DESORIENTACIÓN
Artículo de JOSEBA ARREGI en “El País” del 15/12/2004
Joseba Arregi es profesor de Sociología de
la Universidad del País Vasco (UPV-EHU).
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en
este sitio web. (L. B.-B.)
Con un muy breve comentario al final:
INCURSIONES (L. B.-B., 19-12-04, 20:00)
No es la peor definición del posmodernismo la que dice que priva
a los habitantes de ese su mundo de un mapa cognitivo suficiente para orientarse
en él. Es como si el mundo posmoderno llevara a sus habitantes a una ciudad
nueva, enorme, en la que no habían estado nunca, y los soltara por sus calles
sin un plano. A lo que habría que añadir que esa ciudad se caracteriza por su
falta total de planeamiento, por no contar con una estructura perceptible, lo
cual aumenta y da profundidad a la desorientación de las personas en el mundo
actual. De desorientación se habló después de la caída del muro de Berlín y de
la implosión del comunismo soviético. Aunque algunos mandatarios, como el
entonces presidente Bush (padre), hablaran de un nuevo orden mundial, pronto se
vio que lo que había dado comienzo con ambos acontecimientos era un nuevo
desorden mundial, como la historia de estos 15 años se ha encargado de poner de
manifiesto.
Una de las formulaciones clásicas de la crítica a la cultura
moderna es la del antropólogo Arnold Gehlen, quien ya en la década de los cuarenta del siglo
pasado decía que la creciente complejidad del mundo moderno, con un universo cuyas
fronteras han dejado de ser perceptibles para los humanos -un universo
inimaginable en el sentido literal del término- y unas sociedades cada vez más
complejas, cuyas estructuras de funcionamiento se han convertido en
incomprensibles para el ciudadano de a pie, e incluso para los especialistas,
han obligado a éstos a tener que tener una opinión sobre todos los temas para
creer que pueden orientarse. Esta complejidad les empuja a dotarse de
ideologías ad hoc, instrumentales, adaptadas a cada ocasión, cambiantes
como éstas; a adoptar, en definitiva, éticas sin compromiso, sin consecuencias
para su vida personal y que, en su pretensión de solucionar los problemas
universales, no exigen nada concreto de la práctica diaria de cada uno.
A todo lo dicho es preciso añadir la dificultad que ha
manifestado la mayoría de los europeos, aunque también no pocos
estadounidenses, para entender la victoria de Bush en las elecciones
presidenciales de EE UU: si difícil se les hacía entender que un presidente de
un país democrático pudiera poner en práctica políticas contrarias a las ideas
y convicciones de los europeos, menos pueden entender que una mayoría de
ciudadanos estadounidenses le pudieran apoyar con tanta claridad. Esos
problemas de entendimiento se complementan contraponiendo a la política de Bush
una comprensión de la política basada en los valores de la paz, el diálogo, el
entendimiento y los principios de la Ilustración, de los que los contrarios a
Bush serían los legítimos herederos.
Pero resulta que en la tan ilustrada Europa, dedicada a la
tolerancia, el respeto mutuo y al diálogo multicultural, suceden cosas que
empiezan a poner de manifiesto que la imagen que los europeos se construyen de
sí mismos, en contraposición a la mayoría de estadounidenses, quizá no sea más
que fachada. En Holanda se ha producido el segundo asesinato político en pocos
años y, como respuesta, se queman mezquitas e iglesias. En Euskadi crece
perceptiblemente el porcentaje de jóvenes que opinan que hay demasiados
inmigrantes. En Alemania andan preocupados con el desarrollo de sociedades
paralelas, no integradas; la inquietud y el desasosiego ante una Turquía como
socio de pleno derecho de la Unión Europea van creciendo y se producen casos
como el del fallido comisario europeo Rocco Buttiglione,
rechazado no por no saber separar espacio público y espacio privado, Iglesia y
Estado, conciencia personal y reglas de juego que regulan la convivencia, sino
por considerar inadecuadas sus creencias privadas para el ejercicio de un
puesto público determinado.
A todo lo cual habría que añadir que a la retórica de Bush de
guerra entre el bien y el mal, de comprensión misionera de la democracia,
basada en referencias religiosas, no sólo se le opone una visión secularizada
de la política, sino una política basada en la convicción de haber encontrado
la verdad absoluta, la legitimidad ética definitiva: la laicidad elevada a
creencia laicista, a laicismo como religión, con sus dogmas, sus ortodoxias y
sus tenedores y gestores. A estas alturas del desarrollo de la cultura moderna,
no terminamos de interiorizar que ésta se compone de contradicciones que hacen
imposible una lectura unilateral de la misma. Si es cierto, como creo que lo
es, que la modernidad se asienta a mediados del siglo XIX por medio de un pacto
entre revolución y tradición -ése sería el significado de la revolución liberal
de 1848-, también lo es que a ese pacto -un esfuerzo por encontrar un
equilibrio entre fuerzas radicalmente opuestas- hay que añadir algunos más para
captar el proceso de la cultura moderna. Se requiere también un compromiso
entre el subjetivismo personal y la objetividad institucional; es necesario
igualmente reequilibrar una y otra vez la correcta intuición del carácter
situacional de la verdad y la afirmación de su universalidad, buscar
permanentemente el equilibrio entre el valor del multiculturalismo y la
universalidad de los derechos humanos, entender que la democracia radica en la
relativización de las verdades últimas, de las legitimaciones definitivas del
poder, pero sin por ello renunciar a la validez universal de esa verdad
relativa.
Nos equivocamos cuando tratamos de interpretar la modernidad y el
progresismo de forma unilateral. Debiéramos estar curados en salud a causa de
todos los intentos fracasados de materializar de forma unilateral los
principios de la modernidad. La modernidad y el progresismo son, por encima de
todo, un cúmulo de contradicciones que exigen la búsqueda permanente del
equilibrio entre exigencias contrapuestas, sin que exista ninguna receta, y
menos dogma u ortodoxia, que recoja la solución definitiva. Puede haber
momentos y acontecimientos que, por su intensidad o gravedad, hagan
difícilmente soportable la desorientación y la responsabilidad de encontrarlo
de forma autónoma. En esas situaciones se vuelve apremiante la necesidad de
encontrar una verdad segura, simple, capaz de orientar en un mundo complejo.
Esa necesidad es comprensible y la expresó formidablemente Dostoievski en El
Gran Inquisidor.
Pero el reparto al que nos estamos habituando al afirmar que
Europa es moderna, mientras que la sociedad de EE UU es reaccionaria, que aquí
se mantienen los valores de la Ilustración mientras que la política
norteamericana ha caído presa de criterios pre-ilustrados, es en sí misma una
verdad simple que ayuda a orientarse en un mundo complejo, pero sin facilitar
en nada la búsqueda del equilibrio necesario entre exigencias contrapuestas.
Tanto la reacción de la mayoría de la sociedad norteamericana como los
planteamientos de la mayoría de europeos son dos formas modernas de responder a
las contradicciones de la cultura moderna. Como ha subrayado un análisis de la
revista The Economist,
Bush ha obtenido la mayoría de los votos en los Estados más dinámicos, en las
zonas urbanas más dinámicas de cada uno de ellos y en los suburbios de la clase
media ascendente, mientras que los apoyos de Kerry se encuentran en los Estados
y en las zonas que pierden población, están estancadas económicamente y tienen
menos futuro. Bush ha ganado en el tramo de ciudadanos que poseen entre un
millón y 10 millones de dólares de patrimonio, mientras que Kerry ha ganado
entre quienes poseen más de 10 millones de dólares.
Innovación, competencia brutal de mercado con toda su
inseguridad, apertura al futuro, pero todo ello basado en la seguridad de unos
valores morales indiscutibles: el equilibrio norteamericano. La seguridad del
Estado de bienestar, inmovilidad de estructuras laborales y sociales, incluidas
las educativas (especialmente en el mundo universitario), miedo al riesgo junto
con la creencia de que la seguridad internacional está, en cierto modo,
garantizada: el equilibrio europeo. Ambas perfectamente acordes con la
contradicción de la modernidad.
Creo que más de un ciudadano español y europeo percibe en estos
tiempos que, poniéndose en disposición de hacer frente a la desorientación sin
recurrir a verdades simples, con la voluntad de enfrentarse responsablemente a
la complejidad del mundo moderno, termina totalmente descolocado. Porque las
ortodoxias, de derecha o de izquierda, le obligan a alinearse en una
interpretación unilateral de la modernidad, le obligan a entenderla de manera
lineal y no como contradicción, y le impiden realizar el esfuerzo de buscar
humildemente el equilibrio necesario entre exigencias contrapuestas, sabiendo
que existen distintas formas de alcanzarlo y que el núcleo de la democracia
radica en gestionar la convivencia de esas diferencias.
Muy breve comentario final:
INCURSIONES (L. B.-B., 19-12-04, 20:00)
Las veces que Arregui tiene tiempo para realizar
incursiones fuera de Euskadi, ya sea en el ámbito de la moralidad, la religión
o la psicología social, nos ilumina. Ojalá que la política internacional o la
española pudiera disfrutar de su lucidez con más frecuencia. Gracias.