UNA GUERRA FRESCA
Artículo de Xavier Batalla en “LA VANGUARDIA” del 25/12/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Vladimir Putin no es como Mijail Gorbachev:
tiene mejor prensa en Rusia, entre otras cosas porque la controla, que en el
exterior. Pero visto desde fuera, Putin es como Jano, el dios romano que tenía
dos caras. Esta semana, después de haber enfriado las relaciones con Occidente a
propósito de Ucrania, Putin ha ofrecido su cara más amable a Gerhard Schröder,
el canciller alemán, y a continuación ha vuelto a irritarse, convencido de que
en Occidente le están moviendo el antiguo patio soviético.
Putin ha dicho en Alemania que respetará "la voluntad" de los ucranianos, lo que
indicaría que se teme lo peor en la repetición de la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales, en la que el candidato prorruso, Viktor Yanukovich,
llevaría las de perder. Ucrania es lugar de paso del petróleo y gas rusos, de
los que Alemania depende en casi un 40%. Por eso Schröder, que sabe que Putin
tiene petróleo por un tubo, incluido ya el de Yukos, se dio por satisfecho. Pero
Putin añadió: "Los líderes vienen y se van, el pueblo se queda". ¿Palabras de un
auténtico demócrata, como le calificó una vez Schröder, o de quien avisa no es
traidor?
Putin se lleva bien con Bush, aunque Moscú y Washington mantienen un pulso en el
que está en juego el color político de una franja de territorio que se extiende
desde el Báltico hasta Georgia. Estadounidenses y europeos se remiten al ansia
de libertad, pero Putin considera que las revoluciones azules, rosas o
naranjas son un invento occidental, mitad activismo y mitad marketing, que
ya se ha puesto en práctica en cuatro países con dinero y asesores de Estados
Unidos.
El primer laboratorio fue la Serbia de Slobodan Milosevic en el año 2000,
cuando, según los rusos, el embajador estadounidense, Richard Miles, intervino
en la campaña financiada, entre otros, por el multimillonario George Soros. El
epicentro se localizó en una oficina de Belgrado donde operaba el grupo Center
for No Violent Resistence, aliado del movimiento estudiantil Otpor
(resistencia). El resultado, ya se sabe, fue un éxito.
Diez meses después, el embajador estadounidense en Minsk, Michael Kozk, un
veterano de la Nicaragua sandinista, habría repetido la experiencia en
Bielorrusia para defenestrar a Alexander Lukashenko, considerado como el último
dictador de Europa. Pero la operación, preparada con el movimiento Zubr,
fracasó. "En Bielorrusia no hay un Kostunica", dijo, triunfante, Lukashenko en
una referencia al actual primer ministro de Serbia. Después llegó el turno de
Georgia, donde el movimiento Khmara empujó aMijail Saakashvili, de formación
estadounidense, hasta la presidencia. Y, finalmente, el experimento se habría
realizado en Ucrania, que, como sabe Yushenko, es un caso envenenado. Ucrania,
dividida entre Occidente y Rusia, es la línea fronteriza para los rusos.
Putin se queja de que le están recortando el antiguo patio soviético, pero
tampoco es manco. Hace dos años, y a resultas de la lección aprendida en Serbia,
Moscú diseñó su respuesta. Por ejemplo, en Lituania logró infiltrarse en el
equipo de Rolandas Paksas, según los occidentales, pero el intento fue un
fiasco. Paksas, de política poco europeísta y menos entusiasta de la OTAN, acabó
siendo defenestrado de la presidencia.
Rusia, para no seguir retrocediendo, utiliza la carta étnica y aboga por un
federalismo bien entendido. Es partidaria de crear unidades federales en países
donde existan minorías rusas o gobernantes regionales amigos. Éste es el caso de
Moldavia, Georgia y Ucrania. El siguiente paso sería declarar estos estados como
binacionales. Y el resultado podría ser que la parte prorrusa cayera en la
órbita de Moscú, como un satélite, o que el Estado en cuestión no fuera ni carne
ni pescado, como era Finlandia en la guerra fría. Estadounidenses y europeos
mantienen que en esta guerra fresca, que no es fría ni caliente, lo que está en
juego es la democracia y el mercado. Putin, un nostálgico del imperio soviético,
dice que sólo entiende de geopolítica.