EL TITANIC Y LOS IDUS DE MARZO
Artículo de José Antonio Zarzalejos en “El
Confidencial” del 11-6-11
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero
La pretensión de Zapatero de culminar la legislatura -llegar a marzo- es, de nuevo, un voluntarismo inconsistente. Hoy, con la constitución de los nuevos ayuntamientos, el Gobierno y el PSOE quedan privados de manera abrumadora del necesario poder territorial para gobernar con una mínima solvencia. Para Carles Castro, analista demoscópico de La Vanguardia, “la magnitud del vuelco electoral del 22-M augura un ciclo de poder del PP similar al del PSOE en 1983”, y tal aserto se confirmará en pocas horas cuando la inmensa mayoría de las ciudades, diputaciones, y pronto comunidades autónomas (quizás también Extremadura), queden bajo la órbita del PP. Serán más de las previstas por la disidencia de las federaciones andaluza y extremeña de IU que muestra así, por un parte, la desconexión de las bases de la coalición con su dirigencia -Cayo Lara está políticamente muerto-, y por otra, la capacidad destructiva del zapaterismo en todo el espectro de la izquierda española.
A esta pérdida hemorrágica, a la que Zapatero y el PSOE han respondido con la mera y búlgara aclamación de Rubalcaba, se une el distanciamiento irreversible de sus colaboradores nacionalistas, CiU y el PNV. Los catalanes ya han anunciado que no apoyarán unos eventuales Presupuestos para 2012, y los vascos entienden que la alianza con el Gobierno ha concluido. Por lo demás, la federación nacionalista catalana, ante la crisis del PSC y ERC, ha negociado bastiones esenciales con el PP -Barcelona, tanto Ayuntamiento como Diputación- y en Euskadi el PSE no ha tenido más remedio que reeditar en el nivel municipal y provincial el pacto de gobernabilidad autonómico con los populares, para paliar el disparate político que supone entregar a la izquierda radical abertzale el Ayuntamiento de San Sebastián y la Diputación Foral de Guipúzcoa decisión de la que los peneuvistas se arrepentirán.
En estas circunstancias, la debilidad gubernamental es dramática. De ella se derivan episodios lacerantes. Por una parte, la crisis del pepino ha puesto de manifiesto la fragilidad de nuestra posición en la Unión Europea. Y el subsiguiente desistimiento de cualquier reclamación oficial a Alemania, lo que constituye una muestra de impúdica impotencia internacional. La imposibilidad de lograr un acuerdo entre los agentes sociales acerca de la negociación colectiva -sobre los cuales el Ejecutivo carece de cualquier ascendiente- se ha saldado con un decreto-ley tibio, que trata de no agitar a las bases socialistas y a las sindicales, desaprovechando la ocasión de haber incidido decisivamente en el mercado laboral con medidas de flexibilidad y liberalización. Tanto Zapatero como su Gobierno -incluido Rubalcaba- no están en condiciones de granjearse más adversarios en sus propias filas y han renunciado a su proclamado reformismo. Y de perdidos al río: la vicepresidenta Salgado ha rechazado las recomendaciones de la UE que sugiere más reformas fiscales y estructurales, no tanto porque discrepe de ellas, sino porque no está en condiciones de fortaleza política para afrontarlas. De ahí que la situación socio-económica, no sólo no mejore, sino que esté empeorando.
Esta situación de extrema debilidad -en la que Zapatero sigue empeñado en instalarse e instalar a su Gobierno- se ha acentuado desde que el Comité Federal del PSOE eludiese enfrentarse a la cruda realidad tras el 22-M. El socialismo español necesitaba un Congreso extraordinario con inmediata convocatoria de elecciones generales y se le ha aplicado una terapia confundida: encapsulamiento, primarias ficticias, elección por aclamación de Rubalcaba y bicefalia esquizofrénica. Las referencias de poder no existen -el Gobierno está desarbolado y en él convive un fracasado presente y un arriesgado futuro en las personas del presidente y del vicepresidente- y comienzan ya las tensiones internas una vez el PP asocia al candidato socialista con el zapaterismo.
Rubalcaba, después de su proclamación el próximo 9 de julio, no tiene más opción que abandonar el Gobierno para ensayar un discurso alternativo al perdedor de Zapatero, distanciándose de su naufragio terminal. La Conferencia del PSOE de septiembre -fundamentalmente programática- será la antesala de las elecciones anticipadas que se celebrarían en noviembre. Es obvio, como ayer reconoció el vicepresidente, que no tendrá esa condición en los comicios, pero una de las pocas bazas que le quedan es establecer una distancia sanitaria inmediata con el Ejecutivo del que ahora forma parte con poderes trinitarios. Cada día que consume en la vicepresidente pierde posibilidades electorales.
Hay evidencias de que los planes del presiente y del candidato socialista comienzan divergir. Zapatero quiere acabar la legislatura remedando la estúpida imagen -que confunde suicidio con bizarría- de la orquesta del Titánic que interpretaba su repertorio mientras el buque se sumergía en las profundidades marinas. El de León pretende, al menos, un poco de épica para un final que será mucho peor del que nunca imaginó. En cambio, al político cántabro los deseos presidenciales le importan una higa: sabe que el tiempo corre en su contra porque nada hay más patético que un Ejecutivo a la deriva, exhausto y sin crédito. Rubalcaba conoce bien estas fases terminales -las vivió con González- y sabe que los tiempos basura, esos en los que el presidente y los ministros ejercen de figurantes sordos, ciegos y mudos, no suman sino que restan margen de maniobra. Si el barco naufraga -y es evidente que lo hace- el vicepresidente no está dispuesto a formar parte de la orquesta presidencial que, como la del Titánic, no dejó de interpretar mientras se consumaba la tragedia.
El socialismo necesitaba un Congreso extraordinario con inmediata convocatoria de elecciones generales y se le ha aplicado una terapia confundida: primarias ficticias, elección por aclamación de Rubalcaba y bicefalia esquizofrénica
Pérez Rubalcaba es ya consciente de que, en la actual situación, su única y más realista aspiración es evitar una mayoría absoluta del PP para postularse en un Congreso posterior a las elecciones como el secretario general del PSOE que salvó los muebles del incendio. Esta estrategia comienza a exigir movimientos rápidos y decisiones fulminantes. El vicepresidente está tratando de montar un relato alternativo al de Zapatero para disponer de un hilo discursivo coherente en la batalla electoral. La crisis no sólo es del PSOE. Lo es de la izquierda en general, tanto en España como en Europa como se acaba de comprobar en Portugal. Mientras Rajoy se consolida después de una inteligente campaña electoral que ha elogiado el propio Zapatero en una de sus conversaciones telefónicas con el líder del PP, en España persiste una realidad en plano inclinado, a modo de tobogán. No hay entusiasmo por la catástrofe como ha asegurado algún analista de la izquierda, sino observación fría de una realidad nacional en la que se diluyen las vertebraciones sociales (la CEOE está herida de muerte tanto como los sindicatos), el modelo de Estado está seriamente cuestionado (el funcionamiento de las autonomías es, en lo financiero, desastroso, y en lo político, ineficaz) y peligran servicios sociales básicos como el de la Sanidad. Todo ello requiere de una reformulación drástica de la gestión del sistema y de la autenticidad de la representación política.
En momentos como éste, el presidente del Gobierno no tiene derecho a dirigir una partitura fúnebre, agónica e inútil, sino el deber de devolver la voz soberana a los ciudadanos para que dispongan de la oportunidad de dar, cuanto antes, un giro a una coyuntura histórica de extrema gravedad. Si no lo hace le va a ocurrir como le viene sucediendo desde hace ya tiempo: que los suyos -el PSOE- le terminarán echando a empellones. Y Pérez Rubalcaba -no sé si a su pesar- introducirá el primero la daga en el abdomen del presidente como Bruto hizo con su amado César al que ya le advirtió el augur: ¡Cuídate, César, de los idus de marzo! Que Zapatero haga lo mismo.