Artículo de Jesús Caldera en “El País” del 29 de julio de 2011
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Con
un muy breve comentario al final:
CONTRADICCION EN SUS PROPIOS TÉRMINOS
Luis Bouza-Brey (1-8-11)
No creo que la izquierda esté en crisis. Ni la
igualdad, ni la solidaridad, ni la distribución equitativa de bienes y
oportunidades. A pesar de ello, es un lugar común, allá donde vayas, escuchar
proclamas acerca de la grave crisis que padece la izquierda, incluso en los
círculos intelectuales pertenecientes a la misma. Y ello cuando hay consenso
sobre las causas de la situación actual: la exaltación del individualismo
agresivo, la inexistencia de reglas, o desregulación, y el incremento de las
desigualdades, hasta el punto de que hoy, en Estados Unidos, el 1% de la
población acapara el 23% del ingreso nacional, todas ellas relacionadas con las
recetas usuales que fomentan los conservadores.
De otra parte, la situación actual viene marcada por
una crisis económica profunda y prolongada. Y es normal que situaciones tan
graves generen desconcierto, miedo, pérdida de confianza en las instituciones y
en la política como herramienta para resolverla, lo que conduce a un voto de
castigo hacia quien gobierna. En estos momentos, es el calendario quien impone
los resultados: en Europa, casi todos los partidos de gobierno que se han
enfrentado a elecciones después del inicio de la crisis, ya fueran generales,
regionales o locales, las han perdido, con independencia de su signo
ideológico. Las derrotas de los conservadores alemanes o franceses en sus
elecciones regionales son comparables a las de los socialistas portugueses o
españoles. Eso sí, en algo hay diferencias: cuando la derrota afecta a la
derecha, no hay debate, ni crisis existencial, ni desencanto, ni derrotismo,
porque de éste nunca surgen ideas e impulsos para los siguientes retos.
Quizá la situación de la izquierda se vea afectada por
la crisis de la política. Los ciudadanos se sienten defraudados por la
incapacidad de la política de poner coto a los abusos de los llamados
"mercados". Y como suelen identificar izquierda con política y
derecha con mercados, se nos da por derrotados. Y esto tiene que ver con el
fenómeno de la globalización. Los conservadores en los 80 fueron hábiles al
apuntarse la globalización de los mercados y la izquierda no supo, o no pudo,
globalizar la política durante los 90, cuando éramos mayoría.
Para salir de esta crisis, necesitamos valores de
corte progresista. En el futuro habrá menos recursos (por sobrepoblación,
crisis climática y consumos exagerados) y más riesgos (pobreza, escasez
alimentos, incremento de la inseguridad) y las soluciones sólo pueden basarse
en el principio de solidaridad y empatía. Solidaridad entre nosotros y con el
medio que nos rodea y empatía como identificación afectiva de un sujeto con el
estado de ánimo de otro. Valores progresistas que son transversales, tienen una
gran utilidad económica y generan cohesión social, como la igualdad de
oportunidades.
No hay duda alguna, y ello es empíricamente
demostrable, que las sociedades mejores son aquéllas que reparten más
equitativamente sus recursos; aquéllas en que las diferencias de renta son
menores, y en consecuencia las desigualdades. Se produce allí un mayor
bienestar individual y colectivo. Los países más igualitarios tienen mayores
índices de bienestar individual y colectivo, más esperanza de vida, más bienestar
infantil, menor tasa de criminalidad, más capacidad de innovación y más
confianza mutua entre los ciudadanos. Y de este modo se puede garantizar una
mejor y más efectiva protección social, otro de los más señalados valores
progresistas.
Este debe ser el tipo de sociedad y la representación
del mundo a la que debe aspirar la izquierda. Porque sólo habrá empleo con una
forma distinta de producir y consumir, una economía distinta que incorpore el
respeto al medio ambiente, que impulse la transformación energética, que se
base en la innovación constante, que suprima privilegios y oligopolios
desfasados y que amplíe la igualdad de oportunidades, consolidando la sociedad
del conocimiento que exigirá en el futuro empleos de mayor cualificación.
Porque sólo habrá futuro si éste es inclusivo, si no ahonda las diferencias y
sabe manejar la diversidad que representa el fenómeno migratorio, reconociendo
sus impactos positivos, en el plano económico y social. En el económico, porque
la inmigración no compite por el empleo con los nacionales, sino que ayuda a
crear otros complementarios, más cualificados y mejor remunerados para la
población nativa; y en el social porque su impacto permite amortiguar la crisis
demográfica a que nos enfrentamos.
Pero también es cierto que debemos redefinir el rango
de los valores que propugnamos. De nuestro ideario debe formar parte la
responsabilidad individual. No todo depende de las instituciones públicas,
nuestro esfuerzo también cuenta, y mucho. Hay que situar en su justo lugar lo
que significa el esfuerzo personal, la disciplina y el trabajo bien hecho. La
consideración de que no se puede recibir algo, sea una prestación o una ayuda,
sin hacer nada a cambio, salvo que un obstáculo insuperable lo impida. De este
modo también mejoraremos nuestra productividad y nuestra capacidad competitiva,
algo de lo que realmente está necesitada la economía española.
Breve comentario final:
CONTRADICCION EN SUS
PROPIOS TÉRMINOS
Luis Bouza-Brey (1-8-11)
Es contradictorio que se diga que la
izquierda no está en crisis y unas líneas más abajo se diga que hay crisis de
la política y que esta crisis se atribuye a la izquierda, porque no ha sabido
hacer política en el marco de la globalización.
Pues en eso consiste precisamente la
crisis de la izquierda, que ha hecho la política de la derecha, consistente en
dar absoluta preponderancia lógica a las leyes de un mercado considerado
---falsamente--- competitivo, y menospreciar la política como contraria a los intereses generales y constitutiva de un obstáculo
para el desarrollo económico. Toda la lógica política de los últimos cuarenta
años se ha centrado en la perspectiva conservadora, de fomentar la inversión de
los grandes financieros y empresarios, reduciendo controles legales, costes sociales
y servicios públicos, a fin de intentar que el “efecto goteo” aumentara el
bienestar del conjunto de la sociedad, aunque las relaciones laborales se hayan
desviado hacia el absolutismo de los propietarios del capital, el paro se haya
incrementado de manera gigantesca, los servicios públicos y la seguridad social
se hayan deteriorado, los Estados hayan incurrido en déficit endémico y peor
que el de los años setenta, se haya fomentado el despotismo asiático gracias a
la lógica de San Mercado Global, y la creatividad y hegemonía del mundo liberal
y democrático se hayan paralizado, provocando la decadencia de Occidente.
Esa es la esencia de la crisis de la
izquierda, que se ha quedado estancada en la política local, sumida en el
oportunismo, la lucha ciega por el poder y la corrupción, dejando indefensos
los intereses generales de la población, cerrando los ojos a la parálisis
europea y a los autoritarismos o totalitarismos tercermundistas, y
anquilosándose en la falta de creatividad política y la ceguera ante la
necesidad de construir marcos institucionales superiores al Estado y política
internacional de defensa del modelo
europeo frente al asiático y el estadounidense.
La crisis de las organizaciones de
izquierda es total; los valores y principios de la izquierda tienen que ser
reinterpretados y recreados en el nuevo contexto de la globalización.