LOS MISMOS PERROS
Artículo de Juan Alberto BELLOCH en “La Razón” del 17/11/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
La ilegal e incomprensiblemente tolerada Batasuna ha decidido por enésima vez
sacar su voz más dulce y aflautada para hablar de paz y diálogo. Bastaría, según
ellos, con que todos aceptáramos la voluntad de las vascas y los vascos
(Ibarreche dixit) sobre cómo organizar su futuro político e institucional. Es,
en suma, el derecho de autodeterminación que en esta ocasión se describe, pero
no se llama por su nombre en un rasgo añadido de su predicada buena fe
negociadora. Para desalentar a los más ilusos ni se le ocurre anteponer la
entrega de las armas, siquiera una tregua, al formal inicio de los caminos del
melifluo diálogo propuesto. Según su esquema, nada original por cierto, ETA
sería cuestión de los gobiernos de España y Francia, quienes deberían negociar
la paz militar, y las fuerzas políticas vascas las llamadas a dilucidar la paz
institucional. Nada nuevo bajo el sol de la necia maldad. Ni un milímetro se ha
avanzado en la rama laica de ETA.
No es que piensen que justamente ahora el Estado español esté lo
suficientemente debilitado para aceptar las tramposas reglas del juego criminal
que ellos proponen. Saben que la verdad es justamente la contraria, dada la
extrema depauperación en que se mueven los terroristas con una organización
trufada de topos y con unos dirigentes históricos que, desde las cárceles, piden
árnica y realismo. Saben que si, en peores condiciones, España estuvo dispuesta
a soportar la barbarie, aún a costa de llorar lágrimas de sangre ante centenares
de cadáveres que para siempre se quedaron en nuestra memoria, ahora menos que
nunca va a tolerar que se salgan con la suya. Ningún español podría volver a
mirarse limpiamente en un espejo si la diabólica lógica por ellos practicada
terminara produciendo resultados directa o indirectamente beneficiosos para los
verdugos.
Mientras no callen para siempre las armas y las amenazas, de nada puede
hablarse en democracia. Aceptar el contenido del derecho de autodeterminación o
el marco vasco de decisión, olvidando que la Constitución española atribuye la
soberanía, no a una parte de sus ciudadanos sino a su totalidad, con
independencia de cuál sea el territorio en que vivan y trabajen, sería tanto
como convertir en trágicos malentendidos, a todas y cada una de las víctimas de
ETA. Nuestros muertos serían errores tácticos, inútiles azares de una historia
mal interpretada y dirigida por los españoles que nos creíamos decentes. Nuestro
cerebro y nuestro corazón, pero también nuestros muertos, impiden la posibilidad
de dar la razón a los asesinos. Y eso lo sabe hasta el más tonto de los
dirigentes batasunos. ¿Por qué, pese a todo, Otegui ha decidido hablar en su
nombre? Por tres razones, al menos. En primer lugar, para restablecer alguna
forma de diálogo con su propia clientela, militantes y votantes tradicionales,
que han asistido mohínos a la decadencia de sus mitos tradicionales sobre la
inviabilidad política de su ilegalización o sobre la imbatibilidad policial de
sus primos etarras. Caídos esos ídolos paganos, los sumos sacerdotes de tan
monstruosa secta deben buscar en el baúl de sus recuerdos más astrosos algún
dios menos castigado, en torno al que mantener más o menos apiñado y fervoroso
al pueblo elegido.
En segundo lugar, para intentar frenar a «sus presos», que siempre han
constituido uno de sus principales activos y que hoy se están convirtiendo en un
pasivo para alarma de los asesinos. De motor a lastre, esa es su evolución.
Mantener disciplinados a los «soldados» con el señuelo de su pronta liberación y
recibimiento triunfal en su pueblo, es algo que cada día les es más difícil de
aceptar. Se van haciendo viejos y echan de menos los «potes» y el fuego del
hogar. La ausencia de mensajes políticos «ilusionantes» puede provocar, si las
instituciones penitenciarias hacen inteligentemente su trabajo, la definitiva
demolición del frente carcelario etarra.
Y en tercer y residual lugar, por si enganchan en el sedal de su discurso
algún demócrata ingenuo, preferentemente nacionalista, presto a dejarse
convencer de que su toma de posición abre una espita de esperanza a la paz. Creo
que ni éste es el objetivo principal de Otegui y de lo que queda de la banda
terrorista, ni nadan ya demasiados peces bobos en la piscifactoría de la vida
política. Una cosa es formular algún escorzo verbal dirigido a la caza furtiva,
sin licencia, de votos y otra bien distinta confiar el apacible ganado a los
chacales.
Si todos comprendemos los «motivos» de Otegui y nadie hace aspavientos a su
costa, la eficacia de su irrupción en la política será mínima y se disolverá
como el tópico azucarillo en aguardiente. Sus problemas, sin embargo, irán
engordando con el doble instrumento del talento y el paso del tiempo. Que Otegui
comprenda la inutilidad de sus mendaces esfuerzos es una exigencia de cualquier
política antiterrorista sensata, aunque en verdad ya no tenga mayor importancia
en el contexto global de crisis irreversible del complejo etarra. Con todo hay
que seguir trabajando y no descuidar los pequeños detalles, aunque sean tan
nimios como unas declaraciones de Otegui. Como bien saben los biólogos, no hay
enemigo pequeño.