LOS AGUJEROS NEGROS
Artículo de JOSEBA ARREGI en “El Correo” del 05/03/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Uno que no es muy ducho en cuestiones de física
y de astronomía ha oído hablar de los agujeros negros del universo, pero es
incapaz de entender en qué consisten. Uno que tampoco es muy ducho en cuestiones
de política, pero le caen algo más cerca que los misterios del ancho Universo,
sabe que en la política vasca existen también agujeros negros. Es posible que
los agujeros negros astronómicos puedan explicar algunas características del
comportamiento de nuestro universo. Con toda seguridad los agujeros negros de la
política vasca son imprescindibles para entender lo que nos pasa.
Durante mucho tiempo la política vasca ha vivido sin percatarse que se
encontraba bajo el hechizo de un agujero negro ingente que consistía en la
autocomprensión de ETA como acontecimiento fundacional de la historia y del
pueblo vascos. Esa voluntad subjetiva de ETA que se creía con capacidad de
construir desde la nada la verdadera historia y el verdadero pueblo vascos ha
ejercido tanta más influencia en la política vasca cuanto más era considerada no
en su dimensión de agujero negro que todo lo engulle, sino como una pretensión
comprensible con ciertos tintes de radicalidad reconducibles con suficiente mano
zurda.
Sólo cuando desde la autoconciencia del Estado de Derecho se enfrenta ese
agujero negro como lo que es, la negación misma del Estado democrático, la
negación misma del sistema, y que por esa misma razón era imposible incorporarla
en su autocomprensión a la vida democrática mientras no dejara de ser ese
ingente agujero negro que lo fagocita todo, ha sido posible articular una
política eficaz para defender el espacio de normalidad en el que pueden vivir
ciudadanos democráticos.
El desenmascaramiento del agujero negro que ha sido -y por desgracia todavía no
ha dejado de ser del todo- ETA ha abierto el camino para percibir la existencia
de otro agujero negro de la política vasca, de naturaleza distinta al de ETA,
pero que también afecta de manera directa a la política vasca. Se trata del
agujero negro constituido por la forma de definir el problema político vasco por
determinado nacionalismo, una forma construida por el discuro del conflicto con
mayúsculas; una forma centrada en el debate metafísico de si somos o no somos,
de si necesitamos ser para poder decidir; una forma inmersa en cuestiones
probablemente innegociables como son las cuestiones de sentimientos de identidad
y de pertenencia, el milagro de la supervivencia milenaria en condiciones
totalmente adversas de un pueblo desde la prehistoria sin cambios identitarios;
una forma que pretende dilucidar la cuestión de la autoconstitución
incondicionada e ilimitada de la subjetividad vasca.
Es el agujero negro que el nacionalismo tradicional siempre había mantenido
controlado en el saludable espacio de la idealidad inconsecuente y que, por
razones conocidas pero que no puedo detallar ahora, hace algunos años se escapó
de ese espacio en el que lo mantenía encerrado el nacionalismo vasco, se adueñó
de éste con toda su ferocidad y comenzó a descalabrar todos los equilibrios que
constituían la, por supuesto, precaria vida democrática de la sociedad vasca.
Muchos ciudadanos se han preguntado no pocas veces por qué en la política vasca
no se discute de lo que se discute en cualquier otra parte del mundo
democrático. Bastantes ciudadanos, los más inteligentes probablemente, se
preguntan si en el debate impuesto por el agujero negro creado por el
nacionalismo a quien se le ha escapado la bestia es posible realmente conseguir
establecer el valor del derecho de ciudadanía, de la libertad personal, del
valor de los procedimientos y procesos, la verdad de que fuera de la legalidad
democrática no existe legitimidad abstracta posible: todo ello queda engullido
indefectiblemente por la fuerza de atracción del agujero negro de la política
centrada en el sentimiento, en la voluntad subjetiva, en el querer ser y querer
decidir, en ese sueño de omnipotencia que todos arrastramos de la lucha entre
impotencia total y fantasía de omnipotencia adolescente que hemos dejado atrás.
Contra la fe no es posible argumentar. Siempre ha valido más el credo 'quia
absurdum -creo porque es absurdo-, ha valido más la fe del carbonero, la
necesidad de seguridad que el impulso de libertad -la leyenda del gran
inquisidor de Dostoievski en 'Los hermanos Karamazov'-, que el 'fides quaerens
intellectum' -la fe que busca un raciocinio adecuado-.
Es cierto que en la política vasca se debiera hablar mucho más de políticas
concretas, de problemas reales, de cuestiones que afectan al día a día de
nuestras vidas, a las consecuencias de futuro que las acciones -o las omisiones-
de los responsables políticos actuales van a tener. Es cierto que debiéramos
preocuparnos de que lo único que aflora de las cuestiones fiscales es la defensa
del Concierto Económico, pero que nadie se escandalice porque cuando elegimos
las juntas generales de cada territorio, los órganos competentes para establecer
la política fiscal que nos afecta a los ciudadanos vascos, ningún partido,
tampoco o menos que nadie, los nacionalistas, desgrane sus principios de
política fiscal. Nadie se pregunta por qué es bueno que se rebaje el impuesto de
sociedades, cuál es el beneficio para el conjunto de la sociedad de esa rebaja.
Nadie debate si en este momento determinados contribuyentes por rentas de
trabajo están sometidos a mayor presión fiscal en Euskadi que en territorio
común.
Es cierto que las grandes obras de infraestructura se nos convierten en mitos
-la 'Supersur', la 'Y', los puertos exteriores- sin apenas debate. Poco se ha
debatido el retraso en la ejecución de la conexión este-oeste de Beasain a
Durango, que contaba con la prioridad absoluta en el primer plan de carreteras
de las instituciones comunes, y el impulso a los ejes norte-sur que no han hecho
otra cosa que atraer cada vez más transporte pesado por carretera, transporte de
simple paso sin beneficio alguno para el territorio.
Estos mismo días asistimos a la apuesta por una soberanía energética que nos
permitirá exportar el 14% de energía, pero sin debatir que para ello tendremos
que importar el cien por cien de materia prima, y sin plantear cuáles son los
costes para el medio ambiente, cuáles son los costes sociales de esa soberanía
energética.
Estamos celebrando los 25 años de la Universidad pública. Todo son parabienes y
autoalabanzas, pero no existe debate público sobre la calidad de la UPV-EHU, no
se publican los datos comparativos, que probablemente existir sí existen, entre
sexenios de investigación de los profesores de la UPV-EHU y profesores de otras
universidades -un índice, con todos sus problemas, de la calidad de una
universidad-.
La política lingüística es una retahíla de éxitos estadísticos, pero nadie
debate sobre el problema crucial: el creciente agujero, la creciente distancia
entre el crecimiento del conocimiento del euskera y el (poco) crecimiento del
uso normal en la vida diaria del euskera. Parece que la balanza migratoria no
nos causa ningún dolor de cabeza, que no importa que los mejor preparados
emigren, que nuestra economía no atraiga, ni al parecer necesite, inmigrantes,
que perdamos población, que el ritmo de envejecimiento sea relativamente
superior a nuestro entorno. Ni por supuesto se puede mentar el término
corrupción, ni debatir sobre ello.
No somos normales. Somos superiores. Estamos fuera de órbita. La normalidad
democrática es para otros que no tienen más remedio que debatir sobre esas
nimiedades. En la política vasca el agujero negro se lo ha comido todo. Porque
en realidad no es que seamos mejores. No es que no tengamos problemas. No es que
podemos mirar con cierto paternalismo a todos los que nos rodean. Lo que sucede
es que, para que no se pueda discutir de todo lo que realmente nos debiera
importar, algunos nacionalistas, los nacionalistas que han llevado al
nacionalismo tradicional a su actual deriva, han construido un agujero negro en
el que desaparecen aparentemente todos los problemas, cuando realmente lo que
sucede es que se ha establecido una especie de tabú ingente, una especie de
prohibición de hablar de lo que realmente importa, para que ellos puedan seguir
en el poder.
El agujero negro del nacionalismo obliga a la autocomplacencia, combinando
interesadamente dicha autocomplacencia con las suficientes dosis de victimismo.
Tienen razón los que reclaman que debiéramos discutir más de política y menos de
cuestiones metafísicas, porque en ésas es difícil superar en sofismas al
nacionalismo gobernante. Pero para poder debatir de políticas reales es preciso
primero desenmascarar el tremendo agujero negro en el que nos quiere engullir
ese nacionalismo que en buena medida reniega de su propia tradición.