EL DILEMA
Egipto es estratégico,
pero el respaldo a un autócrata a cambio de ser aliados ya no es un negocio tan
redondo
Artículo
de Xavier Batalla en “La
Vanguardia” del 31 de enero de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La
política exterior estadounidense hacia Oriente Medio ha sido un debate entre
ideólogos y pragmáticos desde que Harry Truman reconoció al Estado de Israel,
en 1948. Israel fue asistido en su nacimiento por la ideología de los liberales
demócratas mientras, en la sala de espera, los arabistas del Departamento de
Estado –poco dado a situar la ideología por encima de los intereses nacionales–
se preocupaban por el petróleo de los árabes.
Desde
entonces, Oriente Medio ha sido la gran excepción en la política exterior de
Estados Unidos, que históricamente se ha declarado a favor de las reformas
democráticas. La mayor parte de los regímenes aliados de Estados Unidos en el
mundo árabe han sido autocráticos y corruptos, valga la redundancia, pero
Washington los ha considerado mejores que la alternativa, a la que contempla
como un desafío a sus intereses, tanto en lo que se refiere a Israel como al
petróleo.
La
protesta de la calle egipcia ha resucitado el viejo dilema. Si no se promueve
la democratización, el régimen seguirá asegurando su estabilidad a través de un
control férreo de la población, cuya única válvula de escape será el islamismo
antioccidental. Pero si se abre la mano al multipartidismo, entonces puede
ocurrir, como demostró Argelia a principios de la década de 1990, que la
oposición integrista, la única articulada, puede alcanzar el poder.
El
presidente George W. Bush pretendió resolver el dilema por las bravas. En junio
del 2005, Condoleezza Rice, entonces secretaria de Estado, criticó en El Cairo
la política exterior de quienes le precedieron en el cargo. “Durante sesenta
años, mi país, Estados Unidos, ha preferido la estabilidad a costa de la
democracia en esta región, y no se ha conseguido ninguna de las dos cosas.
Ahora, hemos optado por otro camino: apoyamos las aspiraciones democráticas de
la gente”, dijo en la American University. Pero la
aventura armada de los neoconservadores, desde Afganistán hasta Iraq, sólo
complicó las cosas.
¿Puede
cambiar entonces el mundo árabe? La frustración histórica de los árabes tiene
menos que ver con el choque de civilizaciones, como se ha demostrado en Túnez y
Egipto, que con su pobreza, la ausencia de democracia y el intervencionismo de
las potencias occidentales. Por eso el dilema que tiene planteado Barack Obama es entre el Egipto
oficial, prooccidental pero tóxico, y el real, que es
la calle pero no se sabe hacia dónde conduce.
Obama tendió la mano al mundo musulmán cuando, hace dos años,
reconoció que “Estados Unidos intervino en el derrocamiento de un gobierno
iraní democráticamente elegido” (Hablaba de Mohamed Mosadeq).
Pero Obama se encuentra ahora en la tesitura opuesta:
entre la calle, que pide la caída del dictador pero no tiene una cabeza
visible, y el dictador, que ha sido un aliado durante treinta años pero que ya
es una inversión tóxica. Egipto, la potencia demográfica y militar árabe, tiene
una importancia estratégica, pero el respaldo al autócrata que está en las
últimas a cambio de ser aliados ya no parece que sea el negocio bien redondo que
fue.