CREER EN LO POSIBLE
Artículo de JOSEBA ARREGI en “El Correo” del 21/11/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
ETA ha
vuelto a recordarnos, por si habíamos caído en la tentación de olvidarlo
envueltos en la maraña verbal de Batasuna, que todavía está ahí con la misma
voluntad de siempre: amedrentar y amenazar usando la violencia terrorista. A
pesar de todo, la sociedad vasca ha comenzado a pensar por primera vez que la
violencia de ETA se puede terminar porque ETA puede ser derrotada.
Cuando pasen algunos años se podrá calibrar en su justa medida el daño que ETA
ha producido a la sociedad vasca. No solamente instaurando víctimas. También en
las creencias, en la forma de pensar, en la fijación de determinados
comportamientos, en la mentalidad de los ciudadanos vascos, en las cuestiones
que se plantean y en la forma de plantear esas cuestiones, produciendo
anormalidades de las que no hemos sido conscientes y quizá no lo seamos hasta
que desaparezca definitivamente.
Ahora que parece que poco a poco se va abriendo paso la normalidad -la
convicción de que se puede derrotar a ETA-, ahora que se va viendo la vaciedad y
la peligrosidad del eslogan de algunos nacionalistas que decían que la política
no era el arte de lo posible, sino el arte de hacer posible lo que parecía
imposible, se abre también la oportunidad de empezar a creer en lo posible.
Durante mucho tiempo, demasiados en la sociedad vasca han creído en el mito de
la imbatibilidad de ETA. Ese mito se ha derrumbado. Pero puede estar siendo
sustituido por otro: al PNV le sale bien todo lo que hace, nunca ha estado toda
la decisión tan en manos del PNV como ahora, gracias a la debilidad de ETA y de
Batasuna, aunque sea al precio de haberse alejado radicalmente de sus posiciones
políticas históricas y tradicionales.
Si la derrota del mito de la imbatibilidad de ETA es una condición necesaria
para hacerla efectiva, sin que ello suponga ser tan ingenuos como para ocultar
el peligro que sigue siendo ETA, creer en el cambio político en Euskadi comienza
por arrinconar el mito sustitutorio del poder omnímodo del PNV ante el que sólo
cabe el fatalismo. Lo cual no quiere decir que se minusvalore la realidad del
poder que detenta el PNV actualmente, ni mucho menos propugnar una sociedad
vasca sin un nacionalismo centrado, entre otras cosas para no caer en su mismo
error fundamental.
Para que en Euskadi se pueda producir un cambio político, para dar paso en
Euskadi a una nueva cultura política -porque en una sociedad en la que el cambio
se ha elevado al altar de los dogmas más sagrados curiosamente muy pocos hablan
del cambio más humilde, pero más necesario para la revitalización de la política
democrática, de una nueva cultura política, del cambio de gobierno, de la
alternancia en el poder-, es preciso comenzar por creer que el cambio es
posible, comenzar por crear un contexto mental en el que el cambio político y la
alternancia aparezcan como posibles, como normales.
A pesar de la idea que se transmite de la sociedad vasca, a pesar de la idea que
quizá la sociedad vasca se haga de sí misma -una sociedad de centro izquierda,
abierta al cambio-, un análisis pausado podría mostrar que en la sociedad vasca,
en la práctica, preponderan hábitos y actitudes que pueden ser caracterizados
como consevadores. En cualquier caso, en la sociedad vasca, como en cualquier
otra, existe miedo al cambio -muchas de las exigencias de cambios en los marcos
jurídicos son producto, precisamente, del miedo a tener que cambiar los propios
planteamientos y proyectos políticos, los propios sentimientos y las propias
creencias renunciando a su pretensión de exclusividad-.
La resistencia al cambio suele ser normalmente producto del miedo, consecuencia
de la necesidad de seguridad, seguridad que acompaña a la constatación de que
las cosas no cambian, de que las cosas permanecen como siempre han sido, o como
se supone o se hace suponer que siempre han sido. Y es muy fácil alimentar y
movilizar los mecanismos del miedo, despertar la sensación de inseguridad ante
el cambio, aunque el cambio que necesita Euskadi sea el humilde cambio de poder,
la alternancia política, y no los grandes cambios estructurales y fundacionales
que algunos propugnan para no tener que cambiar en nada sus planteamientos.
Ante quienes movilizan los mecanismos del miedo al cambio, es preciso subrayar
que en las sociedades modernas, democráticas, el cambio -de leyes, de políticas,
de gobiernos, de cultura política- son posibles precisamente porque existe
estabilidad institucional, porque los marcos jurídico-institucionales garantizan
las reglas de juego, garantizan que no va a haber rupturas y aventuras hacia lo
desconocido. La estabilidad de los marcos jurídico-institucionales es la
garantía que dan las sociedades democráticas a los ciudadanos ante el miedo a lo
desconocido, propiciando así la convivencia entre seguridad y cambio en la mejor
combinación que la Humanidad ha sido capaz de inventar hasta ahora.
En Euskadi existen las condiciones de estabilidad institucional: tenemos una ley
marco que nos gobierna, el Estatuto de Autonomía, contamos con instituciones
propias, diferenciadas y con fuerte capacidad identificatoria, instituciones
garantizadas constitucionalmente; contamos con el Concierto Económico, que está
garantizado por ley 'ad infinitum' en las mejores condiciones técnicas que se
pudieran soñar; existe una ley de normalización del euskera, aprobada
consensuadamente en el Parlamento vasco y confirmada por el Tribunal
Constitucional, una ley que garantiza la promoción de su conocimiento y de su
uso como lengua propia; la educación vasca, con sus modelos lingüísticos y su
reparto en redes, con el sistema de financiación de la red de iniciativa social
y con su función reconocida en la promoción del euskera, está garantizada por
leyes del Parlamento autonómico y por pactos políticos básicos establecidos
durante los gobiernos de coalición PNV-PSE.
Desde esa estabilidad institucional es desde la que se pueden y se deben
plantear cambios en la política vasca, desde la que se puede y se debe plantear
una nueva cultura política vasca, una nueva política que, sustentándose en la
seguridad garantizada por la estabilidad institucional tal y como ha sido
descrita, trate de mejorar, sin echar por la borda el trabajo bien hecho, la
política educativa vasca, la política lingüística para hacer verdad que el
euskera es patrimonio de todos y no instrumento al servicio de determinado
nacionalismo. Pero sobre todo una nueva cultura política que deje tras de sí la
dicotomía de 'los nuestros' y 'los otros', una nueva cultura política capaz de
concebir a los vascos desde el título de ciudadanía, con sus derechos,
obligaciones y libertades, sin negar, pero subsumiendo en esa categoría de
ciudadanía, los demás sentimientos de pertenencia, plurales y complejos, que
existen en la sociedad vasca.
Para que el cambio se efectue hay que proyectarlo. Para poder proyectarlo hace
falta pensar que es posible, articular conceptualmente el deseo de cambio.
Hagámoslo antes de quedarnos anquilosados y políticamente viejos.