ESPAÑA, SIN "LOS MEJORES"
Artículo de José Antonio Zarzalejos en “El
Confidencial” del 09/07/2011
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
“Si España
quiere resucitar es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de
todas las perfecciones. La gran desdicha de la historia española ha sido la
carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado
de las masas. Por lo mismo, de hoy en adelante, un imperativo debería gobernar
los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de selección”.
Estas son algunas de las hiperbólicas expresiones de la obra más singular y
excelente de José Ortega y Gasset, España invertebrada, que aunque
escritas hace muchas décadas (1921) siguen hoy vigentes. Porque ese imperativo
de la selección -que se remite al discernimiento de los mejores cuya “ausencia”
lamenta amargamente el filósofo madrileño- persiste hoy en la sociedad
española. España lleva ya demasiado tiempo sin producir figuras eminentes de la
política y muy pocas en otros ámbitos. Y aquellos que se distinguen por su
excelencia, huyen del servicio público recelosos de contaminarse con las lacras
que la opinión pública atribuye a la clase política.
El último barómetro del CIS, publicado esta
misma semana, no sólo sigue mostrando la preocupación ciudadana sobre la
calidad de los políticos, sino que, además, acredita la plena conciencia común
de que ha regresado la corrupción de manera intensa y transversal. Así “el
chabacano aburguesamiento” que denunció Ortega en la obra citada, es decir,
el egoísta individualismo político y el aprovechamiento de los beneficios del
poder para incrementar el patrimonio o abusar de las facultades que le son
propias, nos persigue desde que el diagnóstico se hiciera a principios del
siglo pasado por el también autor de La Rebelión de las masas.
El hasta ayer vicepresidente primero cumplirá este mes
60 y va a sustituir a un Zapatero que abandona fracasado el poder con apenas
52. Todo el socialismo español ha sido incapaz de generar en su seno un líder
que tenga más horizonte vital que trayectoria -cuantitativa y cualitativa- a
sus espaldas
El prolegómeno sirve para encuadrar lo que de
insuficiente y romo tiene el acto de proclamación hoy de Rubalcaba como
candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones
generales. El hasta ayer vicepresidente primero cumplirá este mes 60 y va a
sustituir a un Rodríguez Zapatero que abandona fracasado el poder con apenas
52. Todo el socialismo español ha sido incapaz de generar en su seno un líder
que tenga más horizonte vital que trayectoria -cuantitativa y cualitativa- a
sus espaldas. El PSOE, después de permitirse la frivolidad de un líder sin
biografía y sin programa, de feble progresismo y notorias ocurrencias,
sobreseído en las medidas necesarias para atajar la crisis, no se ha atrevido a
contemplar su presente y su futuro para extraer un nuevo dirigente, sino que ha
vuelto la mirada al pasado y se ha refugiado en una personalidad de la época en
la que el socialismo llegó a constituir en España un éxito político: la era de Felipe
González. Pérez Rubalcaba es lo que queda aún enhiesto del llamado felipismo, constituye un regreso al pasado más
dorado del partido, significa el reconocimiento del naufragio del zapaterismo inconsistente y la vuelta a un discurso político
de izquierda con vocación de poder y procedimientos para utilizarlo y
mantenerlo con cierta solvencia.
La impugnación de Pérez Rubalcaba -que hoy hará ante
el Comité Federal un discurso muy pensado y medido- por parte de sus
adversarios, que son muchos, es la razón por la que ha resultado ser el más
idóneo de las figuras del PSOE para encabezarlo. Se demostró su excelencia
interna cuando una casi llorosa Carmen Chacón, en una comparecencia
dramatizada, se apartó de la pelea por la candidatura persuadida por quien podía hacerlo de que sólo Pérez Rubalcaba -llamadme
Alfredo- estaba en condiciones de salvar los muebles de la
organización en las próximas elecciones generales. Quizá sea así. O quizá
no, porque un partido que ha de retrotraerse generacionalmente para extraer del
álbum familiar al más veterano de sus dirigentes en pleno gobierno de los
cuarentones y cincuentones de los socialistas, quizá no merezca del electorado
una sustantiva adhesión.
Rubalcaba, una enmienda a la totalidad del zapaterismo.
De tal manera, que Pérez Rubalcaba es tanto un
activo -evoca a González y su tiempo, obviando su final errático y turbio- como
un pasivo en la medida en que el ya ex ministro del Interior, un suplente de la
transición, un hombre con más historia que futuro, un político con 30 años de
trayecto en la Administración Pública, ha de constituirse en banderín de
enganche para un electorado que, en una alta proporción, no había nacido cuando
el candidato, en 1982, ocupó en el ministerio de Educación su primer cargo público.
De la factoría de González han salido rocosas piezas
políticas: Javier Solana, Joaquín Almunia, José Bono o Manuel Chaves, y, desde
luego, Alfredo Pérez Rubalcaba, entre otros. De la factoría de Zapatero, no ha
emergido ni un solo dirigente con consistencia, fuerza y liderazgo que fuera
capaz de abanderar la generación que ganó el XXXV Congreso del PSOE en el que
se alzó con la victoria el actual presidente del Gobierno. Queda claro hoy qué
es lo efímero -el zapaterismo- y qué lo más
sólido del socialismo español -el felipismo-.
Lo cual, dicho sea de paso, no deja de ser auténticamente desolador porque se
acredita que no hay energía interna en el organismo socialista salvo para mirar
atrás. El candidato Alfredo P. supone también el reenganche del socialismo a la
transición que Zapatero ha querido revisar con una memoria desgraciadamente no
histórica sino sectaria. El ex vicepresidente primero, en su versión de
candidato y cuyo abandono del Ejecutivo estaba cantado, representa toda una
enmienda a la totalidad al zapaterismo declinante.
Podría sostenerse que en el PP sucede lo mismo con Mariano
Rajoy. Efectivamente, pero con una diferencia: los populares no optaron
por superar el aznarismo, sino por continuarlo
con la reformulación que ha ido imprimiendo -tanto con acciones como con
omisiones- su actual presidente nacional. Los populares no pretendieron
revisar la transición, ni desvincularse de su propia trayectoria, ni abjurar de
su pasado próximo. A partir de José María Aznar -casi tres años mayor que
Rajoy-, y superados los intentos erráticos de los Vestringe
y Hernández Mancha, han enfilado una senda que, desde 2008, cerrado ya el duelo
de los errores de gestión de la crisis del 11-M, han llegado a una cota de
poder en mayo pasado absolutamente histórica.