EL FIN DE LA
DEMOCRACIA ANTIFRANQUISTA
Artículo de José Antonio Zarzalejos en "El
Confidencial" del 26-11-11
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
No es en absoluto riguroso atribuir sólo a la mala
gestión de la crisis económica la debacle electoral del PSOE el pasado domingo.
En el socialismo español se produjo al final de la década de los años noventa
del siglo pasado un agotamiento ideológico, una vaciedad de proyecto, que
Rodríguez Zapatero y su “Nueva Vía” trataron de compensar con la revitalización
de un remozado antifranquismo. Aunque su generación
no había protagonizado la transición democrática, la izquierda española del
2000 se legitimó con mayor énfasis que cualquier opción en su papel opositor al
régimen de Franco. Esta circunstancia inspiró la nueva política de las
dos Españas –la de los vencedores y la de los vencidos-, obvió el pacto de
amnesia y reconciliación que supuso la Constitución de 1978, y pretendió
ajustar las cuentas de la izquierda sobre la derecha que quedaron supuestamente
pendientes tras la muerte del dictador. De tal forma, que, según las lúcidas
palabras del sociólogo Emilio Lamo de Espinosa (ABC de 2 de octubre de 2011) la
identidad de nuestra democracia ha sido el antifranquismo.
Rodríguez Zapatero y el PSOE –a diferencia de sus
antecesores- y sin cercanía vital ni con la transición, ni mucho menos, con los
años finales del régimen franquista, reactivó el
mecanismo de la confrontación. De tal forma que lo progresista y de izquierdas
era reivindicar a los vencidos, todos ellos representados en su abuelo fusilado
por los franquistas, revivir el pasado a través de la memoria histórica y
abordar desde la negociación un “proceso de paz” con la, para él y su entorno,
última excrecencia del franquismo: la banda terrorista ETA. Como escribe Lamo
de Espinosa, se trataba de reavivar el antifranquismo
“contra el que se vive mejor”. Para el sociólogo –y para la mayoría de los
españoles- “cuando creíamos que la transición se había hecho contra la guerra
(es decir, contra el franquismo y contra el antifranquismo)
hete aquí que se trata de reavivarla, no de apaciguarla”. De ahí que para Lamo
de Espinosa la “verdadera segunda transición sea pasar de una democracia
antifranquista que ve el mundo por el espejo retrovisor a una democracia a
secas que mira de frente al futuro.”
En las líneas anteriores –una democracia que mire al
futuro con una izquierda renovada- se resumen el desafío de este PSOE al que han
abandonado más de cuatro millones de electores. Una izquierda con aspiraciones
de regeneración en España debe dejar ya de manosear las consecuencias de una
contienda civil que queda distante –en la penumbra de la historia- para un
porcentaje altísimo de los ciudadanos españoles. El mismo día en que el PSOE se
derrumbaba en las urnas, el pasado 20-N, se cumplía el 36º aniversario del
fallecimiento de Francisco Franco. Rodríguez Zapatero, pese a que los españoles
de menos de 40 años no tenían uso de razón en aquel noviembre de 1975, se ha
empeñado en vincular el corpus ideológico del progresismo socialista a una
batalla quijotesca –pero también artera- contra los molinos de vientos del
franquismo como si se tratase de una amenaza real a nuestras libertades y a
nuestro sistema político.
Reiterar el recurso falsamente ideológico del antifranquismo como el gran proyecto del PSOE del siglo XXI
ha resultado la crónica de un fracaso anunciado. El presidente del Gobierno
ahora en funciones malgastó la figura de su propio abuelo; ha sido inoperante
en los aspectos sustanciales de la rehabilitación de las injusticias que no se
soslayaron en la transición; ha insuflado al entorno de ETA la esperanza cierta
de poder replantear el modelo de Estado, alentando nuevas energías
secesionistas y ha dividido profundamente a la opinión pública española como
ningún otro gobernante que le precediese en el cargo. Y por fin, ha logrado
destrozar a su partido que se encuentra en el vértigo del horror vacui. El
republicanismo al que se apuntó Rodríguez Zapatero como mascarón de proa de una
remoción ideológica que ya boqueaba con Felipe González, quedó reducido a una
expresión vindicativa del pasado y a un revisionismo prepotente de la
transición democrática.
Las soluciones del PSOE le dejan vacío
Un revisionismo que llevó al PSOE en el Gobierno a poner
patas arriba la distribución territorial del poder (Estatuto catalán), o
aplicar fórmulas radicales que quebraron los consensos sociales, como una ley
del aborto que desbarataba la patria potestad de los progenitores u otra de
matrimonios homosexuales que pudieron articularse como uniones civiles sin
injerirse en la instituto civil heterosexual del matrimonio. Rodríguez Zapatero
y su PSOE nunca estuvieron por fórmulas de integración si no por las llamadas “ultrasoluciones”. Al final, la endeblez del andamiaje
ideológico no ha soportado el peso de la realidad y se ha desplomado. Que lo
haya hecho un 20-N no deja de ser un sarcasmo que la historia dedica a aquellos
que no la entienden ni saben interpretarla.
A la poquedad ideológica del PSOE de Rodríguez Zapatero
–sobre la que en el PSOE nadie alertó ni disintió- se añadió la
fragilidad técnica e intelectual de muchos de sus gestores políticos a los que
la ensoñación de los tópicos del “providencial” leonés (la el optimismo
antropológico, las ansias infinitas de paz, la extensión de los derechos, el
talante como actitud de diálogo permanente ante los problemas), pareció ocultar
el penoso panorama socio-económico que sus políticas improvisadas iban
conformando. Cuando llegó la crisis, no la vieron; cuando la vieron, no
supieron qué hacer con ella y ahora que han perdido el poder descubren que el
PSOE se ha convertido en un cascarón vacío de ideas y de proyectos, en una
marca desgastada por el anacronismo antifranquista de su todavía secretario
general, y todo es desolación ante un horizonte cerrado y gris que no permite
observar alguna salida a la debacle electoral.
Cuando se celebre el XXXVIII Congreso del PSOE en febrero
alguien tendrá que ocuparse de evitar que se vuelva a tropezar en la misma
piedra: en el ventajismo histórico de localizar en el antifranquismo
la legitimación democrática y el proyecto ideológico perdidos. Porque cuando la
derecha española, por méritos propios y deméritos del PSOE, logra alcanzar el
poder democrático por segunda vez con mayoría absoluta –más amplia la del 20-N
que la del 2000-, no hay ni franquismo ni antifranquismo
que valga. O hay proyecto de futuro en una izquierda sin complejo de mostrarse
y comportarse como española –y contemporánea- es decir, sin abrazarse a las
épicas de la clandestinidad del pleistoceno- o no habrá PSOE con opciones
ganadoras en, al menos, tres legislaturas.