“¿QUÉ
TE PASA, ZAPATERO?”
Artículo de José Antonio Zarzalejos en “El
Confidencial” del 12 de febrero de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En el poder y en la enfermedad es
el título de un ensayo sumamente interesante editado por Siruela en 2010. Su autor es el ex ministro laborista de
Sanidad y de Asuntos Exteriores británico David Owen, cuya autoridad en el
contenido de su libro viene avalada por su condición de médico neurólogo. La
obra es larga y prolija (514 páginas) pero de enorme interés, porque analiza
las enfermedades y desequilibrios de muy ilustres políticos -de Lincoln a De
Gaulle pasando por Churchill, Roosevelt, Nixon, Yeltsin y otros- en los que
acredita padecimientos psíquicos y físicos en muchos casos desconocidos y en
otros sólo sospechados. Por supuesto, algunas de esas enfermedades fueron
dolosamente ocultadas como ocurriera muy singularmente con las varias que
atenazaban a John F. Kennedy, relatadas también por Jed
Mercurio -médico, militar y escritor- en obra recentísima titulada El adúltero americano, libro igualmente
recomendable que en España editó Anagrama el pasado mes de septiembre.
A David Owen se debe la descripción de un
desequilibrio emocional que padecen algunos políticos -el ejemplo más acabado
habría sido el de la pareja formada por Blair y Bush a propósito de la guerra
de Irak- que el autor denomina síndrome
de hybrisy:
consistiría en aquel que afecta a políticos que se emborrachan de poder,
incurren en el iluminismo caudillista, son adulados por su entorno -no
consentirían ser contradichos- y se perciben a sí mismos como imprescindibles
para evitar una debacle de la nación o del pueblo que dirigen. Los afectados
por esta enfermedad del poder creen acertar en todas sus decisiones y disponer
de conocimientos ilimitados, lo que les hace levitar, separarse emocionalmente
de la realidad en la que viven y anular a cuantos le rodean. En España, hemos
nacionalizado la enfermedad de hybris -palabra griega que definía al héroe
glorioso y ebrio de poder- por el más accesible de síndrome de la Moncloa.
Cuando se trata de componer un diagnóstico de lo que
sucede a José Luis Rodríguez Zapatero solo mediante la evaluación de síntomas
externos hay que aproximarse mucho al concepto acuñado por Owen. Es muy
probable que la sonrisa permanente del jefe del Gobierno, la facundia con la
que se contradice al acometer reformas que le desmienten ideológicamente, la
impostada seguridad con la que se pronuncia y, sobre todo, la arbitrariedad y
desorden con los que gobierna, sean todos síntomas de una euforia patológica.
El jueves, varios medios titulaban con la pregunta que le espetó Cayo Lara al
presidente en la entrevista que mantuvieron el día anterior en la Moncloa: ¿Qué te pasa, Zapatero? Y es que la
izquierda es ya incapaz de metabolizar la transformación del secretario general
del PSOE.
La imprudencia despótica con la que, por ejemplo,
acordó el pasado lunes la autorización a la Generalitat de Cataluña para
refinanciar su deuda, sin cálculo de las reacciones que se iban a producir en
otra comunidades, suele ser propio de una inconsciente prepotencia. La
facilidad con la que ha mutado de criterio respecto de las propuestas
contenidas en el Plan de Competitividad del eje franco-alemán le proyectan como
a un político que no se atiene a criterios coherentes en asuntos de
máxima sensibilidad, en este caso afectando a los sindicatos con los que acaba
de firmar un pacto (ASE). El estrés sostenido de reformas anunciadas y no
definidas, como la de las Cajas de Ahorro, mina la moral colectiva sin ello
parezca afectarle.
Pero todavía se dan algunos síntomas más peligrosos:
el juego que se trae el presidente del Gobierno sobre si continuará o no al
frente del PSOE y sobre si repetirá candidatura o renunciará a pujar por la
jefatura del Ejecutivo, exhala un punto de crueldad, de divertimento perverso
en la observación de cómo sus conmilitones especulan, porfían, compiten, temen
o se alegran de que se vaya o de que permanezca. Seguro de estar gobernando
para la historia y no para la sociedad española al futuro se remite el
presidente en la mejor imitación de los caudillos, muy propicios también a
crear enredos y a aplicar el principio de dividir para vencer. Hoy por hoy, en
el PSOE nadie se fía de nadie; todos están contra todos y hasta su más próximo
colaborador -el spin doctor de la Moncloa, Alfredo Pérez Rubalcaba- aparece
desorientado y desubicado en el desarrollo de sus exorbitantes funciones.
Muchos dirigentes socialistas -en la Ejecutiva, al
frente de Comunidades Autónomas, en el propio Gobierno- ofrecerían mayor
certidumbre y rigor que Rodríguez Zapatero. Su gestión política produce
auténtico vértigo si es observada con una cierta atención y competencia. Las
cunetas de su trayecto en el poder están sembradas de cadáveres políticos, de
ministros desautorizados y humillados, de intelectuales expulsados de su
entorno alarmados ante el desbarre de un hombre que gesticula aparentando una
falsa humildad y que exhibe el más taimado -por hostil- talante personal y
político. El síndrome de hybristiene en
Rodríguez Zapatero un paciente de libro. Así que resulta normal que Mariano
Rajoy -que carece de cualquier sintomatología de morbilidad psicológica o
física- sea percibido como un tipo extraño, funcionarial, falto de resolución y
apagado. No siempre es posible competir con los políticos ebrios de poder,
persuadidos de su infalibilidad, encomendados a la historia como juzgadora de
sus actos, despreciativos de cuanto les rodea, resentidos con los que no le
adulan y displicente con quienes lo hacen día sí, día también. Eso es, Cayo
Lara, lo que le ocurre al inquilino de la Moncloa.
Estamos llegando al fin de su ciclo: nuestro
presidente -nuestro es a fin de cuentas por decisión democrática- ofrece un
perfil inquietante que encaja en la descripción del desequilibrio descrito por
David Owen en su En el poder y la
enfermedad. La imprevisibilidad en la gestión política y la superficialidad
intelectual y volitiva en el acometimiento de los asuntos públicos -ambas
características de los comportamientos de Rodríguez Zapatero- son, con la
mentira y la simulación, los síntomas más elocuentes de los procesos de
descomposición ideológica y ética. Esto sucede con el jefe del Ejecutivo
español: en el alejamiento de la realidad se ha creado una virtualidad. En ella
le está siendo perfectamente posible convertirse en el izquierdista más
reaccionario y en elbuenista
más perverso.
Iñaki Gabilondo, en un gesto de crítica independiente
que le honra, declaró el pasado domingo en una entrevista en la Sexta que
Zapatero era un hombre que minusvaloraba las dificultades y sobrevaloraba sus
capacidades. Por eso, ya la ansiedad se generaliza en la tensa espera para
depositar el voto en la urna. Aunque un tipo como Rodríguez Zapatero nos hará
apurar el cáliz hasta las heces. Estirará su satrapía. Es la enfermedad del
poder; es el síndrome de hybris.