Artículo de Lluís Bassets en “El País” del 23 de julio de 2009
Por su interés y relevancia he seleccionado el
artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
1. No ha pasado inadvertida, aunque es evidente que no
ha levantado polvareda alguna en el conjunto de la Unión. El último día de
junio el Tribunal Constitucional alemán dio luz verde al Tratado de Lisboa,
exigiendo únicamente a su Parlamento una modificación legal que permita un
mayor control parlamentario de los futuros actos legislativos de la Unión. Han
respirado de alivio quienes temían un inesperado descarrilamiento del Tratado
en proceso de ratificación, al que sólo le falta saltar un obstáculo
sustancial, como es el referéndum irlandés el próximo 2 de octubre. Pero quizá
han respirado demasiado hondo y demasiado pronto. La sentencia alemana da por
bueno el Tratado, pero respecto al futuro de la construcción europea nos dice
que hasta aquí hemos llegado, y que si queremos seguir avanzando, como era reglamentario
en el europeísmo al uso hasta ahora, deberemos modificar ni más ni menos que la
Constitución alemana.
La sentencia tiene la virtud de la claridad. Es como
una lectura jurídica de los últimos avatares europeos, incluidos los resultados
de las elecciones al Parlamento Europeo. Aunque la UE tenga la forma de un
Estado federal en algunas de sus políticas, nos dice el tribunal, en cuanto a
toma de decisiones internas y nombramientos funciona como las organizaciones
internacionales, guiada por el principio de igualdad entre los Estados, y esto
no se puede cambiar sin reformar la propia Constitución alemana (y quizá otras
constituciones nacionales, según podrán deducir los respectivos tribunales
constitucionales o equivalentes). La alta corte alemana desmiente la teoría del
déficit democrático europeo entendido como una adolescencia que se curará con
el tiempo: no, se trata de algo estructural. No hay un pueblo europeo sino
varios, organizados en sus Estados respectivos, los únicos plenamente
soberanos.
Sabíamos desde el principio que la ampliación de la UE
debía ir de la mano de la profundización. Quienes no querían la segunda,
encabezados por Londres, abogaron por la primera a toda costa. Y se han llevado
el gato al agua: tenemos una gran Unión de 27 miembros, pero deshilachada y sin
dinámica alguna que conduzca hacia una futura profundización. Ahora los dos
países que en su día ejercieron de motores, Francia y Alemania, han colocado
cada uno un obstáculo insalvable tanto para futuras ampliaciones como para
futuras profundizaciones. El primero, pensando en excluir a Turquía, exigirá un
referéndum para cualquier nuevo ingreso después de la entrada de los
precandidatos balcánicos. El segundo pedirá una reforma de la Constitución
alemana antes de entregar nuevos poderes soberanos, por ejemplo, en fiscalidad
o defensa. El presidente francés y el Tribunal Constitucional alemán son las
instituciones que en cada caso han puesto pie en pared, y no es extraño, porque
ambos son los guardianes de las soberanías y constituciones respectivas.
2. Ocho ex presidentes y primeros ministros, otros
tantos ex ministros y otras personalidades de nueve de los socios europeos del
este y del centro de Europa (Pecos), encabezados por Václav Havel, han dirigido una carta abierta, llena de
dramatismo e incluso de alarma, al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, llamando su
atención para que no les abandone ante el renacimiento de las ambiciones y
reflejos imperiales de la potencia imperial que antaño les sojuzgó. Tampoco
esta noticia ha pasado inadvertida, pero todavía ha levantado menos polvareda.
Ya no estamos en el corazón de la política exterior norteamericana, se lamentan
los insignes corresponsales, que le recuerdan a Obama
hasta dónde llegó su lealtad y su agradecimiento por su apoyo durante la guerra
fría y sobre todo en la transición hacia la democracia. No se olvidan de
mencionar su participación en la guerra de Irak, por la que algunos tuvieron
que pagar, según recuerdan, un duro precio. Y su adhesión, más por resignación
que por convicción, a un vago europeísmo en el que quisieran ver a Washington
más comprometido.
3. La opinión pública europea no existe. Le sucede
como a sus pueblos. Si hay algo que se le parece es la suma de sus 27 opiniones
públicas respectivas. ¿Pero no son éstas noticias europeas? El problema es que
son noticias sin Europa. O lo que es peor todavía, noticias de la no-Europa. Lo
es la iniciativa de los dirigentes políticos de los antiguos Pecos y lo es también la sentencia del Tribunal Constitucional
alemán. Pero la mayor de todas ellas, la gran noticia sobre la no-Europa es la
indiferencia de sus ciudadanos sobre el presente y el futuro de esta desunión
en el mismo momento en que las sonoras pisadas de China, la India y Brasil
hacen temblar los escenarios de la política y la economía internacionales.