LA DECLARACIÓN DE SOL
Artículo de José Antonio Zarzalejos en “ABC” del 11.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... España ha entrado en regresión
porque el particularismo ha sustituido a la universalización y los territorios a
los ciudadanos. Cobra así todo su sentido la reivindicación actualizada de una
«Nación de ciudadanos libres e iguales»...
LA involución del discurso político del Gobierno está comenzando a ser demasiado
evidente incluso para los escasos representantes de la izquierda liberal
española. El anudamiento de las políticas gubernamentales a los propósitos
nacionalistas, condiciona la acción del Ejecutivo hasta límites que no deberían
consentirse ni siquiera apelando al pragmatismo político. No deja de causar
perplejidad que, mientras el líder de la oposición propugna una «Nación de
ciudadanos libres e iguales», el presidente del Gobierno declare, en un
ejercicio prototípico de «buenismo» ideológico, que propondrá a las fuerzas
políticas la sustitución en el artículo 49 de la Constitución del término
«disminuido» por el de «discapacitado». Tampoco encaja con la encarnadura ética
y táctica de la presidencia del Gobierno que, a los pocos minutos de un discurso
esperanzado sobre el fin del terrorismo, la banda criminal responda con la
colocación de una serie de artefactos que alteran gravemente el tráfico rodado
en el entorno de la capital de España. En modo alguno resulta comprensible que,
mientras en el Congreso, el Gobierno, la oposición y una representación social
amplia celebran el XXVII aniversario de la Constitución, los socios más
cualificados del Gabinete se dediquen a arrancar públicamente las páginas de un
ejemplar de la Carta Magna. Y cuesta mucho digerir que nuestra política exterior
haya realizado apuestas tan precipitadas que ahora deparan graves frustraciones,
sea en la Unión Europea, en la relación con los Estados Unidos o Marruecos, o en
el preferente ámbito iberoamericano. Pero es el emponzoñado y perverso
comportamiento político de la banda terrorista ETA y de su extensión «civil»
-Batasuna-, el que, con los destellos rupturistas del proyecto de Estatuto
catalán, lo que más daño está haciendo al Gobierno y lo que, correlativamente,
está ofreciendo más oportunidades a la oposición para muscular su discurso de
alternativa política.
Los etarras y sus epígonos han planteado al Ejecutivo un macabro horizonte de
expectativas que manejan a su antojo y a sus muy estudiados ritmos. La máxima
rentabilización de las contradicciones internas entre las fuerzas políticas
españolas, la dominación de la estabilidad parlamentaria por ERC -con cuyo líder
ETA pactó una tregua circunscrita a Cataluña en el encuentro de enero de 2004 en
Perpiñan-, el abismal distanciamiento del Partido Popular y del PSOE en toda
materia que afecte a la gobernación del país, sea cual sea la materia de que se
trate, y la relativización de la Transición y de la propia Constitución, y no
sólo en la estructuración autonómica del Estado, son variables que los
estrategas de ETA combinan con una capacidad de impacto que no por indeseable
debe dejar de reconocerse y denunciarse.
Batasuna y sus dirigentes han recuperado ya el terreno que creyeron
irremediablemente perdido después de su ilegalización por el Tribunal Supremo;
su propósito actual es el de concurrir a las elecciones locales y forales de
2007 para reponer la urdimbre económica y de complicidades preexistente a su
expulsión del ámbito democrático, de tal manera que éste es el momento en el que
la banda se encarga de seguir mostrando -si bien con cálculo medido- su
capacidad criminal (explosiones, cobro del chantaje a empresarios y
profesionales, episodios de terrorismo callejero), en tanto que Batasuna cincela
un seudo discurso político que ofrezca apariencias y convicciones bastantes como
para que el presidente del Gobierno mantenga, sin plazo y con resignada
paciencia, una confusa oferta de diálogo a cambio de un abandono definitivo de
las armas que ETA ni ha planteado ni va a ofrecer. Sus treguas «sectoriales» -en
Cataluña, a los electos del PP y del PSOE- son suficientes para mantener el
actual estado de expectativa y de ansiedad. Una y otra, más la contaminación a
que somete el proceso de debate del proyecto de Estatuto para el Principado,
otorgan a ETA y a su entorno una desorbitada capacidad de arbitraje en el
discurrir de la acción de gobierno de Rodríguez Zapatero, virtualmente ahogada
en las secuenciales declaraciones que profieren ora Otegi, ora Carod Rovira.
Estas circunstancias que constriñen al Gobierno, expanden la capacidad
persuasiva de la oposición popular que alcanzó con la ya conocida como
«declaración de Sol» una madurez ideológica muy convincente. Que la derecha
democrática española, en un escenario ciudadano especialmente evocador para la
izquierda, hiciese profesión de fe en la ciudadanía como medida de referencia
para todas las políticas; apostase por la igualdad y la libertad en un país al
que le faltan muchos peldaños para conseguir la plenitud en ambas
cualificaciones democráticas (el último informe del Instituto Nacional de
Estadística sobre la pobreza en España es muy aleccionador) y se adhiriese a los
símbolos -enseñas y lenguas- de la pluralidad territorial configurada por la
Constitución de 1978, resulta letal para las concepciones de la izquierda. Que,
desafortunadamente, han incurrido en una celada histórica muy propia de los
estados ideológicamente carenciales: la de suponer que los nacionalismos
periféricos en España, a estas alturas, garantizaban una suerte de marchamo
progresista, al modo antifranquista, cuando, en realidad, está ocurriendo todo
lo contrario. Algunos intelectuales de la izquierda se lo están diciendo con
claridad al Gobierno: no están dispuestos a batir palmas con proyectos y
discursos como los que vienen de Cataluña.
Por eso la «declaración de Sol» puede ser un verdadero prontuario argumental
para una derecha liberal-conservadora, laica y nacional a la que sólo le falta
-y sus dirigentes lo saben- abrir un boquete en el cinturón aislante en el que
el socialismo «buenista» de Rodríguez Zapatero la ha querido envolver. La
subasta entre el nacionalismo de ERC y el de CiU, propiciada por el propio PSOE,
trata, no sólo aliviar la presión que ejercen los dirigentes republicanos sobre
la Moncloa, sino también advertir a las huestes del partido que fundara Jordi
Pujol de que su opción es el gobierno y no la árida oposición; y que su acceso
se franquea mejor con los socialistas que con los populares.
Mientras se decanta la situación -y para ello el Gobierno debe dejarla reposar
sin abrirse de manera continua frente tras frente-, la derecha democrática está
obligada a ahondar en los fundamentos del discurso de Mariano Rajoy en la Puerta
del Sol. Los ciudadanos son libres cuando disponen de certidumbres para el
ejercicio de sus facultades constitucionales; ahora esas certezas, algunas
básicas, no existen. Los ciudadanos son iguales, no sólo cuando disponen de
similares oportunidades, sino también cuando las políticas de los Gobiernos
persiguen el establecimiento de condiciones de vida y prosperidad homogéneas,
constituyéndoles a ellos, y no a los territorios o a las comunidades, en los
sujetos titulares de su acción. Ahora eso tampoco ocurre, del tal manera que
España ha entrado en regresión porque el particularismo ha sustituido a la
universalización y los territorios a los ciudadanos. Cobra así todo el sentido
la reivindicación actualizada de una «Nación de ciudadanos libres e iguales» en
los términos literales de la «declaración de Sol».