RAJOY, O EL PP POSIBLE (SI GANA, GOBERNAR; SI PIERDE, CONTINUAR)
Artículo de José Antonio Zarzalejos, Director de ABC, en “ABC” del 28-10-07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo
que sigue para incluirlo en este sitio web.
Mariano Rajoy -aclamado ayer multitudinariamente en Valencia como
candidato del PP a la presidencia del Gobierno- es un líder con las condiciones
necesarias para serlo sin reservas, y hay que esperar que también con las
suficientes para ganar las elecciones generales y gobernar España. Y hay que
suponerle, además, la responsabilidad de que, si pierde en los comicios del
próximo mes de marzo, tenga la sensibilidad política y el cuajo personal de
continuar al frente de la organización para evitar un vacío que sería el caldo
de cultivo para un enfrentamiento interno de factura suicida.
Rajoy dispone de la formación intelectual y académica, la
experiencia profesional y política y el sentido de Estado adecuados que
requiere sobre el papel un dirigente político de primer nivel. Es cuestionable
el modo en el que ha desarrollado su liderazgo en esta legislatura en el seno
del PP; es dudoso que no haya debido conducirse con mayor contundencia respecto
de elementos -individuales y grupales- retardatarios que le han zancadilleado,
y lo siguen haciendo, esperando su derrota para reinar después en el
desconcierto; y es abiertamente criticable que no haya impuesto su normalmente
sensato criterio en asuntos de gran trascendencia, en un afán por mantener una
falsa convivencia pacífica en el partido. Pero son precisamente ese propósito
de síntesis y esa perceptible ausencia de ambición personal las características
que le hacen particularmente idóneo para el buen futuro del centro-derecha
español. Si gana las elecciones, porque administrará el poder con la solvencia
que ha venido demostrando en su ya larga trayectoria política; si no logra la
victoria, porque retiene una no igualada autoridad moral en el partido que
neutralizará cualquier maniobra torticera y divisora.
Mariano Rajoy cuenta con una baza esencial: la adhesión a sus
maneras políticas y a su perfil ideológico de una línea de líderes populares
que conforman la malla del partido en el conjunto de España. Desde Alberto
Ruiz-Gallardón hasta Francisco Camps; desde Javier Arenas hasta Alberto Núñez
Feijóo; desde María San Gil a Daniel Sirera, pasando por gentes tan valiosas y
acreditadas como Ana Pastor, Ignacio Astarloa, Arias Cañete, Pilar del
Castillo, Soraya Sáenz de Santamaría y tantos otros y otras, gentes de firmes convicciones
y profundo sentido democrático, moderadas y tenaces, bien preparadas y con
experiencia, y partícipes de un proyecto común y alejado, por tanto, de
intereses opacos y connivencias oportunistas en los que se emboscan los que
dicen una cosa -desear que Rajoy venza en marzo- y hacen otra -trabajar
objetivamente para plantearle tantas cuantas dificultades sean posibles para
privarle de ese objetivo.
Que Rajoy sea la esperanza del PP tanto para la victoria como
para la derrota en el mes de marzo de 2008 no resulta una contradicción, sino,
por el contrario, una proposición coherente. Los grandes líderes, antes de
llegar al poder, han de atravesar desiertos abrasadores y sucumbir a la derrota
sin desmoralizarse. El 14 de marzo de 2004, la victoria socialista se produjo
en un contexto emocional y en una coyuntura de encono social que -sin merma de
la legitimidad democrática absoluta del resultado- no le hacen responsable al
presidente del PP de aquel revés. Sus citas electorales a lo largo de la
legislatura se han saldado con una nota muy alta: los comicios europeos se
sustanciaron en un práctico empate entre el PP y el PSOE, y en las elecciones
municipales los populares lograron mayor número de votos, si bien el complejo
entramado de pactos les privó de un incremento de poder institucional en
determinadas autonomías, provincias y municipios.
Por otra parte, los hechos le han venido dando la razón a Mariano
Rajoy, tanto en relación con los comportamientos y decisiones del Gobierno como
respecto de las confundidas propuestas de los más radicales de su propio
partido. Con altísima probabilidad, esta misma semana -se comunicará la
sentencia del 11-M- algunos en el PP quedarán descalificados, en tanto que
Rajoy podrá afrontar ese acontecimiento judicial y político con una fuerte
coherencia personal. Los desaguisados gubernamentales en tantos ámbitos -la
llamada «memoria histórica», el nuevo Estatuto catalán y, en general, la
cuestión territorial, el alocado crecimiento del gasto público, la deficiente
política exterior, el frustrado «proceso de paz» con la banda terrorista ETA y
un largo etcétera de yerros del Gobierno- le proporcionan una plataforma
argumental para ofertar a los españoles una alternativa a estos últimos cuatro
años de demasiadas convulsiones y cuyo exponente más expresivo se produce en la
Cataluña de hoy, donde todo despropósito, político y de gestión, parece, además
de posible, probable.
Ahora bien: ni Rajoy ni el PP pueden cometer ni un solo error más
de los que, a veces, sus adversarios han sacado demasiado provecho. En otras
palabras: en lo sucesivo no pueden producirse decisiones como la infortunada
-por endeble y contradictoria- recusación de magistrados del Tribunal
Constitucional; no es posible seguir sosteniendo teorías alternativas y relatos
fantasmales frente a la verdad judicial; no pueden despacharse temas polémicos
-se tenga o no razón- con argumentos domésticos, como ha ocurrido con el cambio
climático; tampoco pueden continuar determinadas modorras y retrasos ni dar el
menor tramo de espacio al protagonismo de personajes que retrotraen al PP a
momentos superados que hasta sus electores más fieles -allá el ultrismo con su
contumacia- desean remontar para así ganar las elecciones al caudillo sonriente
de La Moncloa. Estamos, pues, en ese tiempo del partido en el que se gana o se
pierde, más que por los aciertos propios, por los errores ajenos. Y si estos se
producen -y el Gobierno los genera con profusión y dimensión- es menester no
disminuirlos con torpezas e improvisaciones.
Gane o pierda, Mariano Rajoy es la apuesta de futuro inmediato
porque reúne un conjunto de requisitos que le hacen idóneo para administrar el
poder y, alternativamente, para evitar la implosión en su propio partido, un
riesgo que, hoy por hoy, no está conjurado. Los conspiradores -no demasiados,
pero sí poderosos- cuentan con que el gallego haga mutis por el foro si la
suerte electoral le es adversa. Y con ellos, llegarían la división y el
enfrentamiento. Por eso, Rajoy, sí o sí. Sin más especulaciones, sin dubitaciones
existenciales, sin tibiezas. Con lealtad, porque tenérsela al líder del PP en
estos momentos es tanto como apostar por una derecha democrática reformista y
europea frente al progresismo nihilista de Rodríguez Zapatero y la histórica
tendencia de un cierto sector que siendo ultraconservador quiere pasar por
liberal, al histrionismo ideológico y la inadaptación democrática.