MERKEL Y LA CONSTITUCIÓN EUROPEA
Editorial de “ABC” del 29.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
La Constitución europea se resiste a morir. Ángela Merkel está decidida a que durante el semestre de presidencia alemana que comienza el 1 de enero de 2007 la UE tenga que discutir una propuesta al respecto. Así lo anunció el ministro de asuntos exteriores alemán, Franz Walter Steinmaier, al concluir la reunión informal de ministros de Exteriores celebrada en Klosterneuberg. De este modo Alemania asume sobre sus espaldas la tarea de reconducir el proceso constitucional europeo un año después de que fuese torpedeado por los referendos francés y holandés. Con esta decisión, la canciller Merkel asume una apuesta de alto nivel que no sólo compromete el prestigio de Alemania sino el éxito del gobierno de gran coalición y su propia continuidad al frente del mismo.
La importancia de la iniciativa no puede ser pasada por alto. Por primera vez desde la posguerra, Alemania parece decidida a poner sobre la mesa su voluntad de ejercer un liderazgo sobre el conjunto del continente europeo. Para ello ha hecho lo que nadie estaba dispuesto a asumir: la tarea de reavivar la causa del desfalleciente europeísmo después del varapalo sufrido hace un año con la derrota de la Constitución europea en dos de los países fundacionales de la UE, Francia y Holanda. Con esta decisión, Alemania da el paso de hacer suya la causa de la nueva Europa que surja del proceso de reflexión que, según José Manuel Durao Barroso, vivirá de aquí a 2007. Una decisión incómoda pero imprescindible. Sobre todo, a la luz de la infinidad de problemas que pueden ir surgiendo si se deja pasar el tiempo sin que nadie aborde una solución institucional que dé respuesta a la necesidad de gestionar políticamente la compleja fisonomía de la Europa nacida de la ampliación a Veinticinco. Con este gesto de responsabilidad y compromiso, Alemania levanta la bandera de un liderazgo flexible y sensato que tiene como horizonte la viabilidad y pujanza de la Europa de los Veinticinco.
En este sentido, la oportunidad de la decisión de Merkel es evidente. Europa ha de levantar el vuelo y debe hacerlo vigorosamente. Para conseguirlo tiene que concitar a su alrededor ilusión y entusiasmo, algo que en estos momentos la vieja Europa tecnocrática es incapaz de estimular, debido al fuerte contenido burocrático en el que ha desembocado el proyecto que diseñaron los padres fundadores en los años 50. Hoy, Europa tiene que representar una oportunidad de esperanza para más de cuatrocientos cincuenta millones de ciudadanos que contemplan el futuro bajo el peso de la incertidumbre y el pesimismo que transmite el horizonte del siglo XXI.
El diseño alemán para esa nueva Europa parece cada vez más claro. Sus coordenadas las vienen marcando desde hace meses no sólo la agenda política sino las manifestaciones de la propia canciller Merkel. Sus viajes a los EE.UU., Rusia y China, su implicación en la crisis iraní y sus constantes apelaciones a una «nueva fundamentación» de Europa evidencian que el diseño que está en su cabeza pasa por convertir a la UE en una potencia global que concilie su compromiso con la defensa de los valores de una sociedad abierta con la eficacia y la capacidad de crecimiento económico, competitividad y visibilidad internacional que exigen los retos del siglo XXI. En este sentido, la Constitución europea tendrá que alojar el marco institucional que esté al servicio del éxito de estos objetivos. De ahí su insistencia en que Europa dé un giro liberal que devuelva al ciudadano su protagonismo frente al excesivo peso de la burocracia y los estados. Para lo cual es imprescindible no sólo estimular el dinamismo de la sociedad civil europea a través de la Agenda de Lisboa, sino fortalecer su conciencia cívica combatiendo de raíz los rebrotes xenófobos y populistas que cuestionan sus fundamentos de la mano de un materialismo nihilista que mina su vigor moral y su vocación tolerante. Su insistencia en recuperar la dimensión cristiana que alimenta la memoria de sus raíces culturales es un factor a tener en cuenta. No sólo porque es perfectamente compatible con la dimensión laica del Estado de Derecho, sino porque supone un respaldo a los valores humanistas e ilustrados que sustentan el proyecto de sociedad abierta que Europa trata de construir desde la Segunda Guerra Mundial. Como afirmó la propia Merkel, durante su asistencia a las jornadas católicas celebradas la pasada semana en Saarbrucken, «para entender y comunicarse con otras culturas» los europeos necesitan «conocer sus propias raíces y ser conscientes de ellas».