LA ESTRATEGIA
Artículo de Germán Yanke en “ABC” del 06.02.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Una política sin principios no
merece la pena. Es decir, su triunfo, que es posible, constituye siempre un
desastre. Pero la política, en una democracia, no puede obviar la opinión
pública, por lo que la estrategia -el modo de convencer- es también fundamental.
El PP, por ello, debería aceptar, para elaborar sus planes inmediatos, que el
pacto entre el presidente Rodríguez Zapatero y Artur Mas constituye un acierto
estratégico.
El acuerdo, además de no explicitarlo en todos sus términos, tiene su lado
estrafalario y su perspectiva electoral. Se suscribe entre el presidente del
Gobierno y un político en la oposición en su propia comunidad autónoma para
desquitarse de un socio molesto, Esquerra Republicana de Cataluña, y dejar en el
aire a Pasqual Maragall. Cuando este asegura que quiere volver a presentarse,
los dirigentes del PSOE, el presidente Rodríguez Zapatero incluido, dicen que
eso depende de los militantes del PSC, lo que, siendo formalmente impecable,
revela una diferencia de trato con otros líderes socialistas regionales y una
quiebra evidente de la confianza. Así que lo estrafalario del acuerdo se
compensa con sus efectos: reparar en última instancia errores como el peso de la
alianza con Esquerra y terminar, por exigencias del nuevo Estatuto, con las
complacencias con Maragall.
En este mapa de operaciones, Convergencia i Unió sigue como estaba, esto es,
dando la impresión de que siempre le ha interesado más su futuro electoral que
el Estatuto, que, por cierto, no fue nunca una de sus prioridades y que sólo lo
incluyó en sus objetivos -sin ocuparse de ello posteriormente- cuando necesitó a
Carod. Mientras la reforma estatutaria era un inminente logro del tripartito,
CiU elevaba el listón para hacerla poco menos que imposible; cuando se le dio la
oportunidad de ser protagonista aceptó avenirse como vigilante escéptico y
aprovechado del proceso; cuando se puso sobre la mesa el futuro electoral,
rebajó sus pretensiones hasta el pacto con el Gobierno.
Pero la batalla del PP no es exactamente con CiU, sino con el PSOE que, con el
acuerdo, ha logrado si no dos triunfos, si dos posibilidades. La primera,
presentar ahora el nuevo Estatuto como una opción «moderada y centrada» entre el
«maximalismo» de Esquerra y el «inmovilismo» del PP. La segunda, poder comenzar
a explicar a la opinión pública el contenido del mismo, lo que hasta ahora
resultaba más difícil y estrafalario que el actual pacto.
Si el PSOE contempla el Estado y considera la nación democrática como realidades
que se pueden agitar como en el bombo de una lavadora (lo que es, por cierto, ni
una ideología ni un proyecto), habrá que reconocer que, con el actual volantazo,
ha demostrado saber dotarse de una estrategia. La derecha española, que
tradicionalmente sólo parecía considerar valores, los suyos, ha dado muestras a
su vez en los últimos años que tiene también principios y un concepto moderno
del Estado de ciudadanos. Ahora le toca dotarse de una estrategia que, por lo
visto hasta el momento, le falta.