PROS Y CONTRAS DE TURQUÍA EN LA UNIÓN EUROPEA
Artículo de CESÁREO AGUILERA en “CLAVES” num.142, mayo 2005-07-06
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
El problema
Formalmente la Unión Europea (UE) sólo exige condiciones políticas (democracia, libertades, Estado de derecho), jurídicas (aceptación del acervo comunitario) y económico-financieras (las de la unión económica y monetaria) para cualquier candidato europeo (un concepto abierto pues, para las instituciones comunitarias, aún no ha llegado el momento de definir su alcance). En el caso turco planea además -como mar de fondo- la cuestión de su identidad cultural, aunque este factor no es ni puede ser una condición formal. Lo cierto es que en la última década la UE ha adoptado tres decisiones de gran calado que no han ocasionado verdaderos debates cívicos en profundidad al haber predominado el habitual "método comunitario" basado en el consenso elitista no participativo: la ampliación a los países de Europa central y oriental; la elaboración del Tratado Constitucional (aunque, en este caso, la Convención ha mejorado el sistema deliberativo); y la admisión de Turquía como candidato oficial.
Un debate en serio sobre Turquía en la UE está por hacer y plantea numerosos dilemas, pues exige aclarar qué es tal entidad y qué quiere ser; y como hay muchas respuestas posibles y diferentes no se aborda, pues es más cómoda la ambigüedad y el cortoplacismo. Además, se ha generalizado cierto tópico "políticamente correcto"- de que el ingreso de Turquía en la UE debería ser una suerte de "acto obligado" tanto por la "vocación europea" de ese país como por los compromisos europeos asumidos desde los años sesenta, toda vez que --en caso contrario-- se perdería "credibilidad".
Son muchos, sin embargo, los problemas que suscita la candidatura turca y ---de entrada--- no puede obviarse que es asunto muy divisivo tanto en la opinión pública como en menor medida en las élites políticas, pese al consenso prácticamente unánime de los gobiernos. Sólo el 30% de los europeos de la UE actual considera a los turcos como europeos y es favorable a su ingres:o, mientras que el 50% no los considera tales y rechaza tal candidatura (en Turquía, el 75% de la población está a favor). El rechazo es mayor en los Estados con fuerte inmigración no ya turca sino genéricamente musulmana; de ahí que todos los gobiernos favorables a la candidatura turca tengan un problema añadido al no sintonizar con sus respectivas opiniones públicas[1]. Tan divisivo resulta el asunto que Francia, por ejemplo, para deslindar el debate del Tratado Constitucional de la cuestión turca, ya ha anunciado que hará un referéndum específico y separado sobre futuros ingresos, una cláusula que se ha introducido en la Constitución nacional con efectos posteriores a 2007 para que no se interfiera en las adhesiones ya previstas de Rumania y Bulgaria y, tal vez, la de Croacia. Una vez más es constatable el transversalismo de la política europea al respecto, pues en el sí a Turquía coinciden tanto fuerzas progresistas supranacionalistas como otras centristas y conservadoras que tienen una visión economicista y estatalista (intergubernamental) de la UE, contraria al federalismo político. Del mismo modo coinciden en el rechazo tanto los ultras como sectores europeístas democráticos antixenófobos; y tanto en este caso como en el anterior desde planteamientos bien diferentes en el seno de cada una de las dos grandes posturas.
Entre los eurogrupos las divisiones principales se dan en el seno del Partido Popular Europeo: su presidente, el alemán Hans Poettering, está en contra ya que, a su juicio, Turquía debería tener una asociación especial, pero no el status de miembro pleno. El líder de los eurodiputados de la Unión para un Movimiento Popular (UMP) francesa, Jacques Toubon, está en contra pues, desde su punto de vista, el islamismo no es integrable ya que se autoexcluye por definición y, además, discriminaría a las mujeres. Angela Merkel, líder de la Unión Democrática Cristiana (CDU) alemana, también está en contra y, sin embargo, Aleix Vidal Quadras, del PP español, está a favor, pues ---desde su perspectiva--- con ello se produciría un efecto contagio beneficioso para la democracia y la sociedad abierta. En el Partido de los Socialistas Europeos su presidente, Martin Schultz, está a favor, si bien reconoce que Turquía presenta muchas y muy importantes carencias. Entre los liberales, Graham Watson se declara favorable para acabar con la teoría del "choque de civilizaciones", pero la Unión para la Democracia Francesa (UDF) recela y teme que, al final, la cuestión turca se interfiera negativamente en la complicada ratificación del Tratado Constitucional.
Lo más interesante es analizar asimismo la notable pluralidad de visiones sobre la UE que se da en la propia Turquía pues, aunque el 75% está a favor (no es poco que cerca de un 25% esté en contra, siendo irrelevante el porcentaje de los que no se pronuncian), sobre todo por interés económico y garantía de estabilidad democrática, cambian las percepciones según los actores y grupos. Así, los secularistas están a favor para garantizar del todo el laicismo kemalista; los islamistas pragmáticos, para conjurar los peligros golpistas; las fuerzas armadas, porque con ello se asegurará la integridad territorial del Estado; los kurdos, porque confían en obtener así autonomía política; algunos nacionalistas turcos, porque ello demostraría lo importante que es Turquía; los liberales, para atenuar precisamente esas pulsiones chauvinistas; los políticos,
para enderezar la arcaica y maltrecha economía; y la mayoritaria población desfavorecida, para recibir ayudas y subvenciones. En todo caso, no está de más recordar que en Turquía, aunque el deseo de ingresar es efectivamente muy mayoritario, no es unánime, pues existe un sector transversal muy nacionalista (que incluye a islamistas radicales, ultranacionalistas turcos y comunistas) que es contrario a la UE y considera que la proyección geoestratégica "natural" de Turquía debería dirigirse más bien hacia el mundo turcófono de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para no diluir su "verdadera" identidad nacional. Incluso las propias fuerzas armadas no tienen mucho que ganar en la UE como poder fáctico, pues se acabaría su capacidad de veto político y tendrían que asumir pérdidas significativas de "soberanía nacional" en numerosos campos, algo que choca con su mentalidad tradicional.
Pros y contras
Cabe agrupar en dos grandes bloques los tipos de argumentos a favor y en contra del eventual ingreso de Turquía en la UE, siendo diferente el nivel de importancia
de unos y otros en el seno de cada uno de ellos y en el bien entendido de que todos son discutibles y bastante elásticos. Los de un primer bloque pueden ser calificados como argumentos estructurales (históricos, geoestratégicos y culturales), por su tendencial carácter permanente, frente a los de un segundo bloque que pueden ser calificados como coyunturales (económicos, sociales y políticos), pues en teoría son potencialmente superables a muy largo plazo, sin que esto presuponga jerarquía alguna, pues su mayor o menor grado de relevancia es transversal en ambos.
A) De entrada, son muy recurrentes en la literatura sobre el tema los argumentos históricos, geoestratégicos y culturales que conforman el primer bloque; aunque en general están sobredimensionados, deben ser analizados por el abundante uso que se hace de ellos en la publicística corriente.
1. I.a historia.
Es cierto que Turquía estuvo presente en todos los Balcanes nada menos que cinco siglos (hoy sólo conserva una muy pequeña porción de la península, la región de Istambul), pero se trató de una proyección periférica de un centro que estaba en Anatolia y se extendía a Damasco y Bagdad. En consecuencia, pese a esa innegable y no irrelevante presencia física continuada de Turquía en los Balcanes, respondía a un Estado que tenía su centro geoestratégico en la Asia cercana. Adernás, no puede ignorarse que la historia de Europa (si procede traerla a colación en este sentido) se hizo precisamente en contraposición al islam, siendo el Imperio Otomano el gran rival oriental.
2. La geoestrategia.
Los defensores del sí argumentan que con Turquía en la UE se podrá estabilizar mejor una región muy conflictiva (Transcaucasia, Oriente Próximo) y que la política europea ganará peso y profundidad geoestratégica internacional. Sin embargo, al margen de que la porción geográficamente europea de Turquía (en términos convencionales) es muy pequeña (5% del territorio estatal), recurrir a criterios geopolíticos es precisamente una opción errónea a la hora de justificar la eventual adhesión pues ---de acuerdo con tales parámetros (en sentido estricto)--- se produce una alteración profunda de los intereses de la UE al respecto. En efecto, las fronteras orientales de Turquía son muy conflictivas; y aunque esta ampliación podría dar a la UE una mayor influencia regional, la obligaría a asumir como propios problemas de muy difícil manejo para los que no está preparada. Sin ignorar que tener fronteras exteriores con Siria, Irak o Irán resulta muy chocante para la gran mayoría de las opiniones públicas de la UE actual. En suma, la voluntad federalizante de algunos europeístas debería moderar la aceptación incuestionable por principio de la candidatura de Turquía pues, en caso de ingresar, se desbordarían los estrictos límites geoestratégicos europeos y se tendrían que asumir otros (de proyección extraeuropea) sin estar capacitado para controlarlos.
Puede argumentarse asimismo que la adhesión de Turquía es una suerte de lastre derivado de su larga presencia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y del respaldo continuado de Estados Unidos (EE UU), dos factores que ---por cierto--- también van más allá de los estrictos intereses europeos. EE UU apoya la candidatura de Turquía para reforzar aún más su "occidentalización", extender al máximo la influencia de la OTAN y tener a la UE bien controlada. En este sentido, se ha señalado que Turquía sería el tercer "submarino" de EE UU en la UE (con el Reino Unido y Polonia), algo que nada menos que el propio Gaddafi ha señalado, añadiendo que encima tal ingreso facilitaría la movilidad de los ultraislamistas en la UE[2].
La perspectiva geoestratégica favorable a la adhesión de Turquía añade que ésta facilitaría la resolución de los contenciosos con Grecia (la plataforma continental) y permitiría resolver la cuestión de Chipre (el problema radica ahora en la comunidad grecochipriota tras su rechazo del plan de la ONU en el referéndum del 24 de abril de 2004 ). Asimismo, este enfoque debería tener proyección interior, lo que implicaría reconocer fórmulas de autonomía política para sus minorías etnoterritoriales (kurdos). En este sentido, el balance de lo conseguido hasta ahora es muy insuficiente, pues es bien limitado el reconocimiento de los derechos nacionales de tal comunidad. Por último, no puede ignorarse que el control de fronteras es muy débil (el 25% de la droga mundial pasa por Turquía); de ahí que ---por ejemplo--- este país no esté en absoluto en condiciones mínimas para poder ingresar er el sistema Schengen.
3. La cultura.
El problema equívoco es el de intentar definir "lo europeo" en este ámbito; como no existen parámetros objetivos incuestionables compartidos por todos, hay división de opiniones. Turquía, en todo caso, obliga a replantear a fondo la cuestión de la eventual "identidad europea" y la determinación de sus parámetros de referencia. Los defensores de su candidatura argumentan justamente que la UE debe demostrar que no es un "club cristiano" cerrado y excluyente y que tiene verdadera vocación de convivencia multicultural, de ahí que deba hacer suyo también el legado musulmán. Está claro que la UE laica ni es ni puede ser un "club cristiano" (esta cuestión resultó bastante divisiva, por cierto, durante los debates del Tratado Constitucional); pero la Europa histórica sí lo fue (la contraposición genérica con el islam fue un elemento común de los pueblos europeos) y eso sí ha dejado su poso en las percepciones culturales de las opiniones públicas. Además, también es evidente que el islam forma parte del legado cultural europeo pero siempre en posición no hegemónica al ser imbatible el cristianismo en este terreno. En realidad, es un argumento falaz sostener que sin Turquía no habría una Europa multicultural creíble, porque la actual UE ya lo es y en grado sumo además.
De mayor peso es el argumento que sostiene que Turquía en la UE sería un ejemplo de gran interés para el mundo musulmán, ya que visualizaría la compatibilidad de la democracia plena y las creencias religiosas, lo que operaría como factor de "normalización" cultural. Desde luego, el caso del Partido de la justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Erdogán es interesante porque ha aprendido las lecciones del pasado (si se extrema el islamismo las fuerzas armadas kemalistas intervienen); de ahí que opte decididamente por la UE (para conjurar precisamente el condicionamiento militar) y haya moderado su programa (aspira a ser algo así como un partido de la "democracia cristiana" en versión musulmana: de hecho, acaba de ingresar en el Partido Popular Europeo, lo que es un rotundo triunfo desde su perspectiva considerando los recelos que suscita en muchos miembros de tal eurogrupo) con plena aceptación del laicismo constitucional. Sin embargo, no es tan evidente que el camino hacia la UE modere en el fondo el programa máximo de los islamistas: éstos son ahora pragmáticos y tácticos pero no cesarán de dar pasos graduales hasta donde puedan para favorecer su cosmovisión social y sus triunfos electorales no harán más que alentarles en esa dirección. Y es que el islam es la religión más difícil de integrar en las sociedades abiertas y la que hoy más radicalismo genera; es tal sustrato de fondo lo que pone de relieve el carácter demasiado diferente de los turcos con relación a los europeos de la actual UE. En este sentido acusar de islamofobia a los que critican el eventual ingreso de Turquía en la UE es una burda simplificación muy parcial, pues el abanico de los que expresan reservas e incluso rechazo es muy plural ya que va de la extrema derecha y populistas diversos a bastantes centristas e incluso a una parte significativa de los socialistas. En consecuencia, no está nada claro que la UE pueda frenar y controlar efectivamente el programa máximo de los islamistas, por suaves que sean las formas que estos utilicen hoy.
B) Por su parte, los argumentos del segundo bloque tienen un profundo calado de fondo, pues ponen de relieve severos problemas económicos, sociales y políticos de Turquía, teóricamente superables sólo en un indeterminado y lejano futuro.
1. La economía.
De entrada se señala ---y es un dato objetiva inobjetable--- que la incorporación de Turquía implica ganar un gran mercado de setenta millones de consumidores potenciales (aunque, en general, de bajo poder adquisitivo). A continuación se añade que la UE tiene que contribuir por definición a modernizar las arcaicas estructuras económicas turcas, aunque sólo sea por interés inmediato con un país vecino. En cualquier caso, la tarea de modernización económica será lenta y costosa: Turquía tiene el nivel de renta por habitante más bajo que cualquier otro Estado de la UE actual (incluso que los candidatos Rumania y Bulgaria), pues su PIB está en el 25% de la media comunitaria (España estaba en el 75% al ingresar en 1986). Turquía tiene atrasos enormes en inflación (18%), una deuda pública monumental (89% del PIB en 2002), inestabilidad monetaria, déficit presupuestario (8% del PNB, algo enorme para la UE), liberalización incompleta, banca opaca y frágil, muy poca inversión en I+D, sanidad pública muy deficiente, servicios sociales de baja calidad, magras pensiones, sistema escolar anticuado y un gran volumen de economía sumergida (ésta representa, de hecho, entre el 25% y el 50% del PNB, según estimaciones diversas), sin ignorar que está muy lejos de estándares comunitarios de garantía en productos alimentarios o control de la contaminación. En consecuencia, el eventual ingreso de Turquía tiene un muy alto coste económico (el más alto de todos) y un impacto financiero sustancial, de tal suerte que puede resultar inasumible en la práctica con los actuales límites presupuestarios. La adhesión de Turquía costaría más que la de los diez nuevos socios que ingresaron en 2004; de ahí que los muy altos gastos que ello implicaría acentuarían muy seguramente las tendencias y las presiones para renacionalizar políticas en varios países ricos. La eventual entrada de Turquía obligaría a introducir cambios drásticos en la Política Agrícola Común (PAC) y en el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), pues tal como están hoy quedarían totalmente engullidos por ese país. Esto es así porque, de un lado, la agricultura turca es enorme (unos siete millones de campesinos, el 33% de los trabajadores turcos, cuando la media de la UE al respecto es del 5,4%) y supera ella so-
la por su volumen a los diez nuevos socios de 2004. De otro, aumentarían en grado sumo las disparidades regionales: las regiones orientales de Turquía, las más deprimidas, tan sólo alcanzan el 8% de la media comunitaria y al ritmo actual de corrección de los desequilibrios regionales en la UE se requeriría más de un siglo para que estas zonas alcanzasen un nivel de desarrollo regional como el occidental actual; siendo, por tanto, previsible el mantenimiento indefinido del desfase por el muy superior ritmo de crecimiento de las actuales regiones desarrolladas, prácticamente inalcanzable para aquéllas. En suma, no parece que el mero criterio de la modernización económica sea suficiente para justificar el ingreso de Turquía en la UE pues con esta lógica habría que incorporar a todos los países de la CEI o del Magreb para desarrollarlos.
2. La sociedad.
La sociedad turca está muy atrasada, en general, en comparación con los estándares comunitarios. Hay una presencia excesiva de población rural y su crecimiento demográfico no es propio de una sociedad desarrollada (en 2015 sería el país más poblado de la UE si fuera socio de la misma). Sólo el 20% de la sociedad turca (la que reside en las grandes ciudades y no toda) está modernizada por sus ocupaciones (servicios) y mentalidades (estilos abiertos de vida). A veces se recurre al argumento migratorio para reforzar la candidatura turca, pero debe señalarse al respecto que Turquía presenta un saldo migratorio muy desequilibrado (es exportadora neta de trabajadores); y, a continuación, no parece que la presencia de millones de trabajadores turcos en la UE sea un argumento de recibo pues, por ejemplo, aún hay más magrebíes. Si Turquía fuera miembro de la UE el status de sus tres millones de inmigrantes cambiaría del todo (serían ciudadanos europeos), un escenario que preocupa a diversos países europeos.
3. La política.
Los defensores de la candidatura turca argumentan que Turquía ya está presente en numerosas organizaciones sectoriales con diversos países de la UE (Consejo de Europa, OTAN, Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos, OCDE, Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, OSCE) ---muchas son, en realidad, transeuropeas--- y que, por esa razón, no debería ser excluida. Lo cierto es que Turquía no ha participado precisamente en el complejo proceso de construcción de la entidad que más lejos ha ido en la integración y que es bien diferente de las demás: la CEE/
CE / UE . A continuación se añade que el ingreso facilitaría la culminación de su largo proceso de transición democrática (aún no del todo finalizado), algo que permitiría estabilizarlo definitivamente y mejorar su sistema político pluralista. En este sentido, se aduce que Turquía está haciendo notables reformas, sobre todo desde que los islamistas moderados gobiernan (noviembre de 2002), y eso merecería una recompensa: abolición de la pena de muerte, leyes contra la tortura, ampliación de la libertad de expresión, reconocimiento de algunos derechos culturales de los kurdos, fin del estado de excepción en los territorios kurdos, control civil del poderoso Consejo de Seguridad Nacional (su presidente ya no es militar).
Sin embargo, si Turquía necesita imperativamente ingresar en la UE para afianzar su frágil e incompleta democracia es que algo no va bien en su proceso de cambios, pues la UE no puede ser un "hospital” de países vecinos en transición. Lo cierto es que, de entrada, ninguna de las estructuras del poder en Turquía la predispone hoy a ingresar en la UE: por ejemplo, en 1997 un semigolpe de Estado militar forzó la dimisión del primer ministro islamista Erdogán y su partido gobernante fue ilegalizado y disuelto. Además, la represión contra los kurdos no se interrumpió ni siquiera cuando las guerrillas declararon el alto el fuego en 1999; y los programas de radio en lengua kurda ahora autorizados están restringidos a pocas emisiones de ámbito estatal para garantizar el control del Gobierno. La balanza de los derechos humanos en Turquía es muy negativa: la tortura sigue siendo sistemática; la discriminación de las mujeres, alta; el encarcelamiento de periodistas no ha cesado por delitos de opinión y, en este capítulo, Turquía sigue siendo uno de los países con más informadores en la cárcel (pese a cierta liberalización con el Gobierno de Erdogán); su grado de pluralismo político es limitado (la ley electoral, con la barrera del 10% estatal, excluye de hecho a casi la mitad del electorado en las instituciones representativas); la corrupción, muy alta (pese a los esfuerzos reales del Gobierno islamista por atajarla); y el Consejo de Seguridad Nacional (pese a su reforma) sigue siendo pilar del sistema y vía para que las Fuerzas Armadas sigan conservando esa suerte de "derecho de tutela" que se han autoatribuido, lo que hace del sistema político turco una "democracia vigilada", algo inusual que debiera resultar totalmente inaceptable para la UE. En consecuencia, la ponderación global de las "fabulosas reformas" debe ser mucho más matizada: es positivo el cambio legislativo pero es mucho más complicada su aplicación, que es sólo parcial. Los avances reales son muy modestos en todos los capítulos y los informes de Human Rights Watch sobre Turquía son muy críticos. Turquía no parece interiorizar, además, que estar en la UE implica ceder bastante soberanía nacional (cada vez más) y ampliar espacios de libertad.
Los defensores del ingreso de Turquía argumentan que el rechazo final sería grave pues: 1. No hay "Plan B" si fracasan definitivamente las negociaciones (en realidad, sí lo hay ---la asociación especial privilegiada---, pero Turquía lo rechaza). 2. La "turcofonía" no es alternativa realista (los países de la CEI no remontan ni tienen verdaderas perspectivas de hacerlo a medio plazo); y, 3. Serían altos los riesgos de radicalización ultraislamista y resentimiento popular o incluso de nuevo golpe de Estado militar.
Sin embargo, los escenarios catastrofistas exageran, pues una Turquía fuera de la UE: 1. Seguiría manteniendo altas relaciones con ésta (es inimaginable el rechazo unilateral turco al respecto por muy frustrante que resultase, pues no tendría otra opción); y 2. Su atlantismo y su vinculación a EE UU (a parte de que la secularización sí ha echado raíces sociales en ese país) hacen prácticamente descartable un desenlace islamista radical (aunque los factores reseñados no conjuran el golpismo, como pudo comprobarse en el pasado). Por tanto, no es creíble el argumento de que un rechazo final provocaría una explosión ultraislamista en Turquía y atizaría aún más el radicalismo antioccidental en el mundo musulmán (por ejemplo: para Al-Qaeda es, de hecho, irrelevante que Turquía sea o no socio de la UE, aunque es cierto que podría utilizar el rechazo como un argumento más en su retórica extremista).
En realidad, las principales objeciones políticas para el ingreso de Turquía en la UE son tres: 1. En 2015 será un país más poblado que cualquiera de los actuales 25 miembros y eso afectará al reparto del poder en las instituciones comunitarias pues sería el primer Estado en el Consejo de Ministros, que es la clave del sistema, y tendría la mayor cuota de europarlamentarios; 2. Haría casi imposible la plena federalización, pues un Estado de esas dimensiones reforzaría el intergubernamentalismo (además, toda la "clase política" turca es muy nacionalista) y el atlantismo, con lo que la UE seguirá anclada en el estadio esencialmente económico. Por tanto, todo depende del escenario estratégico al que se aspire (y aquí las posiciones de los actores políticos europeos son muy diversas): si la UE apostase por ser una verdadera federación política
con peso internacional Turquía lo hace extraordinariamente difícil, pero si se conforma con ser poco más que un gran área de libre mercado intergubernamental entonces hasta podría resultar funcional su inclusión; 3. Desaparecería cualquier parámetro argumentativo mínimamente objetivo para rechazar nuevos ingresos ya que, a partir de Turquía, por contigüidad territorial el proceso podría estar teóricamente siempre abierto (por ejemplo, los Estados turcófonos de la CEI, la propia Rusia, Marruecos y otros). Esto pondría fin a todo atisbo de coherencia geopolítica e incluso civilizatoria (con toda la ambigüedad que encierra el término) de la UE, que no puede ser una especie de ONU-bis; de ahí que el concepto de "europeo" deba tener algún sentido algo más preciso para poder delimitar algún día las fronteras exteriores de esta entidad.
Las negociaciones de la fecha
Ciertamente, las relaciones entre Turquía y las instituciones comunitarias son antiguas, pues en 1963 se suscribió un Acuerdo de asociación con la CEE y en 1987 ese país solicitó el status de candidato oficial, algo que entonces fue rechazado por la CE en 1989. Sin embargo, tras el acuerdo aduanero de 1996, Turquía consiguió ser candidato en 1999, pero sin fecha. En 2002 la UE accedió a fijar "una fecha para una fecha" (diciembre de 2004) para pronunciarse finalmente sobre si abrir negociaciones o no con Turquía. La decisión comunitaria de 1999 se adoptó prácticamente sin debate en el Consejo Europeo, tanto porque la UE se niega a debatir sobre el alcance final de sus fronteras exteriores (pues es cuestión relevante muy divisiva ya que afecta a proyectos diferentes sobre ampliación versus profundización) como por dejar claro que los aspectos culturales y religiosos en ningún caso pueden condicionar las candidaturas. En suma, se impuso el cálculo diplomático sobre cualquier otra consideración (el rechazo definitivo resultó entonces inasumible por temor a desestabilizar aún más a Turquía, que salía del semi-golpe de Estado de 1997). Por tanto, aunque hubiera sido más razonable (desde el punto de vista del estricto interés comunitario) ofrecer a Turquía en 1999 el status de Estado asociado ---incluso con régimen específico privilegiado--- no se hizo así por razones políticas, de ahí que ya casi no fuera posible la marcha atrás en lo sucesivo.
En septiembre de 2004 una comisión de notables de la UE se mostró favorable en su informe a la candidatura de Turquía con tres argumentos: 1. La UE no es un "club cristiano"; 2. Con tal ampliación ganará influencia en Oriente Próximo, y 3. El rechazo provocaría fuerte malestar en todo el mundo musulmán e inestabilidad en Turquía. Este país, además, hizo saber que rechazaría la adhesión con cláusulas especiales; tal actitud de aparente firmeza respondió a consideraciones tácticas tanto interiores (ante su opinión pública) como exteriores (partir con fuerza inicial en las negociaciones). Sin embargo, es evidente que Turquía no tiene posibilidad real alguna de impedirlas si la UE las impone, aunque está claro que ese país no lo pueda admitir abiertamente.
La Comisión (octubre de 2004) dejó la puerta entreabierta, a la vez que de nuevo se tomó una decisión de gran calado sin un serio debate público en la UE [3]. En efecto, la Comisión aprobó el principio de apertura de negociaciones bajo estrictas condiciones, con lo que consiguió dos cosas: 1. No dar "portazo" (lo que habría provocado una alta tensión); y 2. Dar garantías a los grupos que expresan reservas (o incluso son contrarios) a tal candidatura. Efectivamente, Turquía es sometida a más pruebas que ningún otro candidato, lo que no debe sorprender, pues es el caso más especial de todos. La Comisión anunció en sus informes que habrá mucha vigilancia durante el muy largo periodo negociador previsible y que ésta se mantendrá incluso después del eventual ingreso que, además, tendrá exclusiones sectoriales en varios capítulos (por ejemplo, la libertad de movimientos de los trabajadores o restricciones en las ayudas financieras). Es más, se añade que si surgen problemas graves las negociaciones quedarán rotas, pues la UE se reserva el derecho tanto de cortar como de no aplicar algunos de sus acuerdos comunes a Turquía. La Comisión recomendó, en particular, verificar: 1. La efectiva capacidad administrativa y judicial; 2. El nivel material y personal de ambas estructuras; 3. Las medidas anticorrupción; y 4. La trasposición de la legislación comunitaria. Por supuesto, Turquía insistió una vez más en que se le aplicaran estrictamente los mismos parámetros que al resto de los candidatos, pero no lo consiguió. Mayor satisfacción obtuvo de la votación del Parlamento Europeo, mayoritariamente favorable en noviembre de 2004, pero la clave estaba en el Consejo Europeo (diciembre de 2004).
En vísperas del mismo, Turquía extremó su posición de fuerza: 1. El único escenario que contempla es el de la plena integración, no "fórmulas imaginativas" intermedias; 2. La cuestión de Chipre es asunto exclusivo de toda la isla y de la ONU; 3. La revisión de la historia (la exigencia de que se reconozca oficialmente la existencia del genocidio armenio) no es de recibo en las negociaciones de adhesión; 4. Turquía debe ser tratada como cualquier otro candidato, sin condiciones especiales, pues en caso contrario no podría aceptar. Naturalmente, todo esto no fue más que un elemento de presión, pues está claro que -sin reconocerlo públicamente- ese Estado iba a aceptar de hecho todos los criterios que el Consejo Europeo estableciera con tal de arrancar la fecha, algo que consiguió (se ha fijado para el 3 de octubre de 2005 el inicio de las negociaciones), lo que fue un triunfo no menor para Erdogán.
Con todo, aunque el Consejo Europeo ha entreabierto las puertas (el 16-17 de diciembre de 2004), lo ha hecho con más prevenciones que la Comisión: 1. El eventual ingreso en ningún caso podrá hacerse antes de una década como mínimo, 2. No hay garantía total de adhesión; 3. Se impone una cláusula de salvaguardia permanente para no aplicar a los trabajadores turcos la libertad de movimientos y establecimiento; 4. Se limitarán los fondos estructurales para ese país. Se trata de un "sí, pero", con plazos dilatados y salvaguardas drásticas que postergan el desenlace a largo plazo, desactivando en lo inmediato una segura tensión si la respuesta hubiera sido negativa. Por tanto, el Consejo Europeo asume los informes de la Comisión pero los endurece para dejar claro que no hay la menor garantía de ingreso automático y seguro tras un dilatado periodo de negociaciones que, además, se puede interrumpir del todo en cualquier momento si hay graves incumplimientos turcos (por "violación grave y persistente" de los requisitos de Copenhague). Las negociaciones de cada capítulo serán siempre supervisadas por el Consejo Europeo y se establecerán largos periodos transitorios en multitud de áreas. En realidad, no deben sorprender las excepciones y las cláusulas de reserva y el tan alto nivel de exigencia (incomparable con cualquier otro candidato); pero es que Turquía es un caso completamente diferente a los demás y el que más problemas plantea, siendo enorme el desafío de su eventual integración. Lo cierto es que este país tiene tal interés en ingresar que es probable que vaya haciendo esfuerzos extraordinarios para ir cumpliendo con todas y cada una de las duras condiciones de la UE, lo que --- en cualquier caso, con independencia pues del desenlace final--- será positivo para el mismo. Si Turquía acaba cumpliendo (lo que, por otra parte, no es nada fácil) la UE no podrá dar marcha atrás, lo que abrirá nuevos interrogantes de futuro, pues es muy posible que otros países extraeuropeos contiguos aspiren a seguir su camino.
Cuestión delicada fue la de Chipre que, al final, se sorteó de modo bastante hábil: en efecto, de entrada, pareció que Turquía tendría que reconocer de modo previo y sin ambigüedades la legitimidad de un Estado (Chipre del Sur, el único internacionalmente reconocido y socio pleno de la UE desde 2004) pero no se prestó a ello. Chipre insinuó la posibilidad de vetar pero ---al final--- no lo hizo, pues hubiera quedado en solitario. Por tanto, ni reconocimiente turco formal ni veto chipriota: la fórmula adoptada fue la de que Turquía asume el espacio aduanero general de la UE tal cual es (la UE de los 25), algo que ratificará antes del 3 de octubre de 2005 (la fecha oficial del inicio de las negociaciones). Esto equivale a un reconocimiento de facto, aunque para Erdogán no lo es en absoluto, tras sus declaraciones al respecto en función de su opinión pública.
En conclusión, si las negociaciones acaban fracasando lo más probable es que se active el "Plan B" (que oficialmente no existe), por mucho que Turquía lo rechace normalmente, pues no estará en condiciones reales de hacerlo. Ni que decir tiene que si el Tratado Constitucional no es finalmente ratificado, los plazos, ya de por sí muy largos, se postergarán aún más. Parece evidente ---como ha sido acertadamente señalado--- que la actual Turquía no cumple con ninguna de las condiciones formalmente exigibles para ser miembro comunitario; de ahí que ni este país tal como está hoy ni la UE que tenemos estén preparados para dar un paso como éste.
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VANHER, S.: 'La Unión Europea y Turquía: ambigüedades Y omisiones'. en Dossier La Vanguardia Qué quiere ser Europa. num. b. abril-junio 2003. -: `Por qué es necesaria la adhesión de Turquía: Política Exterior XVIII nurn. 101. septiembre-octubre 2004.
Cesáreo Aguilera es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.
[1] 1 Porcentajes de rechazo popular (UE-15): Bélgica (55%), Dinamarca (60%), Alemania (55%), Grecia (70%), Francia (65%), Luxemburgo (60%), Holanda (50%), Austria (60%), Finlandia (60%), Suecia (50%).'Sólo en cinco países el rechazo es inferior al 50%: España (35%), Irlanda (25%), Italia (45%), Portugal (30%) y el Reino Unido (35%). Informe 58 del Eurobarómetro, marzo de 2003.
[2] El País, 17 de diciembre de 2004.
[3] La Comisión elaboró al respecto en esa fecha tres informes, sobresaliendo el primero: "Los progresos logrados por Turquía en el camino de la adhesión".