ETA divisa ese futuro como si fuera ya
presente, y desde este presente imaginario reivindica para la Euskal Herria actual unos
derechos que sólo tendrían sentido y fundamento en el futuro deseado. ¿A qué
esperan ya las autoridades francesas y españolas para "reconocer la
autodeterminación y la territorialidad a Euskal Herria"? He aquí, pues, un maravilloso ejemplo de
"profecía autocumplida", pero no menos de
notable flaqueza en su fe. A poco que ETA confiara en que la sociedad vasca
participa del deseo de su Pueblo tendría al instante que desaparecer. Si hoy se
arroga el papel de guardián de este evangelio, como hasta ahora se adjudicó el
de matón de pueblo, será para continuar forzando a la sociedad a doblegarse
ante su Pueblo, para asegurar ese futuro que se daba por seguro.
Conque figúrense qué idea tiene ETA de la democracia que
nos prepara. Ninguna otra sino que sea vasca, puesto que "no tendremos
democracia en nuestra tierra mientras no venga acompañada de la palabra
vasca". No es simple cuestión de palabras, como tampoco lo era disfrazar
la dictadura franquista bajo el rótulo de democracia orgánica: en ambos casos,
el adjetivo tiene como único propósito corromper (y hasta reemplazar) al
sustantivo. Y tanto lo corrompe, como que "la democracia en Euskal Herria presenta
características especiales... (y) debe respetar las peculiaridades de Euskal Herria, su historia, su
cultura y la voluntad de los vascos". Uno pensaba que la vigencia política
actual de aquellas peculiaridades históricas y culturales -e ideológicas y
sociales y...- se revelaría justamente a través de la voluntad de los vascos,
que es lo único respetable. Pero aquí ocurre al revés: si lo primero es la
historia y la cultura (el Pueblo) y los vascos (la sociedad) deben atenerse a
ellas, y además sólo a ellas, entonces esa peculiar democracia será sin duda
vasca pero dudosamente democrática.
¿Y qué más da, si los designios de ETA están por encima
de esas voluntades y de su expresión en votos? "El ciudadano y las fuerzas
políticas vascas no tienen por qué mirar qué hace el enemigo", un enemigo,
claro está, que será otro ciudadano y otras fuerzas políticas vascas. Su
principal interés no es que el conjunto de sus adictos "tenga unos buenos
resultados electorales o una potente representación política, sino ir
consolidando el proyecto político que llevará a Euskal
Herria a la libertad". Cómo se pueda consolidar
semejante proyecto al margen del respaldo popular que lo avale, cómo ese
objetivo ha de alcanzarse "no en torno a fuerzas políticas", cómo
algo que afecta a todos deba ser perseguido en representación de los menos...
es un secreto político nada difícil de desvelar. La libertad del Pueblo exige
encadenar a la sociedad.
Es natural que quienes comparten
aquella premisa mayor, aunque no sus trágicas conclusiones, se arrimen a sus
correligionarios al menor atisbo de cambio. Lo escandaloso es que se pueda
creer que el abandono temporal o definitivo de sus medios criminales convierte
sin más en intachables los principios que les guían y los fines que buscan.
Cuando se dejan las armas, no siempre se dejan los bagajes. Pero más
escandaloso todavía es que aún sean muchos, sedicentes izquierdistas, los que
vean en esos presupuestos primitivos y totalitarios algo que merezca llamarse
de izquierda, y hasta de izquierda radical. ETA nació contra una dictadura,
pero no en defensa de los derechos democráticos. Y, si todavía sobrevive (¡y
con qué poder!), es en pugna abierta con las instituciones democráticas y sólo
porque en Euskadi abundan los que descreen del ideal democrático. Al comienzo,
ETA era el hijo pródigo que algún día acabaría regresando; hoy es el Gran
Hermano que nos mantiene aún bajo su vigilancia armada.
Aurelio Arteta es catedrático de Ética y Filosofía
Política de la Universidad del País Vasco.
BREVE COMENTARIO
Luis Bouza-Brey
Si bien estoy de acuerdo con la descripción y
crítica que hace Arteta a la ideología política de ETA y el sedicente MLNV,
discrepo parcialmente de las conclusiones que extrae en lo que se refiere a la
descalificación del concepto de pueblo frente al de sociedad. Pues la
democracia se basa en la voluntad del pueblo, y el pueblo es la expresión
política de la sociedad. Es decir, la suma de las voluntades de los ciudadanos,
que da lugar a mayoría y minorías circunstanciales, cuyo rasgo esencial es que
no son permanentes y pueden cambiar de un día para otro.
Por ello, hay que criticar y descalificar las
ideologías totalitarias que identifican al pueblo con un ente místico y eterno,
interpretado por vanguardias iluminadas y excluyentes, pero sin prescindir por
ello de un concepto político que es esencial para entender la democracia.
El pueblo, en este sentido democrático, es
"lo que se puede contar", la sociedad plural libre y compleja
expresándose en votos que se introducen en las urnas, y que produce una
manifestación de voluntad resultante de una opinión pública plural.