TENSIONES EN CHINA
El poder tiene que elegir entre mantener la
intransigencia o una apertura
Artículo de Jean-Marie Colombani en "El
País" del 23-1-12
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En vísperas del congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que es el equivalente a nuestras elecciones
generales, están apareciendo tensiones que permiten pensar que existe discusión
y que la situación china puede deteriorarse. Como siempre en este tipo de
sistema, hay un debate entre los liberales que desean más apertura, ir hacia
una especie de perestroika, y los que quieren conservar y endurecer el statu
quo. En cualquier caso, es una situación que invita a poner fin a la idea de un
dominio inevitable de China en el siglo XXI. Y, por tanto, a la de un declive
también inevitable de Europa. Esta última, como Estados Unidos, se queja de una
competencia que es más fuerte porque, en China, las condiciones sociales son
malas y los costes, menos elevados. Pero eso es hacer abstracción de la
inevitable -quizá irresistible- presión social que se sabía que iba a haber en
China en cuanto surgiera una clase media. Y quien dice clase media y
prosperidad dice, en general, una mayor aspiración de libertad. El primero que
ha llamado la atención sobre ello ha sido el embajador de Estados Unidos en
China, que hace poco no tuvo reparo en afirmar que el Partido Comunista Chino
suscita en la población "un sentimiento de frustración" y que
califica la situación política en el país de "preocupante". El
malestar tiene su origen, según él, en la corrupción y, más en general, las
condiciones y los problemas de la vida cotidiana.
Se sabe que a los dirigentes chinos les asustó la
revolución del jazmín del pequeño Túnez como la peste. Pero el embajador
estadounidense describe una realidad china en la que se multiplican las
manifestaciones, grandes y pequeñas, tranquilas y violentas. El caso de la
ciudad de Wukan simboliza ese malestar y, al mismo
tiempo, el debate vivo en China. A base de manifestarse, la población consiguió
obligar a la dirección central del partido a apartar por completo a los
dirigentes locales.
Este ejemplo ha permitido pensar que la tendencia
"liberal" puede ganar tantos. Y es verdad, en vísperas de una cita en
la que se va a establecer, para los próximos 10 años, una nueva generación de
dirigentes chinos. Ahora bien, al mismo tiempo, asistimos a un endurecimiento a
todos los niveles. Sin que sepamos distinguir bien si eso significa que la
tendencia dura controla la situación, ni cuál es la verdadera dimensión del
debate. Este endurecimiento comenzó con los problemas del artista de fama
mundial Ai Weiwei; y, más
recientemente, los de unos simples internautas, tanto un disidente histórico (Chen Xi) como otro más reciente (Chen
Wei), que acaban de ser condenados a nueve y diez
años de cárcel por haber hecho un llamamiento por Internet para que se hagan
reformas políticas. La prioridad de los dirigentes, o al menos de los que se
disponen a pasar el relevo, parece ser no permitir nada y, sobre todo,
controlar Internet y las redes sociales. ¡Una vez más, el miedo a la primavera
árabe! Y un miedo reforzado por lo que ha sucedido en Rusia.
Hace una decena de años, unos expertos anunciaron que la
entrada de China en la Organización Mundial de Comercio en 2001 acabaría
provocando la caída del PCCh. Como se ve, no ha sido
así. Pero sí parece que la presión en favor de las libertades, alimentada sobre
todo por las reivindicaciones sociales, empieza a tomar forma. Existe una
combinación que favorece esa presión: por un lado, China no va a poder mantener
eternamente un crecimiento de dos cifras y va a tener que absorber el plan de
relanzamiento establecido en la crisis de 2008.
Es decir, al mismo tiempo, la población aspira a mejores salarios,
a una verdadera protección social y, en definitiva, a unas libertades que deben
comenzar por la libertad de circulación. A medida que el cambio social se
acelere, el poder tendrá que escoger entre mantener la intransigencia o una
especie de apertura que sea el preludio a otros cambios políticos.