EL MARTES PUEDE SER UN GRAN DÍA
Artículo de José Antonio Zarzalejos. Director de ABC, en “ABC” del 26.03.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
«Necesitamos al PP. Lo necesita el
Gobierno, lo necesita el Estado y lo necesita el país para afrontar un proceso
de fin de la violencia»
(José Luis Rodríguez Zapatero en ABC el 19 de febrero de 2006)
La pulsión política de los ciudadanos se basa en la esperanza, que es un estado
de ánimo en el que se nos presenta como posible aquello que deseamos. De tal
manera que el dirigente social que destruya la esperanza se destruye a sí mismo
y despilfarra todas sus posibilidades. En el extremo opuesto a la esperanza está
la fantasía, y entre aquélla y ésta se localiza el territorio en el que tiene
que moverse el discurso del realismo responsable. El martes, cuando Mariano
Rajoy sea recibido en la Moncloa por José Luis Rodríguez Zapatero, ambos tendrán
que hacer un recíproco esfuerzo para no defraudar la esperanza colectiva que ha
provocado el alto el fuego permanente de la banda terrorista ETA, sin, al mismo
tiempo, fantasear ni con el éxito ni con el fracaso.
Al presidente del PP le corresponde ofrecer al Gobierno un margen de confianza
amplio y generoso; prestarle la colaboración que pueda ir necesitando en cada
momento de este proceso y advertirle de que denunciará pública e
institucionalmente cualquier deriva, concesión o ilegalidad en que el Ejecutivo
pueda incurrir por precipitación o por interés sectario. Por su parte, el
presidente del Gobierno debe confiar a su interlocutor la información suficiente
para que éste pueda cumplir su papel, asegurarle el carácter de Estado de esta
gran operación y garantizarle que las líneas rojas establecidas en la
Constitución y en la resolución del Congreso no van a ser traspasadas.
EL martes, en la Moncloa, los ciudadanos normales quieren que se suscriba un
pacto de lealtad entre el Gobierno y la oposición y se restablezca una nueva
interlocución que no ha sido posible en estos dos años de legislatura. El
anuncio de alto el fuego permanente de ETA es un punto de inflexión que reclama
lucidez de análisis en los máximos responsables políticos de España. La
esperanza de la gente no sólo reside en la verosimilitud de que ese anuncio
pueda consolidarse como una realidad futura irreversible, sino también en que,
al hilo de la gestión política, social y cívica que requiere, se restablezcan
unas relaciones entre unos y otros que ahora presentan síntomas verdaderamente
patológicos. Es cierto que el origen de esta colisión permanente entre el
Gobierno y el PP se remite a un acontecimiento tan convulsivo y excepcional como
el 11-M, pero, precisamente por la significación que tendrá el encuentro del
martes -lograr un consenso para acabar con el terrorismo etarra-, el esfuerzo
por superar el trauma de los atentados de Atocha y sus consecuencias políticas
negativas es más obligado que nunca. Se lo deben tanto Rajoy como Rodríguez
Zapatero a la esperanza que en este momento alienta en la sociedad española y
que pasará a constituirse en un hipótesis verosímil de fin de la violencia
terrorista en la misma medida en la que ellos sean capaces de entenderse. Si
ellos se entienden y lo hacen sus respectivos partidos, estarán interpretando el
sentimiento y la aspiración comunes de la inmensa mayoría de los vascos y de los
demás españoles de buena voluntad.
LOS prolegómenos de esa reunión estratégica son optimistas. La intervención del
presidente del Gobierno, el miércoles pasado, en el Congreso -rehabilitando su
confianza en el PP después de habérsela retirado («No nos une más que el dolor
por las víctimas», llegó a afirmar Rodríguez Zapatero)- fue respondida por Mario
Rajoy con igual voluntad de acercamiento al ofrecer el apoyo del PP al Gobierno
para que éste no tenga que pagar precio político por la paz. Pero al PP y al
PSOE, al Gobierno y a la oposición, les unen algo más que las palabras. Les
vincula en esta tarea de acabar con el terrorismo las víctimas de sus propias
formaciones y la acción política conjunta que ha logrado la postración agónica
de ETA. Mariano Rajoy pisará la Moncloa con el patrimonio político de una
gestión gubernamental del PP por completo decisiva para el debilitamiento de la
banda terrorista y Rodríguez Zapatero dispondrá de las credenciales de haber
prestado en la oposición una colaboración que permitió suscribir el Pacto por
las Libertades y contra el Terrorismo. Si el PP reclama ahora al Gobierno
determinadas actitudes -y tiene derecho a hacerlo-, el PSOE hizo lo mismo con el
Gobierno de José María Aznar en un documento inequívoco del 19 de enero de 1999.
La mayoría de las víctimas del terrorismo dijeron ayer, en un comunicado de
extraordinaria importancia, que «el alto el fuego permanente anunciado por ETA
no constituye el final del terrorismo pero puede ser, sin embargo, el punto
inicial de un proceso que conduzca al final del terrorismo». Y son las víctimas
las que, después de mostrar generosamente su participación en ese sentimiento
colectivo de esperanza, reclaman «el acuerdo de los partidos(...) para afrontar
con unidad la situación creada por el anuncio de ETA». Rajoy y Zapatero
disponen, en consecuencia, de todos los mimbres precisos para construir un
entendimiento imprescindible. Si lo logran, trascenderá a otras cuestiones,
porque acabar con ETA supondría terminar con el «malditismo» en la política
española y contar, seguramente, con la posibilidad en el futuro de poder abordar
el debate nacional con una libertad de acción de la que ningún gobierno ha
dispuesto en nuestra democracia.
EL martes puede y debe ser un gran día. Debe serlo porque hay que conseguir que
sea el verdadero principio del fin de ETA y lo será siempre y cuando el
entendimiento entre los dos interlocutores resulte de tal naturaleza que resista
los avatares de una partida -expresión del juez Garzón en la entrevista que con
él ofrece ABC en las páginas siguientes- que será siempre difícil y que
registrará tramos de extrema delicadeza e inestabilidad. Pero si estamos
decididos a ganar nuestro futuro en libertad y sin que padezca la justicia -como
reclaman las víctimas- hay que empezar por el principio. Y el principio siempre
fue la palabra. El martes en la Moncloa, Rajoy y Rodríguez Zapatero han de
rescatar la palabra del hondón del exabrupto en la que se ha instalado para
caminar juntos tras una esperanza y transformarla cuanto antes en realidad. El
martes, por eso, puede ser un gran día.