IMAZ Y EL NUEVO NACIONALISMO
Artículo de José María Calleja en “El Correo” del 22.09.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Posiblemente el anuncio de Egibar
de no competir por la presidencia del EBB del PNV forma parte de la misma
noticia que nos dio hace unos días Imaz al comunicar que se bajaba de la pugna
por el mismo cargo. No hay que descartar que la tercera parte de la noticia sea
la elección de Íñigo Urkullu como presidente del PNV, fruto del consenso entre
dos sectores tan enfrentados entre sí como agobiados por el síndrome de la
escisión.
En cualquier caso, el debate que se ha abierto dentro del PNV tiene que ver con
la definición del nacionalismo vasco en este momento. Resumiendo mucho, Imaz
defiende un nacionalismo que acepte que fuera del PNV, del nacionalismo vasco,
hay salvación. Un nacionalismo de ciudadanos en una sociedad plural y diversa,
en la que hay que convivir, y hacerlo civilizadamente, con gentes que no son
nacionalistas vascas, que no son nacionalistas a secas o que son nacionalistas
españolas. Una sociedad en la que el nacionalismo no es la única verdad y fuera
de ella sólo hay pecados, errores e infierno. Un nacionalismo, en fin,
democrático, que se replantea el concepto de independencia en una sociedad que
no es la de hace un siglo, que es beligerante contra el terrorismo nacionalista
vasco, que no ve en los etarras a unos hijos descarriados, sino a unos
individuos que atentan contra las libertades de todos y de los que le separan
los medios, pero también los fines; posiblemente porque Imaz haya llegado
también a la conclusión de que los fines de ETA son inseparables de su medios y
no se explican los unos sin los otros.
No es casual que durante todo el proceso para el final del terrorismo el
discurso de Imaz haya sido el más contundente, claro y mejor formulado. No es
casual que Imaz haya llamado al nacionalismo, desde el nacionalismo vasco, a
llevar a cabo un proceso de desligitimación social y política del terrorismo,
que presente a la banda como única culpable y enemiga y que no reparta las
responsabilidades a medias entre el Estado y los terroristas, como muchos
nacionalistas vascos hacen aún. No es casual tampoco que la banda terrorista
haya enviado en todos sus comunicados un severo aviso y las más duras críticas a
Imaz, colocado como enemigo a batir. El todavía presidente del PNV defiende ese
nacionalismo de los ciudadanos, distintos por definición, que entronca en alguna
medida con el 'espíritu del Arriaga', y que conserva elementos de difícil encaje
constitucional.
Del otro lado, Egibar representa el nacionalismo-comunión. Entiende que el
nacionalismo vasco es tan bueno que le da pena que el resto de la gente se lo
pierda y por eso le gustaría que todos los vascos fueran del PNV o, como mínimo,
nacionalistas. Mientras eso no se consigue, siente Egibar que los no
nacionalistas vivimos en pecado y debemos ser ganados para la causa, o
reconvenidos, porque no encajamos en una sociedad que debe ser monocromática
para ser perfecta; esto es, sin el pecado del no nacionalismo, ni las
imperfecciones de los ciudadanos libres que deciden ser vascos como les dé la
gana, o sencillamente no tienen la obsesión identitaria en sus agendas.
Éste es el debate que hay abierto hoy en el nacionalismo, no sé si de manera
suficientemente explícita en el seno del PNV, a pesar del órdago de Imaz. Un
debate que exige liderazgos no cuestionados, claro, y sí mucha sinceridad y
madurez política. Madurez significa reconocer las limitaciones del programa
máximo de un partido, la renuncia a él para ganar en convivencia con los que
piensan distinto, y convencerse de que no todo lo que uno propugna es perfecto y
que puede y debe haber sitio para otras opiniones o para gente que vive otras
identidades diferentes a las nacionalistas.
En España todos los partidos importantes han renunciado a elementos que en su
día fueron sustanciales, simbólicos, definidores de su esencia. Los socialistas
abandonaron el marxismo. Felipe Gonzalez dimitió un rato para decir que había
que ser socialistas antes que marxistas y allá se quedó el marxismo y volvió
Felipe a hombros sin él. Los comunistas tiraron el leninismo por la ventana y
con él a veteranos, coriáceos militantes, con trienios de cárcel y
clandestinidad. Aquel desgarro, liderado por Carrillo, abrió un boquete en una
militancia con componentes también de religión laica. La derecha española
renunció al autoritarismo, a la dictadura, y se reclama del centro -aunque hay
algunos miembros aislados de ella que parecen sentir nostalgia-.
El PNV mantiene intacta su simbología y, desde luego, la definición doctrinaria
sabiniana. Una identidad fuerte que no cuadra, desde luego, con la forma de
entender el nacionalismo que tienen, por ejemplo, muchos empresarios
nacionalistas vascos, a los que les da el aire de la realidad con la suficiente
frecuencia como para saber que a estas alturas del curso hay cosas que son
sencillamente implanteables.
Imaz sostiene que un referéndum en los términos de Ibarretxe puede ser un
elemento que, lejos de desatascar ningún problema, crearía otros de muy difícil
solución: podría retroalimentar a unos terroristas cada vez mas golpeados,
servirles de banderín de enganche como una ocasión frustrada por culpa de los
otros -echar la culpa siempre a los demás, otro síntoma de inmadurez-. Ibarretxe
es como Sabino Arana pero en bicicleta: si deja de pedalear, se pega la torta
-debe de pensar para sus adentros- y por eso él sigue, erre que erre, dispuesto
a que la realidad no le estropee ni un solo punto de sus delirios .
El nacionalismo vasco tiene un debate pendiente que Imaz ha querido abrir, ojalá
lo resuelvan con bien para toda la sociedad vasca.