¿POR QUÉ LUCHA OCCIDENTE?
Artículo de Eduardo
Arroyo en “El Semanal Digital” del 20/10/04
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo
en este sitio web. (L. B.-B.)
Con un muy breve y primer comentario al final:
RECONSTRUCCION ETICA (L. B.-B., 25-10-04, 10:30).
20 de octubre. Hace poco en el programa de radio La linterna,
cadena COPE, César Vidal contraponía lo que él denominaba los
"bárbaros" –es decir, el Islam– al Occidente democrático y pluralista
que, implícitamente, venía a ser la quintaesencia del mundo civilizado. Por un
momento llegué a pensar que Vidal no vivía en la inopia, pero por suerte pasó
rápido. No en vano él, junto con Jiménez Losantos,
Gabriel Albiac y los chicos de la FAES, representa uno
de los pilares más firmes del progreso de la ideología "neocon" en nuestro país. Uno duda mucho de las
excelencias de nuestra "civilización" después de ver Crónicas
marcianas durante quince minutos. Ante la basura que Sardá
pone bajo nuestras narices, cualquiera puede percatarse del peligro que supone
la ideología de lo patológico elevado a divertimento social. Personajes que
caerían en el ámbito de la psiquiatría clínica opinan, debaten, discuten y se
elevan ellos mismos a canon social del entretenimiento en España. Puede
argumentarse que esto no es una razón con peso suficiente como para
descalificar a la sociedad en su conjunto pero, por la extensión del fenómeno,
sin duda constituye un hecho altamente significativo. Y es que Sardá y su pocilga son síntoma de algo mucho peor: la
degeneración de la sociedad occidental.
Peter Wood, el antropólogo de la Universidad de Boston, autor del célebre Diversity: The Invention of a Concept (Encounter
Books, EE.UU., 2003), se lamentaba hace no mucho de
la quiebra de la familia en los Estados Unidos: "Lógicamente no se
necesita un antropólogo para demostrar que la ruptura de las leyes sociales que
gobiernan el matrimonio y la familia tiene desastrosas consecuencias.
Consideremos algunas estadísticas: 1,35 millones de niños en los EE.UU. nacidos
fuera del matrimonio durante 2001, el 33,5 por ciento del total; 947.384
divorcios excluyendo a California, Colorado, Indiana y Louisiana,
Estados que no cuentan los divorcios; a los 14 años, entre el 14 y el 20 por
ciento de las niñas americanas y entre el 20 y el 22 por ciento de los chicos
tienen «experiencia sexual»; cerca de 5 millones de americanos son adictos a
las drogas y 52.000 mueren todos los años por su
adicción; todos los años hay, en los EE.UU., 15 millones de casos nuevos de
enfermedades de transmisión sexual, una cuarta parte de los cuales entre
menores de veinte años; cerca de 100.000 niños americanos trabajan en la
prostitución y aproximadamente el 85 por ciento de las prostitutas que trabajan
en la calle afirman haber sufrido abusos sexuales durante su infancia de algún
miembro de su familia". Esto es lo que puede afirmarse de una sociedad
donde, paradójicamente, los valores tradicionales están mucho más arraigados
que en la laica Europa. Dado que los valores que fundamentaron históricamente
nuestro modo de vida no gozan de hegemonía social, no es raro
que las naciones históricas sean consideradas como meros "espacios de
derechos". El "patriotismo constitucional" es hijo directo de la
crisis y nuestra sociedad se desarticula a marchas forzadas por causa de una
ideología nihilista que genera, sin embargo, no pocas paradojas.
Sin duda el "burka" talibán es una actitud
repulsiva hacia la mujer, pero ¿por qué no atentan contra la dignidad de la
mujer los miles de millones de dólares de la industria pornográfica occidental?
Por el contrario, la normalización de la industria pornográfica ha sido
tradicionalmente conceptuada como símbolo de libertad en nuestros países.
Nos preguntamos, ¿es positivo todo lo que Occidente pretende aportar a los
países islámicos? En el paraíso de los matrimonios homosexuales, de la
eutanasia a domicilio, de la investigación con células madre, de la
"píldora del día después", de los preservativos expedidos en los
colegios, los conservadores occidentales nos sentimos más cerca de muchos
musulmanes que de nuestros líderes políticos y nos preguntamos: ¿somos
realmente tan civilizados? En el último informe de la Organización Mundial de
la Salud (2003) se ponía de relieve que el suicidio ya era la primera causa de
muerte violenta en el mundo. No hace falta decir que en Occidente, al revés que
en África o en Ibero América, el suicidio aventaja de
manera abrumadora al homicidio, pero ¿por qué sucede esto en nuestra sociedad
opulenta? Somos muchos los que, en la España de los casi 80.000 abortos de la
época Aznar, nos preguntamos qué valores queremos exportar a los países
musulmanes para hacerlos más "civilizados". No basta con hablar
genéricamente de "democracia". Otras preguntas deben hacerse: ¿vamos
a exportarles los valores de Gran Hermano o, como decía Pat J. Buchanan,
los valores de la MTV o el derecho a vestir y a comportarse como Britney Spears? ¿Deseamos que en
el Islam las toneladas de nihilismo destructivo de Pedro Almodóvar puedan
visionarse sin problemas? ¿Nos gustaría que pudieran abortar las niñas
musulmanas a los 15 años sin consentimiento de sus padres? ¿Desearíamos para
ellos que la legalización de la droga y la expansión de su mercado fueran contemplados como símbolo de progreso, al igual que ocurre
en Holanda? Cuando el ex presidente Aznar y el ahora presidente Rodríguez
Zapatero hablan del compromiso español con la causa de la libertad en el
escenario internacional ¿se refieren a esa libertad que permite expedir
píldoras abortivas a las niñas o quizás a la que presenta la eliminación física
de casi una cuarta parte de los no-nacidos como
"emancipación de la mujer"? ¿Es esa misma libertad la que permite a
los homosexuales adoptar niños o la que tolera que empresas multinacionales paguen
salarios de hambre en Europa bajo la coacción de marcharse al Tercer Mundo?
En junio de 2002, George W. Bush pronunciaba su famoso discurso en la Academia
de West Point, uno de los discursos fundadores de lo que Norman Podhoretz denomina "la doctrina Bush", y decía:
"La verdad moral es la misma en todas las culturas. En todo tiempo y
lugar". Pero ¿cuál es esa verdad moral de la que habla y que en Occidente
fundamenta la creencia en nuestra superioridad? Como ha subrayado Samuel P. Huntington,
el concepto de civilización universal es un producto característico de la
civilización occidental. No es éste el lugar de discutir esta cuestión que, de
por sí, daría para un libro entero. Pero sí queremos subrayar que los valores
que fundamentan esa "verdad moral" de la que habla el presidente Bush
son más atacados en Occidente que fuera de él. En otras palabras, el enemigo
está dentro. Las grandes amenazas no vienen de fuera de él sino del interior de
nuestra sociedad.
El combate por el alma de Occidente se está librando ya, pero no consiste en ir
a la guerra para imponer a otros un dudoso modelo –tal y como afirman los
ideólogos "neocon" en todo el mundo–, sino
en afirmar en nuestra propia sociedad los valores que hacen posible la misma
existencia de una moral. Guste o no, en Occidente no hay más moral actuante que
la cristiana. Lo demás, desde el Renacimiento, no ha sido otra cosa que la
lucha desesperada y paradójica por fundamentar una moral universal sin recurrir
a un absoluto que diera cuenta de las razones últimas del comportamiento
humano. Mientras los ideólogos hijos de la revolución se debaten en la búsqueda
constante de una fórmula mágica que nunca llega, Occidente se mueve en un vacío
letal impuesto por élites oscuras bajo la forma de un rechazo beligerante de la
moral cristiana, un rechazo que nos aboca al nihilismo y que poco a poco va
minando los fundamentos de todo nuestro modo de vida.
No es de extrañar que otra vez Pat J. Buchanan, en su artículo "¿Qué
ofrecemos al mundo?", diga: "Muchos de los libros, películas,
revistas, programas de televisión, videos y mucha de la música que exportamos
al mundo, resultan tan venenosos como los narcóticos que la Royal Navy introdujo en el pueblo chino durante la Guerra del
Opio". ¿Son conscientes de esto nuestros "líderes sociales" o
nuestros "creadores de opinión"? Ellos en realidad son parte del
problema porque, como haría cualquier parásito, viven y medran al amparo de una
dinámica destructiva que tiene por víctimas a los más débiles. Por eso, sería
muy deseable librarnos de nuestra arrogancia y ponernos a trabajar en esa
regeneración vital que Occidente tanto necesita. Mucho antes de ir a arreglar
la casa de los demás.
MUY BREVE Y PRIMER COMENTARIO: RECONSTRUCCION ETICA (L. B.-B.,
25-10-04, 10:30).
¡Ahí les queda eso! Este es uno de esos artículos incisivos y
polémicos, que plantean las cuestiones de fondo sin someterse a las
convenciones de lo políticamente correcto, y de los que tan necesitados estamos
en los países democráticos. Arroyo plantea, desde una perspectiva conservadora,
uno de los problemas básicos del mantenimiento de la libertad en el mundo en la
época actual: ¿puede dar lecciones de salud moral la democracia?
Y la respuesta a este interrogante no es fácil, sino muy difícil.
Mi tesis es que no, que las actuales democracias están sufriendo un proceso
degenerativo, que viene ya de hace unos cuantos años ---quizá de 1968---, por
el cual, en el ejercicio de la libertad imprescindible, se han roto un conjunto
de límites tradicionales al comportamiento sin que, para compensar esta
ruptura, se haya producido un esfuerzo de elevación del autocontrol, la
responsabilidad y la consciencia ética. La consecuencia es que existe un vacío
moral que produce un proceso nihilista degenerativo de la libertad y dignidad
humana.
Esta es mi tesis, pero una cosa es formular una proposición medio
intuitiva, medio racional, y otra argumentarla con fundamento. Y para eso es
necesario hacer unas cuantas lecturas: revisar las formulaciones teóricas
tradicionales de la ética, revisar la filosofía de los valores en Scheler y Hartmann, por ejemplo,
e intentar elaborar un esquema mínimamente coherente. Y eso es muy difícil para
un profano en estos temas, aunque necesario para orientarse. Pero se echa en
falta la palabra de los especialistas: es vitalmente necesario, para defender
coherentemente la libertad del ser humano, actualizar nuestros criterios
éticos, y difundir a nivel popular unas bases de interpretación que permitan
frenar la degradación de las democracias, derivada del vacío moral existente.
La cultura cívica congruente con los sistemas democráticos no exige solamente
el conocimiento del sistema político, sino una motivación ética madura que
equilibre el interés particular y el colectivo en el contexto de una idea de la
sociedad deseable.
Volveré sobre esto en las semanas venideras.