EL PARTIDO POPULAR Y LA IMAGINACIÓN
Artículo de José Antonio Zarzalejos, Director de ABC, en “ABC” del 5-3-06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... Subestimar a Rodríguez
Zapatero sería un acto de incalificable ingenuidad política porque, aunque su
ideología sea «invisible», no quiere decir que sea «inexistente»...
LA experiencia política dictamina que tras un largo período de gobernación de la
mano de un líder carismático o fundacional la pérdida del poder comporta para el
partido una casi inevitable crisis de cohesión y de identidad. Sin embargo, no
ha ocurrido tal en el caso del Partido Popular, que, aunque con algunas
convulsiones internas, no ha registrado una quiebra significativa. La
explicación a esta solidez de la derecha democrática en España quizá se
encuentre en las circunstancias insólitas en las que se produjo su derrota
electoral y en un perspicaz aprendizaje histórico sobre el carácter fatal de los
fulanismos en el ámbito del conservadurismo nacional. Pero sean estas razones u
otras las que expliquen la entereza del PP, lo que parece cierto es que el
partido no se rompe, que su expectativa de voto es, a tenor de las encuestas,
muy firme y que la coexistencia de sus muy distintos dirigentes, aunque difícil
en ocasiones, se está encarando con notable pragmatismo. El resumen sería que en
el PP no se ha producido, en la medida de lo que era predecible, el estrés
postraumático.
Sin embargo, el peligro de que surja una crisis en las filas populares no está
aún conjurado. Para que de verdad lo esté hace falta que se produzca una
eficiente y general voluntad de coexistencia interna que permita la cohabitación
disciplinada de tendencias y criterios no necesariamente cortados por el mismo
patrón. La derecha en España responde a orígenes diversos -cristianos,
liberales, conservadores-, se debe desenvolver en ámbitos muy diferentes,
algunos con especificidades extraordinarias, y, sobre todo, debe dar réplica a
un socialismo multiforme que despliega eso que Jesús Trillo Figueroa denomina
ideología invisible. La invisibilidad de la ideología socialista puede ser tanto
una ausencia de la ideología tradicional de la izquierda como un travestismo
ideológico, pero sea una cosa o la otra, el Partido Socialista se comporta para
el PP como un blanco móvil, dotado de una semántica persuasiva y blanda, con
enorme capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes y pertrechado de
extraordinaria versatilidad para relativizar las más grandes e importantes
cuestiones de la convivencia nacional.
Así, el socialismo de Rodríguez Zapatero -difícilmente predecible en sus
reacciones- es un adversario con perfiles novedosos al que la derecha
democrática española no ha tomado aún la medida. No es fácil hacerlo porque no
tiene correlato en ningún país de nuestro entorno y, de alguna forma, el
zapaterismo se ha convertido en un sinónimo de políticas audaces dentro del
propio código del progresismo europeo. Baste para acreditarlo la inquietud
bibliográfica que comienza a analizar las decisiones del presidente del Gobierno
español que no tienen que ver con el llamado pensamiento débil sino con
metodologías en el ejercicio del poder extraordinariamente subversivas respecto
de lo establecido y de las convenciones más arraigadas en las sociedades
occidentales. Aparentes extravagancias del Gobierno como la llamada alianza de
civilizaciones, la profundidad en la alteración de la institución matrimonial
mediante la regulación del homosexual, la activación de minorías sociales de
gran dinamismo público y el abordaje de cuestiones políticas sacralizadas con
una suerte de improvisación e impertinencia desconocidas -el modelo de Estado o
las relaciones con la Iglesia, por poner dos ejemplos muy obvios- delatan que
este nuevo PSOE no se reconoce heredero de ningún legado incómodo o paralizante,
ni es tributario, siquiera, de su propia historia y tradición. En estas
circunstancias, subestimar a Rodríguez Zapatero sería un incalificable acto de
ingenuidad política porque, aunque su ideología sea invisible, no quiere decir
que sea inexistente.
La fuerza de la oposición, aunque parezca contradictorio, reside, precisamente,
en la muy arriesgada manera en la que el PSOE y el Gobierno están ejerciendo el
poder. La posibilidad de que sus apuestas -las políticas y las económicas-
terminen por naufragar son altas y el presidente, para evitarlo, en vez de
acudir a la prudencia eleva la apuesta. Así lo está haciendo con la opa sobre
Endesa o en la política antiterrorista. Y así lo está haciendo en el envite más
sutil de todos los que está lanzando Rodríguez Zapatero, que no es otro que la
previsión de que el PP se cuartee desquiciado internamente por el desacuerdo en
la manera de combatir su teoría política (el buenismo) y su práctica de gobierno
(la evitación de todo convencionalismo en las decisiones sustanciales). La gran
victoria del presidente del Gobierno consistiría justamente en que un ataque de
suficiencia en el Partido Popular no le reconozca como un dirigente político con
una determinación radical de seguir ejerciendo el poder y con una voluntad
decidida de desmentir los dicterios que le atribuyen insolvencia, liviandad
intelectual e incapacidad de liderazgo. El reto de los populares, por eso,
consiste en la correcta identificación del adversario y, en función de su
profundo conocimiento, la adaptación plena a la situación política y social
creada en estos dos últimos años.
Desde esta perspectiva de máxima precaución hacia las posibilidades reales del
nuevo socialismo español, la derecha democrática debe quebrar modelos, remozar
conceptos, repensar estrategias y olvidar esos cantos de sirena que, desde
concepciones arcaicas de la política, enfrentan a unos con otros, trazan líneas
de separación entre una generación y la siguiente o la anterior, niegan la
posibilidad de convivencia coherente entre los supuestamente duros y los
supuestamente blandos, persisten en visiones unidireccionales y propugnan la
vigencia permanente de verdades que pudieron serlo en su momento pero que han
sido revisadas y rebasadas. En alguna medida, el Partido Popular ha detectado
que la política española discurre por nuevos caminos y que son precisas, en
consecuencia, reformulaciones muy profundas. Lo esencial sería que el PP, en
cuanto expresión electoral hegemónica de la derecha democrática, no se sintiese
secuestrado por nada ni por nadie, sino que recorriese el amplio margen de
maniobra de que dispone en una unidad y cohesión creativas.
Los líderes conservadores emergentes en Europa, desde una innovadora Angela
Merkel que propone un nuevo entendimiento de la solidaridad y del Estado federal
alemán, hasta un David Cameron británico que somete a votación las líneas
esenciales de su programa en el Partido Conservador, pasando por un Nicolás
Sarkozy que propugna una auténtica transición de la V a la VI República
francesa, son referentes útiles para considerar que la clave está en la
formulación de nuevos conceptos que encierren valores permanentes, una especie
de taumaturgia política en la que el deber ser se compadece con maneras
rompedoras en el modo de ser. Todo está inventado y el revolucionario mayo de
1968 deparó extraordinarias lecciones, y, entre ellas, una esencial: la
imaginación al poder. El PP tiene que pasar de la rutina a la imaginación.
Porque ese es el camino de regreso al Gobierno.